domingo, 26 de enero de 2020

DE POR QUÉ CATALUÑA SE VOLVIÓ RICA Y GALICIA POBRE


Dejadme que os cuente que había una región en España que en cuyos campos se cultivaba el lúpulo, el lino y el maíz, esa planta americana que se había adaptado muy bien a sus valles femeninos y tiernos; esa región, entre 1571 y 1752, había duplicado su población. Sin embargo, con la llegada del siglo XIX y de los gobiernos liberales, aquella provincia vio cómo se desangraba su población y cómo sus hijos embarcaban para buscar una vida mejor en tierras americanas. ¿La razón? Habría que hablar de razones.

         La primera fue que los gobiernos liberales obligaban a los campesinos a pagar en líquido y no en especie como ocurría en el Antiguo Régimen cuando los campesinos pagaban a los eclesiásticos; la segunda, que esos gobiernos liberales apostaron por el algodón catalán frente al lino que había sido la gran riqueza para la región de la que venimos hablando. Fue el comienzo de una serie de privilegios comerciales para Cataluña cuyos productos se vendían en el resto de España libres de aranceles aduaneros mientras que los productos que les podían hacer la competencia eran gravados aunque fueran de mejor calidad. El resultado fue que una industria próspera, también muy bien  llevada por una burguesía inteligente y culta, hizo de Cataluña una región rica y de Galicia, pues de ella hablamos, una región a la que se iba marginando poco a poco. Cataluña tendría enseguida tren, pero Galicia tuvo que espera casi cuarenta años para la línea del norte y casi cien para la del sur.

         Por suerte, las cosas han cambiado para esta región española y, a día de hoy, Galicia ha recuperado su salud. Cierto es que el AVE no se sabe cuándo llegará, pero cuenta con unas infraestructuras que hace menos de cincuenta años ni siquiera se soñaban.

         Esperemos que todo siga así para Galicia. Sin embargo, en otro entrada os contaré cómo hubo una región que todavía no se ha recuperado. Pero dadle tiempo al tiempo.

 

PEDRO DE LORENZO, EL EXTREMEÑO DE PRO


Cuando yo era pequeño había en televisión un programa que se llamaba Los ríos de cuya música aún me acuerdo y de cuyo guionista os quiero hablar. El escritor de aquella serie fue Pedro de Lorenzo, un extremeño del que no había leído nada hasta que, el año pasado, empecé a mirar cosas suyas por Internet e Iberlibro y me leí Fantasía en la plazuela y este que paso a comentar: Al oeste, Portugal. El primero me gustó mucho porque yo también tuve de pequeño una plazuela con su quiosco y sus negrillos, su fuente y sus bancos. Iba allí a comprarme los cuentos y del ventanuco salía el olor a los chuches y las revistas. Era el kiosko de Ceci. Del segundo, deciros que sólo con que aparezca el nombre de Portugal hace que me acerque hasta el casi con devoción. Pedro de Lorenzo tiene mucho de Azorín, de ese contar sobre el alma de su tierra extremeña, esa tierra fronteriza y barroca cargada de soledad y de silencio. Pedro de Lorenzo ama a su tierra y ama a Portugal del que dice, citando a Eugenio D’Ors, que es la quintaesencia de España; de Lorenzo trata por extenso sobre dos poetas paisanos, “mi Aldana” y Meléndez Valdés, ese gran desconocido que merecería ser conocido y leído fuera de las aulas universitarias porque es un poeta elegante que escribe anacreónticas y odas llenas de finura y sensibilidad. Ya nadie habla de Pedro de Lorenzo, ya nadie recuerda Los ríos, esos dioses pardos y fuertes, pero yo quisiera, en esta tarde de enero de brasero y café, deciros que era un gran escritor que amaba a Portugal y que me ha descubierto a dos poetas portugueses fundamentales: Francisco Botelho y José Régio. Tan sólo por eso habría merecido la pena leerlo.


sábado, 25 de enero de 2020

MI ORIGEN DE LA TRAGEDIA ( CON EL PERDÓN DE DON FEDERICO NIETZSCHE)



