miércoles, 2 de agosto de 2023

LUIS FELIPE VIVANCO O LOS POETAS FACHAS

 

Estamos en un parque de una ciudad española de provincias. Don Cipriano y don Eloy están hablando en un banco, a la sombra de la estatua de un prócer.

-         Pues le digo a usted, don Cipriano, que he leído una antología de un poeta de esos que llaman de la Generación del 36 y me ha gustado mucho.

-         No veo cómo sea posible esa aseveración pues bien sabido es que todos esos poetas son unos fachas irredentos.

-         ¿Y qué me quiere decir a mí con eso, don Cipriano?

-         Pues que no sé para que pierde usted el tiempo leyendo a poetas que ya están pasados de moda. Lea usted a la Megan Maxwell cuyas novelas…¡En fin, que son una gozada en el sentido pleno de la palabra y que te elevan la moral y otras cosas que no le voy a decir, pero que usted se puede suponer!

-         Le recuerdo que, en aquella generación, había poetas de altísima calidad como Luis Rosales, Leopoldo Panero o Germán Bleiberg.

-         No lo dudo, pero mi interés es nulo por aquellos servidores del hombre de El Pardo.

-         Al que yo me refiero es a Luis Felipe Vivanco.

-         ¿Vivan…qué?

-         Vivanco, Luis Felipe Vivanco. Era arquitecto y poeta. Y fíjese qué cosas: nació en El Escorial.

-         ¡Claro! ¡No me diga más! Y escribiría en Escorial esa revista de adictos al régimen que sólo sabían escribir sonetos y hablar de Dios gastándose un existencialismo de segunda fila que enfada al quien lo lee.

-         No estoy de acuerdo con usted, pero sobre todo, le quiero hacer una pregunta: ¿Lo ha leído?

-         No puedo perder tiempo con poetas fascistas.

-         Pues hace usted mal, don Cipriano, porque es poeta de altos vuelos.

-         Sí, de muy altos vuelos. Voy a mirar lo que dice la Wikipedia de él. A ver, veamos, ¡aquí lo tengo! :

En octubre de 1941, fue invitado por el ministerio de Propaganda del Reich a realizar una gira por la Alemania nazi junto con el ideólogo fascista Ernesto Giménez Caballero. Ambos serían los representantes españoles de la denominada Asociación de Escritores Europeos, de carácter pronazi e ideada por Joseph Goebbels como respuesta internacionalista al PEN Club, este último de tendencia aliadófila durante la Segunda Guerra Mundial.

-         ¡Pues vaya personaje que me trae hoy esta mañana, don Eloy!

-         No  sabía nada de lo que me ha leído ni me importa. No he venido a juzgar a nadie moralmente. Mire usted, don Cipriano, un poeta escribe bien o mal con independencia de su categoría moral. ¿Acaso no le bailaba el agua a Stalin Pablo Neruda? ¿Acaso el mismo don Pablo no abandonó a una hija enferma y nada quiso saber de ella? Le digo muy seriamente que, como dice nuestro común amigo Jesús Saiz Rioja que, por cierto,  no sé cómo no ha venido hoy al banco este del parque,  si empezamos a leer autores tan sólo impolutos moralmente, aquí no se salva ni San Juan de la Cruz. Escuche, le voy a recitar un poema suyo y me dice qué le parece.

 

La invitación al otoño

 

Tu imperativo andar, tu infatigable

modulación de mar bajo la lluvia

que refresca con agua aún no mecida

el retoñar continuo de sus olas;

tu ingenuo, y arrogante, y despeinado

velero musical siempre alejándose

de la paciente orilla resignada

a un rumor de pisadas veraniegas;

tu corazón en marcha y sus amuras

salobres donde posan las gaviotas,

me obligan a mi altiva permanencia

y riguroso páramo de estío.

Pero tu voz de arroyo en la penumbra

que inciensan temblorosas arboledas,

tu empañado mirar sobre mis años,

tu cintura de espuma que se ensancha

con bendición de hogaza recién hecha

y bienestar de establo navideño;

la canción de tus labios vagamente

infantil y esa niebla entre frutales

insinuados, cada vez más tuyos,

me invitan al otoño.

Con racimos

de antes de mi embriaguez y mi experiencia

junto al viejo brocal voy aprendiendo

dulcemente de ti las campesinas

labores que te habitan, los dorados

confines de regreso a tu bodega

de agrietadas paredes, los azarbes

por donde se entra el campo holgadamente

sonoro y luminoso hasta tu júbilo

dormido de campanas, y el nocturno

pequeño ruiseñor que te bosqueja

la ternura en la sombra y voy surcando

con obstinados brazos soñadores

ni vocación de ti, mi vieja historia

como añosa corteza de palabras

repetidas sonando hacia la muerte,

y en vez de un mustio error de hojas caídas

un lagar bien pisado y la ignorancia

con que mis ojos vuelven a sentirse

primeros otra vez en la aventura

de mezclar tus visiones con las mías.

 

Porque más sosegado que el vacante

perfil de cada luna en la ventana

nuestro quehacer arraiga como el seto

de laureles oscuros que conducen

el hondo caminar hasta las muelles

marismas cenicientas, ya en el borde

del aire anochecido.

 

Y ya ha pasado

nuestra evasión de entonces. Maternales

se han hundido las horas como surcos

de la tierra que vuelve a su fatiga,

y en la mansión que el viento restablece

con fragancia de esbeltos troncos muertos

nadie olvida a la carne, está encendido

su hogar, la victoriosa llama que arde

con chasquidos del bosque que ocupaba

la espaciosa llanura (hoy congregando

ruedos de sembradura y leguas yermas

de sed alrededor de cada pueblo).

 

Y por eso más cerca de este gozo

posible y situado entre las cosas,

con dolor no excesivo estamos juntos

tu realidad y yo, y están pasando

perezosas las nubes y plomizas

sobre los áureos flancos vegetales

de tu consentimiento. Están volviendo

con polvorientos pies envejecidos

y arrugas en la piel y sol mohoso,

como si hubieran (hace muchos años)

pasado ya otra vez (y de esta misma

manera), cuando el trigo que el solsticio

de junio ha derramado por las eras

no era más que un rubor embelleciéndote

y una rubia semilla apenas rota

presidiendo las tardes otoñales

desde tu oscura cueva abastecida

de ajeno porvenir y tiempo nuestro.

 

 

 

-         Oiga, le digo que no está nada mal. ¿Cómo me ha dicho que se llamaba este poeta?

-         Luis Felipe Vivanco.

-         Pues me lo apunto porque puede que fuera un facha irredento, pero escribía bastante bien.

 

Ambos jubilados se dan la mano y se separan cada uno rumbo a sus casas. Don Cipriano pensando que no escribía mal ese tal Vivanco y don Eloy feliz por haber hecho un poco de justicia con un poeta olvidado.





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