De todos es conocida la crueldad que
conllevan las guerras civiles no sólo en España, sino en cualquier lugar en
donde el deseo de sangre del ser humano las provoque. Recordemos que a Carlos
Arias Navarro se le conoció como el “Carnicerito de Málaga” y no porque se
hubiera dedicado al noble arte de Cúchares como el Carnicerito de Úbeda, sino
por la mucha gente que “paseó” en la Guerra Civil del 36. Bueno pues Roma tuvo
también su “carnicerito” y fue un personaje que nos está resultando muy conocido
este verano: Pompeyo el Grande. Quizás arrastrados por Lucano, cuya Farsalia es
una obra cuasi hagiográfica del Magno, podemos tener la impresión de que
Pompeyo Magno fue un santiño de Deus
y os puedo decir que nada más lejos de la realidad. Vamos a ver cómo actuó en
la guerra de civil de Mario contra Sila.
No podemos entrar en detalle en esa guerra entre Mario y Sila tan sólo decir que, tras la guerra, se produjo una proscriptio tan terrible como se suele dar tras una guerra civil. Sila promulgó su lex Cornelia de proscriptione que, con carácter retroactivo, permitía el asesinato impune de cualquier romano además de la confiscación de sus propiedades. Para ello, creó unas listas en donde se apuntaba a los que iban a ser confiscados y paseados. Sila y sus allegados (sin ir más lejos, Craso) se hicieron inmensamente ricos con las expropiaciones. Su saña llegó al extremo que no se perdonó ni a los muertos y así las cenizas de Mario fueron exhumadas y arrojadas al Anio. Viene a colación el hablar de estas atrocidades porque, entre los seguidores de Sila, hubo un jovencito que se “aplicó” con ahínco a su tarea de “dar el paseo”; tanto es así que se le conoció como el adulescentulus carnifex, es decir, el “adolescente carnicero”. Ese jovencito era Pompeyo del que ya sabemos algunas cosillas pues le hemos dedicado algunas entradas en este blog.
La verdad, no nos sirve de consuelo que
las guerras civiles hayan sido tan salvajes en todas las épocas y, al
contrario, nos hace pensar que el mysterium
iniquitatis, basado en la libertad o libre albedrío del ser humano, ha hecho estragos y, por desgracia, hará
mientras el mundo sea mundo y los humanos, humanos. Los historiadores dicen que
no ha habido ni un solo momento de paz en la historia universal. Cunetas con
cadáveres hay todas las épocas y todos los países porque la condición humana
lleva a ensañarse con los iguales y, cuantos más cercanos, peor porque al odio
de la guerra “per se” se une el odio por rencillas domésticas (muchas veces
banalidades) y así se acaba matando al enemigo no porque tenga otras ideas, sino porque, por ejemplo, su familia movió una
linde en una tierra. Hace unos meses lo veíamos con Lorca cuya muerte vino tanto
por lo político como por el odio entre las familias de la Vega granadina.
Lo
dicho: que no tenemos arreglo.
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