Diversas teorías sobre su origen

 
  1. Teorías antropológicas y etimología de Tragedia.
 
El origen de la tragedia griega es uno de los tradicionales problemas no resueltos por la filología clásica. La fuente primaria de este debate se encuentra en la Poética de Aristóteles. En esta obra, el autor recoge documentación de primera mano sobre las etapas más antiguas del teatro en Ática. Su obra, por lo tanto, es una contribución imprescindible para el estudio de la tragedia antigua.
Respecto del origen de la tragedia los antropólogos han indicado, tal como lo confirma la etimología de la palabra, que se trata de un ritual de sacrificio, en el que se ofrecían animales a los dioses. Esto se hacía sobre todo para obtener buenas cosechas y buena caza. Momentos cruciales que determinaban la vida de los antiguos eran los de cambios astrales (equinoccio y solsticio, que marcan el cambio de una estación a otra). Los sacrificios se daban, por lo tanto, en estos momentos, por ejemplo, poco después del solsticio de primavera para asegurarse el advenimiento de esta buena estación para la agricultura. Como en otras religiones, incluso en la cristiana el momento de los sacrificios coincidía con la primavera en razón de que la difusión debió adaptarse a las fiestas paganas preexistentes, como el 25 de diciembre que cae cercano al solsticio de invierno. En una época prehistórica reciente, tales sacrificios tuvieron que ser transformados en danzas rituales, en las cuales la lucha primordial era de lo bueno (representado por el día, la luz, la primavera) contra lo malo (la noche y el invierno). Triunfaba finalmente lo bueno contra lo malo.
Quedan todavía muchos puntos oscuros sobre el origen de la tragedia. El primero refiere a la etimología de tragedia (τραγδία). Se distinguen en ésta la raíz de «macho cabrío» (τράγος / trágos) y cantar (δία / odía), sería por lo tanto «el canto del macho cabrío», quizás en referencia al premio que era dado al vencedor del certamen trágico (un macho cabrío); o el sacrificio de este animal sagrado a Dioniso, que frecuentemente acompañaba la fiesta en honor al dios. Una teoría más reciente de J. Winkler hace derivar el término tragedia del vocablo raro traghìzein (τραγζειν) que significa «cambiar de voz, asumir una voz de balido como las cabras», en referencia a los actores. A menos que, sugiere D'Amico, tragoidía no signifique más que simplemente «canto del macho cabrío» de los personajes satíricos que integraban el coro de las acciones sagradas a Dioniso. Otras hipótesis tentativas, han señalado una etimología que refiere a la tragedia como una oda a la cerveza.[1]
Lo que es posible afirmar con certeza es que la raíz trag- (τραγ-), incluso antes de referirse al drama trágico, fue utilizada para significar el estado «similar al de un macho cabrío», pero también a la aspereza, la lujuria, el placer de la comida, en una serie de palabras derivadas que gravita en torno al ámbito lingüístico del rito dionisíaco.
 
  1. Teoría aristotélica
 
Señala Aristóteles que la tragedia nace al inicio como improvisación, precisamente «del coro que entonaba el ditirambo» (π τν ξαρχόντων τν διθύραμβον,), un canto coral en honor a Dionisio. Al inicio estas manifestaciones eran breves y de un tono burlesco porque contenían elementos satíricos; luego el lenguaje se hace más grave y cambia incluso la medida, que de verso trocaico deviene en yámbico.
El ditirambo, originalmente improvisado, asume luego, una forma escrita y preestablecida. El primer ditirambo escrito fue la obra de Arión. El coro se dirigía al thymele (θυμέλη), el altar de los sacrificios y cantaba en círculo disponiéndose en torno al mismo.
Se puede suponer que en determinado momento en el que el coro entonaba este canto en honor a Dioniso, el corifeo, es decir el portavoz del coro, habría sido separado y habría comenzado a dialogar con el coro, convirtiéndose así en un verdadero personaje. Posteriormente el mismo coro, desdoblándose en dos semicírculos, daría vida a un diálogo entre los dos corifeos, y se introduce un hypocritès (ποκριτής, un contestador, posteriormente significará actor), que pronunciaba las palabras de Dioniso, mientras el coro se movía a su alrededor, dando así nacimiento al drama. Del canto épico-lírico, el ditirambo se transforma en teatro.
Mientras nacía y se estructuraba la tragedia propiamente, el espíritu más popular de los ritos y de las danzas dionisíacas sobrevivía en el drama satírico.
 
