domingo, 22 de febrero de 2015

A CRIANÇA EM RUINAS



Me ha gustado la poesía de José Luis Peixoto y espero que también me guste su prosa una vez que lea O ceméterio de pianos. Este buen escritor portugués de las últimas generaciones parece haberse liberado del trauma de las Guerras Coloniales que tanto marcaron a Antunes o a João de Melo.  Su poesía recogida en este libro que se llama “A criança em ruinas es poesía de calidad que quizás anda pidiendo un pide un traductor a nuestra lengua.  De otro libro suyo, os presento este poema:

Amor

o teu rosto à minha espera, o teu rosto
a sorrir para os meus olhos, existe um
trovão de céu sobre a montanha.

as tuas mãos são finas e claras, vês-me
sorrir, brisas incendeiam o mundo,
respiro a luz sobre as folhas da olaia.

entro nos corredores de outubro para
encontrar um abraço nos teus olhos,
este dia será sempre hoje na memória.

hoje compreendo os rios. a idade das
rochas diz-me palavras profundas,
hoje tenho o teu rosto dentro de mim.

José Luís Peixoto, in "A Casa, A Escuridão"

 

EL AMOR EN HERMANN HESSE


Hermann Hesse es un viejo amigo que conozco desde los dieciséis años cuando, recomendado por una amiga de la familia que era psicóloga, leí El lobo estepario y, por qué echarme ahora flores, no lo entendí mucho. Luego vinieron Demian o Bajo las ruedas y, sobre todo, su poesía que me impactó y me sigue impactando aunque en España no es muy conocida y que me llegó gracias a Richard Strauss que puso música a algunos poemas en sus Cuatro últimas canciones. El otro día en Sandoval, esa trinchera en la que resiste Miguel, el gran librero de Valladolid, encontré un librito pequeño de Austral básicos y me lo compré. El librito se titula Cuentos de amor y su autor es este autor alemán del que vengo hablando desde el comienzo de la entrada. Y no me ha defraudado pues el autor escribe diferentes cuentos con diferentes amores que, al juntarse en esta edición, forman una especie de precioso camafeo de gran valor. Adolescentes con sus primeros besos, el amor del bajito y acomplejado Herr Onhgelt o esa niña que ve el amor maduro de dos amantes, uno apasionado y el otro ya de vuelta de todo y, al contemplar el amor así, en estado crudo, sufre una fascinación o reacción extraña que la lleva a  comenzar a dar vueltas alrededor  de la pareja. No estamos ante cuentos rosas sino ante relatos breves de amor de gran calidad. Y, por cierto, estamos ante amor, precisión muy necesaria en estos tiempos en que sexo y amor se confunden siendo ambos tan necesarios para el hombre, pero con el consiguiente discernimiento entre uno y otro y con el consiguiente conocimiento de su correcta ubicación.

EL PADRE FEIJOO



Hace ya algunos años, mi buena amiga María Ángeles Valencia se extrañaba de que el más ilustre representante de la Ilustración española fuese un cura. Frente a un Voltaire de los franceses, los españoles teníamos a un benedictino gallego había profesado durante más de cincuenta años en Oviedo. María Ángeles lo decía porque consideraba nuestra Ilustración como menoscabada al recaer en un fraile el ser su abanderado. Pero mi buena amiga filósofa estaba en  un craso error porque este gallego nacido en Casdemiro, Orense, el 8 de octubre de 1676 y que estudió en el colegio que los benedictinos tenían en San Salvador de Lérez, en mi muy querida Pontevedra, tal y como dice Ramón Pérez de Ayala, “combatió la rutina intelectual, el embeleco científico y la superstición aristotélica”. Y nos sólo aristotélica, don Ramón, sino de cualquier tipo en una España en donde la superstición campaba a sus anchas y en donde la filosofía se había convertido en una jerga escolástica. Pues bien, “este ciudadano libre de la república de las letras”, como se llamaba a sí mismo, dotado de una inteligencia viva y de una sensibilidad delicada, supuso una candela encendida en aquella España de la nigromancia. El doctor Marañón le dedicó un trabajo y Azorín lo califica de “rebelde en el sentido de no aceptar los convencionalismos de su tiempo y de su ambiente”. Merece la pena una relectura de sus obras en esta España en la que faltan los rebeldes con causa y los probos como lo fue él que , pese a que le ofrecieron en ocasiones pingües prebendas, nunca las aceptó. Todo un ejemplo de vida para los tiempos que corren.

