lunes, 22 de diciembre de 2025

EL SORTEO DE NAVIDAD

 


 

Mientras escribo esta entrada, estoy oyendo la cantinela de los niños de San Ildefonso que cantan los números de la Lotería de Navidad y un río de recuerdos se llega hasta la vieja ensenada en donde mi vida de hombre maduro va viendo – con horror_ pasar el tiempo. Oigo la puerta de casa que se abre y es mi abuelo Luis que llega desde la carbonera con la caja del belén oliendo a musgo y a serrín; oigo a mis abuelos paternos que llegan con una caja llena de rosquillas de la Jani y contando cómo la nieve cubría los puertos; me llega , desde la cocina, el olor al café de puchero de abuela Patro y de una fuente de suizos, con su azúcar por encima formando una costra de gozo inefable. Veo a un niño que, en un lejano 1979, mira, por primera vez, en color los bombos del sorteo que, hasta tan histórica fecha, habían sido siempre en blanco y negro. Y ese niño supone los Reyes en la lejanía mientras coloca unos Reyes de plástico pequeñitos que su abuela le compró en la juguetería de Eloy Gonzalo esquina a Cardenal Cisneros, justo enfrente de donde paran el 16 y el 61, los autobuses que llevan a casa. Eses niño recuerda el armario con cristales en donde estaban los Reyes y cómo, unos pasos antes de llegar a la juguetería estaba la vieja Cacharrería Azul con la niña que miraba el mundo con sus ojos achinados pues era subnormal, la manera un tano cruel que teníamos entonces para nombrar a los afectados por el síndrome de Down. Han pasado demasiados años y el niño –adulto que ve la vida desde cerca de la desembocadura lleva en su alma la nostalgia de un paraíso perdido y comprende el dolor de Adán cuando un ángel disfrazado de alguacil (Sabina dixit) lo expulsó del paraíso. Ahora debería sonar una escolanía o el mismísimo Manolo Escobar cantando Los peces en el río, en ese río que ha llegado a la ensenada que va preparando el final, que va preparando el encuentro con ese mar que es el morir como dijo ya hace tantos años Jorge Manrique.

         He dejado de escribir porque mi hijo Alonso me avisa d que ha salido el “gordo” que, por supuesto, no nos ha tocado. Nunca nos ha tocado nada en la vida; al contrario, lo poco que hemos hecho ha sido a base de trabajo y de un plus de sufrimiento. Recuerda el niño triste desde la ensenada que a su abuelo le regalaban una caja de botellas de Fundador en la que venía el famoso disco del “Fundador”. Al final de ese disco, un vinilo de 45 r.pm., con canciones de Miguel de los Reyes,  una voz te podía avisar de que te había tocado una nevera o una lavadora y el niño recuerda  que  pedía por lo “bajinis” que no les tocara porque, si así fuera, tendrían que desprenderse de aquella vieja lavadora que había en casa. El niño se da cuenta de que lo sensible le ha jugado en la vida malas pasadas y , por eso, deja de escribir y se va a ver el sorteo de nuevo, justo en el momento en que los agraciados salen la administración afortunada descorchando una botella de sidra “El Gaitero”, famosa en el mundo entero, que ya no es lo que era porque le han quitado al pobre gaitero de Libardón que era el logo de la marca de Villaviciosa. Sin gaitero, sin gordo, sin lavadora, el niño – adulto ve cómo el río lo va llevando a la mar. Pero ya ni siquiera siente miedo. Al fin y al cabo, aquel  mundo ya se ha perdido y éste de ahora no conoce el niño. La vida que, para el año próximo, le hará apostarse con un cuaderno para tomar “al oído” los números que luego abuelo Luis comprobará en la lista que, por la tarde, publicará el “Pueblo”. Ya no hace falta el “pueblo” porque las listas se ven en Internet y, con tan sólo meter el número en tu móvil, sabes que no te ha tocado. Así es la vida a la que hay que dar gracias porque, un año más, hemos visto meter los números y los premios, hemos visto a los que han pasado la noche en la calle para “pillar “ sitio en el Real y a los que lo  celebran en una cafetería cercana al mítico teatro madrileño. Y también hay que dar gracias porque veremos la alegría de los afortunados mientras nos deseamos salud. Para celebrad tantas cosas, oigo en Spotify, ya no en el viejo tocadiscos Philips de pilas, el “Gracias a la vida” de Joan Báez. Todo cambia, pero todo permanece a un tiempo y hay un eterno retorno que nos lleva de nuevo a escuchar a abuelo Luis entrar por la puerta con la caja del belén y ver llegar a los abuelitos Julio y María con su caja de rosquillas de donde la Jani. Quizás siguen con nosotros sin nosotros saberlo y en este círculo vital volverán a lo largo de la mañana. De ilusión también se vive.

 

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