Lo
que ya peinamos canas recordamos cómo en los tribunales de oposiciones, para
asignarte un texto en latín o en griego y traducirlo, metían, en ocasiones, el
DNI del opositor y abrían el libro por donde el “plastiquillo” se había abierto
camino entre las páginas. Pues ya veis, eso era, de alguna manera, una sors vergiliana. Las sortes vergilianae fueron durante muchos
siglos un método de adivinación que usaba de las obras de Virgilio para
predecir el futuro. Alguien abría al azar un libro de Virgilio e interpretaba, más
en concreto, allí donde sus ojos se posaban, lo que le salía escrito Y. Francisco López
Jurado ha escrito un libro sobre las sortes
que merece la pena leer y el gran Theodor Haecker en su obra cuasi divina Virgilio, padre de Occidente, cuenta
cómo un inglés, amante de Virgilio, abría sus libros con la intención de saber
cómo se iba a desarrollar la llamada Gran Guerra o Primera Guerra Mundial.
Cuenta el filósofo alemán que, después de la caída de Rusia, los ojos del
inglés se fueron a posar sobre el pasaje en el que se describe el final de
Príamo:
iacet ingens litore
truncus
avulsumque humeris
caput et sine nomine corpus.
que en castellano
dice así:
yace en la playa el
enorme tronco
y ha sido arrancada
de los hombros la cabeza: un cuerpo sin nombre.
Suponemos que el inglés interpretó este
cuerpo de Príamo en la playa como la Rusia que había caído.
Recordad que san Agustín en sus Confesiones, nos cuenta cómo estando en
el jardín de su casa escuchó una voz que le decía tolle, lege. Otros dicen que eran unos padres que se lo decían a su
hijo en un jardín vecino. Es igual, Agustín de Hipona cogió la Biblia y la
abrió “al azar” por un texto paulino en el que se invoca a Cristo en la pureza:
“al que esté flaco en la fe, recibidlo”.
Pues ya veis, entre el ruso y san Agustín creo que os ha quedado más o menos claro en qué consisten las Sortes vergilianae de las que os invito a usar cuando gustéis y, muy en especial, cuando no tengáis claro vuestro futuro.
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