Estamos en un parque
de una ciudad española de provincias. Don Cipriano y don Eloy están hablando en
un banco, a la sombra de la estatua de un prócer.
-
Pues le digo a usted, don Cipriano,
que he leído una antología de un poeta de esos que llaman de la Generación del
36 y me ha gustado mucho.
-
No veo cómo sea posible esa
aseveración pues bien sabido es que todos esos poetas son unos fachas
irredentos.
-
¿Y qué me quiere decir a mí con eso,
don Cipriano?
-
Pues que no sé para que pierde usted
el tiempo leyendo a poetas que ya están pasados de moda. Lea usted a la Megan
Maxwell cuyas novelas…¡En fin, que son una gozada en el sentido pleno de la
palabra y que te elevan la moral y otras cosas que no le voy a decir, pero que
usted se puede suponer!
-
Le recuerdo que, en aquella generación,
había poetas de altísima calidad como Luis Rosales, Leopoldo Panero o Germán Bleiberg.
-
No lo dudo, pero mi interés es nulo
por aquellos servidores del hombre de El Pardo.
-
Al que yo me refiero es a Luis Felipe
Vivanco.
-
¿Vivan…qué?
-
Vivanco, Luis Felipe Vivanco. Era arquitecto
y poeta. Y fíjese qué cosas: nació en El Escorial.
-
¡Claro! ¡No me diga más! Y escribiría
en Escorial esa revista de adictos al
régimen que sólo sabían escribir sonetos y hablar de Dios gastándose un
existencialismo de segunda fila que enfada al quien lo lee.
-
No estoy de acuerdo con usted, pero
sobre todo, le quiero hacer una pregunta: ¿Lo ha leído?
-
No puedo perder tiempo con poetas fascistas.
-
Pues hace usted mal, don Cipriano,
porque es poeta de altos vuelos.
-
Sí, de muy altos vuelos. Voy a mirar
lo que dice la Wikipedia de él. A ver, veamos, ¡aquí lo tengo! :
En
octubre de 1941, fue invitado por el ministerio de Propaganda del Reich a
realizar una gira por la Alemania nazi junto con el ideólogo fascista Ernesto
Giménez Caballero. Ambos serían los representantes españoles de la denominada
Asociación de Escritores Europeos, de carácter pronazi e ideada por Joseph
Goebbels como respuesta internacionalista al PEN Club, este último de tendencia
aliadófila durante la Segunda Guerra Mundial.
-
¡Pues vaya personaje que me trae hoy
esta mañana, don Eloy!
-
No sabía nada de lo que me ha leído ni me
importa. No he venido a juzgar a nadie moralmente. Mire usted, don Cipriano, un
poeta escribe bien o mal con independencia de su categoría moral. ¿Acaso no le
bailaba el agua a Stalin Pablo Neruda? ¿Acaso el mismo don Pablo no abandonó a
una hija enferma y nada quiso saber de ella? Le digo muy seriamente que, como
dice nuestro común amigo Jesús Saiz Rioja que, por cierto, no sé cómo no ha venido hoy al banco este del
parque, si empezamos a leer autores tan
sólo impolutos moralmente, aquí no se salva ni San Juan de la Cruz. Escuche, le
voy a recitar un poema suyo y me dice qué le parece.
La
invitación al otoño
Tu
imperativo andar, tu infatigable
modulación
de mar bajo la lluvia
que
refresca con agua aún no mecida
el
retoñar continuo de sus olas;
tu
ingenuo, y arrogante, y despeinado
velero
musical siempre alejándose
de
la paciente orilla resignada
a
un rumor de pisadas veraniegas;
tu
corazón en marcha y sus amuras
salobres
donde posan las gaviotas,
me
obligan a mi altiva permanencia
y
riguroso páramo de estío.
Pero
tu voz de arroyo en la penumbra
que
inciensan temblorosas arboledas,
tu
empañado mirar sobre mis años,
tu
cintura de espuma que se ensancha
con
bendición de hogaza recién hecha
y
bienestar de establo navideño;
la
canción de tus labios vagamente
infantil
y esa niebla entre frutales
insinuados,
cada vez más tuyos,
me
invitan al otoño.
Con
racimos
de
antes de mi embriaguez y mi experiencia
junto
al viejo brocal voy aprendiendo
dulcemente
de ti las campesinas
labores
que te habitan, los dorados
confines
de regreso a tu bodega
de
agrietadas paredes, los azarbes
por
donde se entra el campo holgadamente
sonoro
y luminoso hasta tu júbilo
dormido
de campanas, y el nocturno
pequeño
ruiseñor que te bosqueja
la
ternura en la sombra y voy surcando
con
obstinados brazos soñadores
ni
vocación de ti, mi vieja historia
como
añosa corteza de palabras
repetidas
sonando hacia la muerte,
y
en vez de un mustio error de hojas caídas
un
lagar bien pisado y la ignorancia
con
que mis ojos vuelven a sentirse
primeros
otra vez en la aventura
de
mezclar tus visiones con las mías.
Porque
más sosegado que el vacante
perfil
de cada luna en la ventana
nuestro
quehacer arraiga como el seto
de
laureles oscuros que conducen
el
hondo caminar hasta las muelles
marismas
cenicientas, ya en el borde
del
aire anochecido.
Y
ya ha pasado
nuestra
evasión de entonces. Maternales
se
han hundido las horas como surcos
de
la tierra que vuelve a su fatiga,
y
en la mansión que el viento restablece
con
fragancia de esbeltos troncos muertos
nadie
olvida a la carne, está encendido
su
hogar, la victoriosa llama que arde
con
chasquidos del bosque que ocupaba
la
espaciosa llanura (hoy congregando
ruedos
de sembradura y leguas yermas
de
sed alrededor de cada pueblo).
Y
por eso más cerca de este gozo
posible
y situado entre las cosas,
con
dolor no excesivo estamos juntos
tu
realidad y yo, y están pasando
perezosas
las nubes y plomizas
sobre
los áureos flancos vegetales
de
tu consentimiento. Están volviendo
con
polvorientos pies envejecidos
y
arrugas en la piel y sol mohoso,
como
si hubieran (hace muchos años)
pasado
ya otra vez (y de esta misma
manera),
cuando el trigo que el solsticio
de
junio ha derramado por las eras
no
era más que un rubor embelleciéndote
y
una rubia semilla apenas rota
presidiendo
las tardes otoñales
desde
tu oscura cueva abastecida
de
ajeno porvenir y tiempo nuestro.
-
Oiga, le digo que no está nada mal.
¿Cómo me ha dicho que se llamaba este poeta?
-
Luis Felipe Vivanco.
-
Pues me lo apunto porque puede que
fuera un facha irredento, pero escribía bastante bien.
Ambos
jubilados se dan la mano y se separan cada uno rumbo a sus casas. Don Cipriano
pensando que no escribía mal ese tal Vivanco y don Eloy feliz por haber hecho
un poco de justicia con un poeta olvidado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario