Seguro que os habréis preguntado, al parar mientes en la batalla de Actium (31 a. C.), por qué extraña razón, siendo Antonio un buen militar por tierra, eligió una batalla naval para dirimir, ni más ni menos, que el poder sobre Roma. Antonio no tenía mucha práctica naval (de lo de nabal, con b, no es el momento de tratar ahora, pero en eso era un consumado maestro) y sí que era un militar curtido en variadas batallas, muchas de ellas al lado del gran Julio César. Sin embargo, la razón de que prefiriera el mar a la tierra es muy sencilla y casi imaginable para muchos de vosotros: Cleopatra, la mujer que fue su perdición al decir de los historiadores que, por otra parte y no lo debemos olvidar, eran romanos, es decir, parte interesada en cargar las tintas sobre la extranjera y salvar al romano. ES más, algunos historiadores dicen que no podemos saber cómo era realmente la reina ptolemaica pues no contamos con historiadores de “su bando”. Pero no divaguemos y sigamos con Actium. En muy pocas palabras, Plutarco nos da las razones por las que Antonio se decidió por la batalla naval:
οὐ μὴν ἀλλ' ἐξενίκησε Κλεοπάτρα
διὰ τῶν νεῶν κριθῆναι τὸν πόλεμον, ἤδη πρὸς φυγὴν ὁρῶσα καὶ τιθεμένη τὰ καθ' ἑαυτὴν
οὐχ ὅπου πρὸς τὸ νικᾶν ἔσται χρήσιμος, ἀλλ' ὅθεν ἄπεισι ῥᾷστα τῶν πραγμάτων ἀπολλυμένων.
Sin embargo, prevaleció la
resolución de Cleopatra para que la guerra se decidiera en las naves porque ya
tenía pensada la huida y se quería colocar con sus efectivos no dónde fuera
útil para la victoria, sino allí donde le resultara más fácil escapar si todo
se daba al traste.
Y, como pueden más dos tetas que
dos carretas, Antonio siguió como un perrito (guau, guau) la muy interesada
decisión de la egipcia que, como veis, ni pensó en Antonio ni Cristo que lo
fundó, sino que pensó en sí misma y en sus intereses pues lo que quería la tía
vulpeja era quedarse con el Oriente romano para su hijo Cesarión, nacido de sus
amoríos con Julio César.
¿Qué hubiera pasado si Antonio
hubiera luchado por tierra y hubiera derrotado a Octavio? Pues no lo sabemos, pero nada bueno seguro porque
Antonio no era lo que podríamos decir un defensor de la República. Al que de verdad defendía y
defendió a muerte la República, Cicerón, ya lo había asesinado Antonio cuya mujer
clavó en la lengua de Cicerón, cuya cabeza fue llevada a la tribuna de los Rostra desde la que había
pronunciado las Filípicas, los alfileres o fíbulas de su pelo. En fin no
hagamos historia –ficción et caveamus
mulieribus sicut Cleopatra et hominibus sicut Antonius.
No hay comentarios:
Publicar un comentario