Hay un
barco mercante gallego en el puerto noruego de Bergen. En la proa hay un muchacho,
casi un niño, que con una vieja zanfoña canta una tonada que escuchó en su
tierra en la que ha dejado a sus padres, a sus hermanos y a una rapaza a la que
ya considera como medio novia. Desde que se embarcó en La Coruña, Salvador, que
así se llama el muchacho, echa de manos los campos de su aldea, el río y el
puente en el que se sentaba con Sabeliña, la rapaza de sus sueños. Y pensando
un día en alta mar en aquellos paisajes, se le vino esta canción que cantaba aquel
día en el puerto de Bergen y cuya letra dice así:
¡Ay,
miña terra,
cánto
me lembro de ti!
¡Qué
longas son as horas
dende
o día no que partín!
Y con
esta letra sencilla y melancólica se pasa el rapaz tardes enteras mientras la
vieja zanfona le va acompañando.
Un
día, al caer la tarde, paseaba por el puerto un músico noruego que, al llegar
cerca del barco, escuchó aquel cantar y sintió que su corazón se llenaba con
aquella melodía que tenía todo el encanto de las fragas de Galicia. Se acercó
despacio y siguió escuchando. En una
libreta de música fue tomando nota de la sencilla pero sentida melodía que
cantaba aquel marinero galaico. Al terminar, le dio de mano y el muchacho correspondió a su
saludo. Pensó Grieg, pues así se llamaba el músico, que nadie en ese barco sabría
noruego, pero que quizás el capitán sabría algo de francés. El oficial estaba
en el puerto hablando con unos marineros de capitanía. Grieg le dijo en francés
que quién era ese muchacho que cantaba en la proa y el capitán, en un francés con
acento gallego, le dijo que era un grumete que había dejado su casa y que hacía
su primer viaje. Entonces Grieg le enseñó al capitán su cuaderno de notas y le
dijo que quería conocer al rapaz. El capitán, volviéndose al trovador le dijo:
-
¡Eh, Marquiños, baixa que o señor quere falar
contigo!
Marquiños
bajó y Grieg le enseñó el cuaderno. Allí estaba escrita en notas la canción que
tanto tiempo llevaba tocando. Le pidió al capitán que se lo explicara:
-
Marcos, este señor é un músico de moita sona en
Noruega e na sua libreta anotóu teu canto. ¡Vas ser famoso! Tamén di que si le
das permiso para incoporala na obra que está a componer.
-
Marcos, emocionado, le dijo que sí y Grieg, por
medio del capitán, le preguntó que en quién
pensaba cuando cantaba aquella canción.
-
- ¡Na miña Sabeliña, señor!
Los tres
se dieron la mano y Grieg partió para su casa. Al llegar a ella se sentó al
piano y arregló un poco, sólo un poco, aquella melodía maravillosa que le había oído
a aquel rapaz gallego. Era perfecta para
su Peer Gynt sólo que habría que cambiar el nombre y, en lugar de la canción de
Sabeliña, tendría que ser la Canción de Solveig.
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