EL CASTRO DE LORENZO OLIVÁN


He leído a Lorenzo Oliván porque vi, en la reseña, que era de Castro y, para mí, ser de Castro es ya un punto a favor. Me encanta esta bella ciudad marinera de la costa cantábrica hasta la que me llegue un día oyendo en el coche la séptima de Bruckner. Me encanta su casco antiguo para ir a tomar chiquitos y siento que se haya convertido en una ciudad dormitorio de Bilbao, pero lo que llaman desarrollo es un atropello urbanístico en muchas ocasiones. De Castro era Ataúlfo Argenta, el gran director de música, que se nos fue tan joven. Pero en fin, se supone que quería hablar de Oliván y contaros lo que he sentido al leer su libro. Oliván fue premio Loewe, ese premio en el que anda Jaime Siles, y ha tenido varios premios más. Ya os digo que me puse a leerlo y que se me fue la mente a las playas de Castro, a la música de Bruckner, a la cercanía del Botxo con sus anchos de San Filippo en el bar La Viña. Y me vi paseando por ese paseo tan elegante que tiene castro. Pero ya veis, no me consigo centrar y hablar de la poesía de Oliván. Veamos, quiero deciros que el libro está bien, que ha ganado su autor premios como el Loewe, esos señores que se dedican a la fabricación de bolsos y carteras de lujo, en las que llevan los ministros del Reino sus importantes papeles;  que ha tenido otros premios y que escribe bien porque, si no, no hubiera ganado tantos premios de esos que se reparten entre los amiguetes de la casta, más hartos de hacer pasillos que un bedel de ministerio. Pero sigo sin hablar del poeta,  pero es que es tan bonito Castro y tiene esas playas y se toman unos chiquitos tan maravillosos en su casco viejo, lleno del olor del mar. En fin…

 

sábado, 21 de febrero de 2015

EL PRIMER CANTO DEL MIRLO


El día 16 de febrero, he oído cantar por primera vez al mirlo este año. Antes he tenido como sospechas, como falsas audiciones, pero el lunes su canto era diáfanamente claro rompiendo la madrugada de este mes tan variable y tan orate. Y un mirlo lleva a otro mirlo y vuelve a sonar en mis oídos el mirlo que cantaba allá en Madrid en el jardín del Colegio Alamán o los mirlos de Cangas de Onís o de Comillas. Su voz anuncia la luz que ya va avanzando,  alborada a alborada; esa luz que va dando la esperanza de la primavera de los almendros en flor. Recuerdo aquellos versos de unos Goigs que se cantan en la Iglesia de Castelló de Ampurias y que, cuando estuve allá en mi adolescencia, me impresionaron sobremanera y que me han servido como canto de febrero:

 

Quan l’hivern amb son regnat

a la seva fí ja toca

i ufaneja al camp el blat

i l’avellaner ja floca,

Vos veniu Flor de Febrer,

odorant, primicera.

Blanca Flor, com d’ametller,

Mare de Déu Candelera.

         Y retornan a mis recuerdos aquellas tardes en la casa de López de Hoyos cuando en la habitación de la abuela la luz se iba quedando un poquito más cada día quizás para oler aquella botellita de Álvarez Gómez que guardaba  en la repisa del cubre -radiador. Y aquellos días en que ya parecía que el verano estaba tan cercano porque ya se notaba calor en las aulas de la facultad y había que abrir las ventanas. Claro que luego venía Paco con la rebaja y volvía el frío y el tiempo, como decía abuelo Luis, no asentaba. Y sin asentarse estaba hasta el cuarenta de mayo en que ya, por fin, nos quitábamos el sayo.

