Decía
(y supongo que seguirá diciendo pues muchos años son los que llevo sin ver a
tan querido amigo) Pablo Perera, el filósofo de Saucelle, que le bastaba con
leer las primeras líneas de una novela para saber si era buena o mala. Veréis,
la historia es que yo padezco el “mal del intelectual” que consiste en
despreciar, de entrada, una novela que haya recibido el Premio Planeta y, en
este caso, esta novela lo recibió en 1986. Su autor fue Terenci Moix que, como
ya tengo dicho aquí, se llamó en el siglo Ramón Moix Meseguer y que adoptó ese
pseudónimo , digo yo, que por Terencio, el gran comediógrafo latino, el hombre
de la sonrisa frente a la risa, en
ocasiones algo vulgar, de Plauto. Yo tenía enormes reticencias para leer esta
novela y me estaba resistiendo desde hacía algún tiempo, pero hete aquí que
llega el verano y, con el verano, más tiempo libre y, con el tiempo libre, la
posibilidad de leer No digas que fue un
sueño la novela de Terenci, tan mediático y tan operístico el muchacho. Me
pongo a la labor y me llevo una muy grata sorpresa porque la novela sigue muy
fielmente a Plutarco y está escrita con muy buena pluma (no es un chiste malo,
por favor). Pero vamos al arranque de mi buen amigo Pablo, la prueba de fuego
para una novela. Sí, sé que me vais a decir que está un poco recargada, que se
le ha ido la mano como a Flaubert en su Salambó,
pero es que, a mí, me gusta que, de vez
en cuando, se le vaya la mano a un escritor. La novela empieza cuando Cleopatra
se entera de uno de los abandonos de Antonio (Atentos):
Y DIJO LA MUJER:
-
Maldito
sea Amor, que me asesina. Teñid de
muerte el Nilo. Poned luto a las nubes. Convertid Egipto en un sepulcro.
Y así se hizo. Y el espanto fue
descendiendo por el río. Y la muerte se instaló en las orillas. Y cayó el
infierno sobre el universo.
Cumplida la orden, una densa nube
negra entoldó los cielos en los que jamás hay nubes. Por lo insólita, dijérase
el velo de una diosa traicionera. Dijérase sangre podrida goteando sobre los
frondosos palmerales, las forestas de papiros, los huertos y jardines que un
día fueron fértiles.
Una galera real llegaba acompañada
por himnos tristes con majestuosa lentitud en busca de los confines más remotos
del reino; allí donde éste se pierde en los desiertos que corren en busca de las
selvas ignotas, donde dicen que nace el río santo.
La negrura llegaba acompañada por
himnos tan tristes como el día. Era la incesante percusión de cien timbales
doloridos. Era el batir de cien remos en las aguas, tan tristes a su vez que
también se habían vuelto negras (…)
Y basta que hace mucho calor en este
día de agosto para andar picando texto del libro de Terenci Moix. Creo,
sinceramente, que, con este fragmento os podéis hacer una idea de cómo es la
novela. Un servidor, aun padeciendo el “mal del intelectual” os la recomienda.
Luego, vosotros haced lo que os venga en gana.
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