 
  1. Teoría de Francisco Rodríguez Adrados
 
El capítulo 1, "El teatro griego y sus orígenes", se encuentra conformado por  cinco artículos.
En el primero de ellos, "El mito y su función en la sociedad y el teatro griegos", el autor postula la existencia de una conexión estrecha entre el mito y el rito griegos, exceptuando la poesía épica, y señala que la particularidad del mito griego radica en su flexibilidad y variedad de interpretaciones y en su potencialidad para convertirse en tema de literatura. Según el autor, el mito constituye una forma de enseñanza, un modelo a seguir, y posibilita la creación de una literatura y un pensamiento nuevos.  Adrados considera que la fiesta griega, a la que define como atemporal, rompe con las normas de conducta establecidas y hace posible la aparición de una vinculación entre los ritos religiosos y los mitos, e indica que, a partir de ella, nacen la literatura y las artes y se efectúa la socialización del niño griego.
En este artículo, el autor realiza una diferenciación entre el mito ritual, originario, y el mito literario, difundido, ya que señala que, si bien el primero es similar en toda la cultura griega y aún en otras culturas, el segundo es un mito que ha sido seleccionado, depurado y orientado.
El autor afirma que la particularidad del mito griego radica, además, en su focalización sobre el hombre, pues los mitos que mayor trascendencia han tenido en la cultura helénica han sido aquéllos en los que los protagonistas han sido héroes, y no dioses.
Adrados identifica distintos niveles de mito: literarios, épicos, trágicos, cómicos, y señala que cada uno de ellos presenta una particularidad; el mito seleccionado por la épica tiene que ver con la lucha, el de la tragedia con el sufrimiento y con la muerte y el de la comedia no constituye un mito tradicional sino que es inventado por el poeta y aparece, para el autor, como un mito de segundo grado. R. Adrados sostiene que, a través de los mitos, la sociedad de la época debatía sus problemas, fundamentalmente los problemas del poder y del sexo. No obstante, afirma que llega un punto en el que el mito no resulta útil paro interpretar los problemas cada vez más complejos de la sociedad griega y que, por ello, comienza a desaparecer. Este hecho se evidenciaría en la muerte de la tragedia.
Sin embargo, señala, a pesar de la crítica racionalista y moralista, el mito se presenta revitalizado en el mundo actual.
En el artículo "Rito, mito y teatro griego antiguo", Adrados vuelve sobre la tesis señalada en el inicio: el teatro griego, tanto la tragedia como la comedia, se origina en una serie de rituales no dionisíacos, en oposición a lo que señala Aristóteles en su Poética. Reitera, por otra parte, que el teatro griego proviene de la fiesta, evento en el que se contaban y mimaban los antiguos mitos, reviviendo los orígenes del mundo e instruyendo a las nuevas generaciones. El autor analiza en detalle la actuación de los coros trágicos y cómicos, indicando su derivación de los coros rituales, del mismo modo que ocurre con la mayor
parte de la lírica griega, pues el coro, afirma, realiza una acción ritual.
Para. Adrados, el dramaturgo griego escoge una historia mítica o inventada y la expone a través de un coro y de actores que actúan de acuerdo con esquemas de contenido y forma tradicionales y mediante la duplicación o combinación de distintos rituales. En consecuencia, postula, los elementos rituales podían adaptarse para expresar nuevos mitos o combinarse para expresar los distintos momentos de un mismo mito.
Dentro de los rituales que mayor influencia han tenido en el origen  del teatro griego, el autor identifica el agón, el treno, el canto de súplica a la divinidad, el canto de victoria, el canto erótico y el de temor. Acto seguido, se detiene en el análisis de las particularidades de los agones teatrales, comparándolos con los agones rituales, de los que derivan, y los clasifica de acuerdo con la temática dominante en los mismos.
Adrados señala la existencia de una preferencia de la tragedia por el ritual del treno y de una preferencia: de la comedia por los corales eróticos, afinidades que se desprenden de la singularidad de cada género.
Afirma también  que la mayor parte de los elementos que se encuentran en las
manifestaciones teatrales, se encuentran también en la lírica popular y ritual.. Adrados considera que la historia de los géneros teatrales griegos,
así como de la lírica literaria, es la historia de su desritualización y deformalización. Concluye señalando que el teatro griego tuvo un papel
de enlace entre el rito y el mito y la literatura dramática, entre temas religiosos colectivos y temas individuales, entre estructuras formales tradicionales y estructuras literarias, y afirma que las formas dramáticas de otras culturas tuvieron su origen, también, en la conexión entre el mito y el ritual.
 
  1.  Teoría de Nietzsche

 

d.1) Origen musical de la tragedia

 

Para Nietzsche, es a partir de la música que la tragedia se origina y se comprende realmente. Parafraseando a Schopenhauer en su idea de que la música es una afirmación de la vida, una expresión de un primitivo y universal afán de vida; el autor deja nacer el arte dramático a partir de los cantos rudimentarios en honor a Dioniso. El hombre griego, en su cortejo báquico, en su danza pagana, despierta y exacerba las fuerzas de la naturaleza y las somete al poder armonioso del coro.
Durante la representación teatral griega, el canto del coro es el cogollo de la tragedia; es la suma de varios individuos fusionados en una sola voz, cantándole a la plenitud. Es a partir del coro que se desprenden enseguida los personajes célebres en la tragedia clásica (Esquilo, Sófocles, Eurípides): primeramente Dioniso, después los héroes y los dioses presentes en los poemas homéricos.
 
d.2 ) El pensamiento trágico
Habiendo introducido esta concepción griega del teatro, Nietzsche entra en materia con una idea que él apreciará por el resto de su vida: el pensamiento trágico.
Podríase concebir el alma trágica como una aceptación del mundo tal y como es en su manifestación inmediata y en su aspereza, sin promesas, ni esperanzas, de algún "más allá". El alma trágica es gozo pleno de los placeres terrestres, así como también aceptación de los males y las miserias: los dramas de la vida del individuo son vividos con humildad y estoicismo. De nada servirá buscar algún ideal, alguna condición de vida perfecta que se imponga como modelo; se tiene que acoger en su plenitud a la vida, como lo hace el animal.
Nietzsche afirma que esta alma trágica salida de la tragedia se mantiene presente en las obras de los dos primeros poetas trágicos griegos, Esquilo y Sófocles, pero que irremediablemente se debilita con el posterior y tercero, Eurípides.

 

EL MARCO ESCÉNICO DE LA TRAGEDIA GRIEGA




 

El teatro es sin duda una de las grandes aportaciones de Grecia a la cultura occidental.

El teatro surge en Atenas coincidiendo con el auge de la democracia y con el prestigio de esta ciudad en el resto de Grecia. También se cultivó en la Magna Grecia.

Los géneros teatrales griegos son: tragedia, comedia y drama satírico. Éste último se ponía en escena después de las tres tragedias. Se trataba de una pieza teatral de carácter alegre y festivo, en la que se representa un mito a cargo de actores que forman un coro de sátiros o silenos.

La representación teatral griega era parte del culto al dios Dioniso, dios de la fecundidad, y se ponía en escena durante las fiestas religiosas de Atenas dedicadas a este dios -Leneas y Grandes Dionisíacas -, en el marco de concursos que realizaba la ciudad, donde participaban los mejores poetas del momento; el destinatario era el pueblo de Atenas. En el concurso de tragedias cada autor presentaba tres tragedias y un drama satírico; en el de comedias cada poeta llevaba a escena una o dos obras, según la época.

Los gastos de decorado, vestuario y de todo lo que conllevara la representación de las obras eran sufragados por ciudadanos con recursos económicos (coregos), a quienes la ciudad encomendaba su organización como parte de sus obligaciones.

El lugar de la representación estuvo sujeto a cambios a lo largo del tiempo. En un principio se hacían construcciones temporales en el ágora, después se aprovecharon espacios naturales: una ladera servía de graderío y los espectadores se sitúan en principio sobre la tierra. Con el tiempo se instalan gradas, de madera en un primer momento, de piedra después. Estas últimas alcanzan una gran perfección pues favorecen la comodidad del espectador y la acústica. El graderío se divide en sectores, separados por escaleras en sentido vertical y por uno o más pasillos en sentido horizontal.

El espacio reservado para la actuación era la orchestra una explanada circular donde se desarrollaba los movimientos del coro. A ella se accede por dos pasillos adosados al graderío que se llaman parodos, la orchestra se cerraba por detrás con una especie de tienda de campaña o escena que hacía las veces de decorado y en donde los actores se cambiaban de ropa. Entre la orchestra y la escena se situaba el proscenio que, aunque en un principio estaba al mismo nivel que la orchestra, luego se elevó unos metros para permitir que el público tuviera mejor visión del desarrollo de la obra ya que en él se realizaba la actuación de los actores.

Aunque el decorado era muy simple, sabemos que en algunas obras se utilizaba un artefacto llamado mechané que era una especie de grúa que permitía introducir en escena desde arriba personajes, generalmente divinos, es el llamado deus ex machina del final de ciertas tragedias.

En cuanto a los actores que representaban las obras, nunca pasaron de tres, por lo que cada actor tenía que hacer varios papeles dentro de la misma obra; este hecho era posible gracias al uso de la máscara, que además permitía que la voz saliera con mayor fuerza y resonancia. Las mujeres no podían participar en la representación teatral, por tanto, los papeles femeninos eran representados por hombres que atildaban la voz para asemejarla a la de las mujeres.

Respecto al vestuario era característico el uso del coturno, un tipo de zapato alto, para hacer más altos a los actores y darles mayor solemnidad.

Los atenienses acudían masivamente a los espectáculos teatrales; la entrada costaba dos óbolos, aunque existía la posibilidad de entrar gratis para los ciudadanos más pobres.

 

Unidades de una tragedia

 

Como estableció Aristóteles en su Poética, toda tragedia consta de una serie fija de unidades:

  • prólogo: que sirve para centrar temáticamente la obra, en algunas de las tragedias más antiguas está parte no aparece.
  • párodos: es la entrada del coro en escena cantando y ejecutando una danza.
  • episodio: es la parte recitada por los actores. Se van intercalando episodios con los cantos del coro.
  • estásimo: cantos del coro que se intercalan con los episodios y que permiten que los actores se cambien de ropa y máscara.
  • éxodo: es la parte final de la tragedia en la que el coro sale de escena cantando y bailando.

Los cantos del coro de las tragedias griegas conservan el rasgo arcaizante de estar escritos en dialecto dórico y el recitado de los actores estaba expresado en ático.

La tragedia se nutre temáticamente de los antiguos ciclos legendarios (troyano, tebano, Jasón, Heracles…) , sin embargo esto no impide que se traten asuntos de la máxima actualidad que preocupaban a los ciudadanos, de ahí se desprende la función catártica que Aristóteles atribuía a la tragedia.
El análisis y la evolución de la tragedia griega ha de realizarse a través de las obras de los tres autores cuyas obras se han conservado hasta nuestros días: Esquilo, Sófocles y Eurípides.

 

 

miércoles, 22 de enero de 2020

JOSÉ ANTONIO FERNÁNDEZ GARCÍA, POETA DE CÓRDOBA


 

NADIE OÍA

 

Nadie oía el crepitar de las hojas 

en otoño. Tal vez porque  era todo silencio 

vestido de árbol, echando raíces 

en el bosque. Fue entonces 

cuando rugió el viento y pronunció su nombre: 

                                                                        -Alma.

Y de repente, el vientre de los álamos

se vistió de niña, y los arces huyeron,

y no quedó nadie: así la palabra de grande.