 

LA ORACIÓN EN MADRE CORAJE



Tras la lectura de Madre Coraje de Brecht, obra ya muy conocida por todos y de cuyo argumento creo que es excusable tratar, quiero centrarme en la escena undécima en la que los habitantes de Halle, ciudad protestante, va a ser asaltada por los católicos. Todos se arrodillan y rezan un peculiar padre Nuestro. Al poco, Catalina, se levanta y va a buscar un tambor al carro.  Regresa y, subida en lo alto de la torre, toca y toca hasta que es abatida de un balazo. Brecht, que siempre vio la religión como algo alienante como un resto de una época ya superada del desarrollo humano, ve ,en esta escena , una oposición entre facere et orare, entre la contemplación y la acción y le sirve como prueba, para él irrefutable, de que la religión sólo sirve para paralizar a los hombres porquees con la acción con la que se consiguen las cosas, no con la contemplación del orante. Para Brecht, recurrir a Dios es un intento de ignorar la realidad y también de no querer ver nuestros propios fallos. 

         Pero Brecht se equivoca de medio a medio pues la auténtica oración de petición consiste en pedir a Dios para que nos conceda aquello para lo que hemos puesto previamente los medios. Nisi Dominus ædificaverit domum, in vanum laboraverunt qui ædificant eam ,es decir, que “si el Señor  no edifica la casa, en vano se esfuerzan los que la construyen” se dice en el Salmo 126. Necesitamos la ayuda de Dios, pero tenemos que construir la casa. Brecht también ignora que el católico va a la oración con esperanza y que, como dice el refrán, la actitud es la de “ a Dios rogando, pero con el mazo dando”. Pero Brecht quería construir una sociedad sin el “estorbo de Dios” que sería una superestructura de gran rigidez dogmática. Sin embargo, Brecht no quiere ver que, en esas sociedades marxistas sin Dios, es en donde más proliferan las superestructuras dogmáticas. Y si no, que se lo pregunten a Dostoiesky o a Shostakovich que las sufrieron.

jueves, 12 de febrero de 2015

SEÑORA DE LAS VIÑAS



Desde hace muchos años, he sentido una gran devoción por Yannis Ritsos, ese gran poeta nacido en 1909 en Monemvasiá. Recuerdo aquella traducción que prologaban Fernández Galiano y Goyita Núñez Esteban, profesora mía en la Complutense, en los clásicos de Plaza&Janés. La poesía de Ritsos huele a mar, a monte, a la leche recién ordeñada., a  libertad. Sus versos tienen la luz de Grecia y el silencio milenario de los olivos y por ellos corren caballos de cristal que retumban en las vacías tinajas. He leído ahora Romiosyne y La Señora de las Viñas en una excelente traducción de Juan José Tejero que hace una edición muy cuidada con el texto griego confrontado. Leyendo estos poemas , todos encontramos el pomo de la casa de nuestros padres mientras ascendemos la escalera pájaro a pájaro.   

DE LO SUBLIME


Siempre conviene regresar a los clásicos porque son como la case del padre cuyas muchas moradas siempre albergan una cama para nosotros y nuestros sueños. La lectura de Longino, y su De lo sublime nos lleva directamente, al mundo del buen gusto y nos aleja de los zafio y de lo chabacano que no sólo florece (es un decir) en la televisión sino en la “seriedad” de la lectura. Dice en la página 16 que “sólo es realmente grande aquello que ocasiona una reflexión profunda”. Poco o nada se reflexiona en el mundo de hoy y por eso se desconoce lo realmente grande pues, con la ignorancia, todo lo consideran enorme. No  hay relativización de los logros en las artes y así nos pasa, que cada día estamos descubriendo el Mediterráneo. Yo le recomiendo a todos estos artistillos baratos que se lean a Longino y que tomen nota de lo que dice porque ¡buena falta les hace!