¿Os
imagináis que a Donald Trump lo secuestraran y lo tuvieran como rehén sin que
el gobierno americano, hipotéticamente regido por su propio hijo, moviera un dedo por rescatarlo? Ya sé que
pagar dinero por rescatar a Trump se antoja, a cualquiera con dos dedos de
frente, una pérdida estúpida de dinero. ¿No sería un alivio dejar de ver su tupé
postizo en los telediarios? Pero vamos a lo que vamos.
Nos
trasladamos al 253 d. C que es el año de la llegada de Valeriano al poder imperial y dio la mala suerte que
Sapor I, rey de los persas, declaró la guerra al Imperio Romano. Valeriano se
tomó muy en serio la declaración y viajó al escenario bélico. Como se
necesitaba un gran ejército para hacer frente a los persas – que por cierto,
llevaban más de seiscientos años fastidiando-, no se le ocurrió otra cosa al
emperador que confiscar los bienes de los cristianos y a sí se apropió de los
bienes de obispos, diáconos y presbíteros. Con ese dinero, Valeriano se “montó”
un ejército de 70.000 hombres para hacer frente a los persas.
Al
principio, todo fue bien y Valeriano logró reconquistar Antioquía ( la de Asia
Menor, no la de Galicia de la que tanto hablaba don Álvaro Cunqueiro)se adentró
hacia oriente persiguiendo a los persas. Sin embargo, la mala suerte seguía a
Valeriano y, por si fueran poco los persas, ahora le llega una peste que ataca y diezma al ejército
romano que se queda, la verdad, muy debilitado. El emperador no tiene dinero y,
sin dinero, no puede agenciarse otro ejército (a los pobres curas ya los había
dejado in puribus )por lo que decide
parlamentar con Sapor I. Se me olvida decir que Valeriano estaba en Edesa, una
ciudad que me recuerda siempre a un
frigorífico que teníamos en casa por el que yo hacía que ascendiera mi Madelmán
escalador. En fin, seguimos. Valeriano
hace lo que tenía que hacer: envía a Macrino el Viejo, su prefecto del
pretorio, que vendría a ser algo así como un vicepresidente (no me tentéis a
pensar que Sánchez envía a Iglesias a
parlamentar con el enemigo porque no lo voy a hacer). Pero Macrino era un
traidor (no me sigáis tentando, por favor) y lo que quería era el Imperio para
sus hijos y para él. Así que habla con el tal Sapor y éste le escucha a su “sapor”, es decir, encantado porque es una gran ocasión para
crear un Guerra Civil en Roma y pegarle el hachazo al Imperio. Así que manda a
Macrino de vuelta al campamento con la mentira de que estaba dispuesto a negociar
con Valeriano, pero que él mismo tenía que ir al campamento persa. Valeriano se
fue para allá con tan sólo cincuenta guardias que, nada más llegar, murieron
bajo las flechas persas. Sapor se había separado de su escolta para saludar al
romano y el romano había hecho lo propio. Y ya tenemos a Valeriano como prisionero
de Sapor que, como era inmensamente rico, no quería ningún rescate por él y lo
convirtió en la mascota bufa de la corte. Es más, cuentan las crónicas que lo
usaba de taburete para subirse al caballo. ¡Jamás nadie había visto a un
emperador de Roma sirviendo de banqueta para que un rey montara a caballo! Pero también es verdad que, por aquellos años,
no existía el Decathlón en donde se pueden adquirir tales banquetillos por un
módico precio. De nada valieron los mensajes de Veleno, rey de los Cadisos, que
escribió a Sapor para que lo dejara en libertad. Pero no es eso lo malo.
Lo
terrible es que en Roma, su hijo Galieno había ocupado el puesto vacante del
padre y no movió un dedo para liberar a su padre. ¿No quiso moverlo o no pudo?
Misterios de la historia.
¿Qué
pasó con el pobre Valeriano? Pues que siguió siendo el juguete de Sapor que le
condenó a trabajos forzados y hasta le hizo tragar oro fundido. Sin embargo, yo
prefiero otra versión más misteriosa: consiguió escapar y vivió por el reino
persa como un ciudadano más. Lo de ser emperador de Roma no era ningún chollo. Ya veis lo que tiene el peso de la púrpura.
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