 

        
He tenido la fortuna de conocer a este poeta cordobés ( no voy a decir de nuevo aquello de” qué tienen en Andalucía para alumbrar tantos y tan buenos poetas) en Facebook y tuvo la gentileza de enviarme su libro “A bordo del mar” que es un libro sentido, hondo, con una estética que está muy cerca de mi manera de escribir y que me consuela porque me gusta esta poesía tan andaluza, tan “barroca”, tan sentida. Hace años que, cuando leí al grupo cordobés de Cántico (Aumente, Vicente Núñez o García Baena sin ir más lejos) me di cuenta de que en esa manera de escribir me reconocía. No es raro pues que me vea retratado en esta poesía que este poeta de Luque practica y que deja el aroma de la buena poesía que últimamente no se huele mucho porque nos hemos empeñado los poetas en hacer una poesía en la que el sentimiento queda fuera; es más, parece que el mundo actual, tan deshumanizado, se nos ha colado de rondón entre nuestros versos. Os he copiado ese maravilloso poema, pero también quiero copiaros, con el permiso de José Antonio Fernández García, el poeta de Luque, este poema que leo y releo. Va por vosotros.

 

EPÍLOGO

 

Si alguna vez muero, no quiero hacerlo de espaldas.

Llevadme a la montaña  gritadle al viento mi nombre

antes de que anochezca, sin rabia ni dolor,

que parezca que aún permanezco despierto.

 

Si alguna vez muero, no arrojéis a los ecos mis restos;

que vociferen cuanto les parezca por mucho que crezca la hierba.

Si alguna vez muero, no le pongáis trabas a los valles.

Llevadme hasta la desembocadura de un río

y dejadme desentrañar libre allí la inmensidad de los mares.

 

Si alguna vez muero, no permitáis que sea cadáver.

Desmantelar uno a uno cada miembro de mi cuerpo

y que liben libremente la abejas de mi piel

hasta endulzar la rigidez de las piedras.

 

Si alguna vez muero, no quiero hacerlo de veras.

Colocadme en una mano el pétalo de un lirio

y en la otra un libro en blanco de poemas.

 

Ahí queda. Para los entendidos.


CULPA Y PERDÓN EN LA TRAGEDIA GRIEGA



En la obra Orestes de Eurípides, el héroe le explica a Menelao que fue el mismo Febo Apolo el que le ordenó cometer el matricidio y Menelao le dice: “¿eras hasta tal punto ignorante del bien y la justicia?”. Frente a lo cual, Orestes sentencia: “somos esclavos de los dioses, sean lo que sean los dioses”.

Tenemos que partir de la idea de que los protagonistas de las tragedias no tenían libre albedrío, es decir, no tenían libertad de elegir entre el bien y el mal. Sin esa libertad, no podemos hablar de “pecado” en nuestra cultura judeocristiana.

Las “faltas” entre los griegos eran de dos tipos:




a.    Faltas heredada
b.   Faltas cometidas

Ni en una ni en otra tipo, podemos hablar de culpa pues el sujeto no tiene libertad.

  1. Faltas heredadas

El ejemplo más claro es el de Edipo que recibe dos culpas heredadas;

a.1) La culpa de Lámbdaco frente a los juegos de Dionisos.

a.2) La culpa de Layo que se enamoró del hijo de Pélope, hijo de Crisipo, en cuya corte trabajaba Layo de preceptor del muchacho. Crisipo maldice a Layo: si tuvieras un hijo, éste te matará.

La culpa de Layo pasa a su hijo Edipo y de Edipo, pasa a sus propios hijos pues Eteocles y Polinices mueren en lucha fratricida en Tebas y Antígona, por oponerse a su tío Creonte en lo que se refería al enterramiento de su hermano Polinices, es sepultada viva.

  1. Faltas cometidas

En el caso de Edipo es querer conocer más de lo debido. Eso le llevará a la perdición.
 

