Desde muy pequeño, en las tardes en que el tiempo
no dejaba ir a la playa y la niebla o el orballo pintaban el cielo de gris, nos
llegábamos al monasterio de Santa María de Armenteira, en pleno Salnés y en
medio de un valle tan hermoso que sólo su recuerdo refresca mi alma cansada.
Había un naranjo en el jardín y en la nave de la iglesia, que aún guardaba las
huellas de su abandono, quedaba a veces
el recuerdo de un boda celebrada en tan bell´simo lugar. Pronto supe, por la escritura
de don Álvaro Cunqueiro, que en aquel monasterio hubo un abad que se llamaba
don Ero y que un día, queriendo saber cómo era el paraíso, salió camino del
bosque y fue que un pájaro empezó a cantar y don Ero a escuchar y se le fue el
tiempo tal y como nos lo cuenta el rey sabio:
Atan gran
sabor aviad aquel cant’ e daquel lais,
que grandes
trezentos anos estevo assi, ou mays,
cuidando
que non estevera senon pouco, com’está.
Volvió don
Ero al moansetrio y tuvo una sorpresa:
E foi-sse logo e achou un gran portal
que nunca
vira, e disse: “Ai, Santa Maria, val!
Non é est’
o meu mõesteiro, pois de mi que se fará?”
Y no le conocían los monjes ni el abad:
Des i
entrou na eigreja, e ouveron gran pavor
os monges
quando o viron, e demandou –ll’ o prior,
dizend’:
“Amigo, vos quen sodes ou que buscades acá?
A lo que don Ero replicó:
Diss’el: “Busco
meu abade que agor’ aquí leixey,
e o prior e
os frades, de que mi agora quitey
quando fui
a a quela orta; u seen quen mio dirá?”
Y es que el agora de don Ero habían
sido trescientos años. Los monjes lo toman por loco:
Quand’est’
oyu o abade, teve-o por de mal sen,
e outrossi
o convento,
Pero pronto
se dan cuenta de que ahí hay busilis y un busilis divino:
mais des
que souberon ben
de como
fora este feyto, diseron: “Quen oyrá
Quena Virgen ben servirá
a paraíso irá
Y eso fue todo.
Si
visitáis tan hermoso lugar, entenderéis por qué a don Ero se le pasaron
trescientos años como unos minutos…
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