El perdón de las faltas

Según Aristóteles, la catarsis es la facultad de la experiencia tragedia de redimir (o "soportar la purificación") al espectador de sus propias bajas pasiones, al verlas proyectadas en los personajes de la obra, y al permitirle ver el castigo merecido e inevitable de éstas; pero sin experimentar dicho castigo él mismo. Al involucrarse en la trama, la audiencia puede experimentar dichas pasiones junto con los personajes, pero sin temor a sufrir sus verdaderos efectos. De modo que, después de presenciar la obra teatral, se entenderá mejor a sí mismo, y no repetirá la cadena de decisiones que llevaron a los personajes a su fatídico final.

En las tragedias clásicas, el motivo principal del infortunio es casi siempre la hybris, o el orgullo desmedido que hace a los mortales creerse superiores a los dioses, o que no los necesitan ni les deben honores. Dicha hybris es considerada como el más grave de los defectos, y la causa fundamental de todos los infortunios. De este modo la tragedia también alecciona y enseña al espectador respecto a los valores de la religión clásica. La catarsis es, pues, el medio por el cual los espectadores pueden evitar caer en la hybris.

lunes, 20 de enero de 2020

EL LÍO DE LAS VOCES DEBIDAS DE DON PEDRO SALINAS




Todos nos hemos emocionado al leer La voz a ti debida de don Pedro Salinas y hemos aplicado sus hermosos versos a la persona querida. No tenía aún dieciséis años y ya me emocionaban aquellos versos:
 








Qué alegría, vivir
sintiéndose vivido.
Rendirse
a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos,
me está viviendo.
Que cuando los espejos, los espías,
azogues, almas cortas, aseguran
que estoy aquí, yo, inmóvil,
con los ojos cerrados y los labios,
negándome al amor
de la luz, de la flor y de los nombres,
la verdad trasvisible es que camino
sin mis pasos, con otros,
allá lejos, y allí
estoy besando flores, luces, hablo.
Que hay otro ser por el que miro el mundo
porque me está queriendo con sus ojos.
Que hay otra voz con la que digo cosas
no sospechadas por mi gran silencio;
y es que también me quiere con su voz.
La vida -¡qué transporte ya!- ignorancia
de lo que son mis actos, que ella hace,
en que ella vive, doble, suya y mía.
y cuando ella me hable
de un cielo oscuro, de un paisaje blanco,
recordaré
estrellas que no vi, que ella miraba,
y nieve que nevaba allá en su cielo.
Con la extraña delicia de acordarse
de haber tocado lo que no toqué
sino con esas manos que no alcanzo
a coger con las mías, tan distantes.
Y todo enajenado podrá el cuerpo
descansar, quieto, muerto ya. Morirse
en la alta confianza
de que este vivir mío no era sólo
mi vivir: era el nuestro. Y que me vive
otro ser por detrás de la no muerte.
 
Y yo pensaba que estaban dedicados a su mujer de toda la vida, Margarita Bonmatí Botella con la que se había casado en Argel durante el verano de 1915. Y resulta que no, que estos versos de amor tan encendido están dedicados a una estudiante norteamericana que Salinas conoció en  Santander, durante los cursos de la Menéndez Pelayo,  en 1932 y que se llamaba Katherine R. Whitmore. El romance llegó a oídas de Margarita que se intentó suicidar. Katherine, al conocer la noticia, empezó a abandonar la relación con el poeta madrileño que se acabaría apagando cuando la joven norteamericana se casó con un colega suyo norteamericano, Brewer Whitmore.
El fuego se apagó, pero aún quedó rescoldo hasta 1947 y con estas ascuas se escribieron numerosas cartas. Cuando murió Katherine, en 1982, permitió que se publicaran las cartas de ambos que se conservaban en Harvard y que, por parte de Salinas, ascienden a la no despreciable cifra de trescientas. Tan sólo se volvieron a ver en 1951, poco antes de que el madrileño falleciera en la ciudad de Boston. También os recuerdo el enfado que Juan Ramón Jiménez se cogía cuando le recordaban el título de tan maravilloso libro de poemas y es fama que decía el de Moguer: “¿Cómo que la voz a ti debida? ¡La voz a mí debida, hombre!” Cosas de poetas.