lunes, 20 de enero de 2020

EL LÍO DE LAS VOCES DEBIDAS DE DON PEDRO SALINAS




Todos nos hemos emocionado al leer La voz a ti debida de don Pedro Salinas y hemos aplicado sus hermosos versos a la persona querida. No tenía aún dieciséis años y ya me emocionaban aquellos versos:
 








Qué alegría, vivir
sintiéndose vivido.
Rendirse
a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos,
me está viviendo.
Que cuando los espejos, los espías,
azogues, almas cortas, aseguran
que estoy aquí, yo, inmóvil,
con los ojos cerrados y los labios,
negándome al amor
de la luz, de la flor y de los nombres,
la verdad trasvisible es que camino
sin mis pasos, con otros,
allá lejos, y allí
estoy besando flores, luces, hablo.
Que hay otro ser por el que miro el mundo
porque me está queriendo con sus ojos.
Que hay otra voz con la que digo cosas
no sospechadas por mi gran silencio;
y es que también me quiere con su voz.
La vida -¡qué transporte ya!- ignorancia
de lo que son mis actos, que ella hace,
en que ella vive, doble, suya y mía.
y cuando ella me hable
de un cielo oscuro, de un paisaje blanco,
recordaré
estrellas que no vi, que ella miraba,
y nieve que nevaba allá en su cielo.
Con la extraña delicia de acordarse
de haber tocado lo que no toqué
sino con esas manos que no alcanzo
a coger con las mías, tan distantes.
Y todo enajenado podrá el cuerpo
descansar, quieto, muerto ya. Morirse
en la alta confianza
de que este vivir mío no era sólo
mi vivir: era el nuestro. Y que me vive
otro ser por detrás de la no muerte.
 
Y yo pensaba que estaban dedicados a su mujer de toda la vida, Margarita Bonmatí Botella con la que se había casado en Argel durante el verano de 1915. Y resulta que no, que estos versos de amor tan encendido están dedicados a una estudiante norteamericana que Salinas conoció en  Santander, durante los cursos de la Menéndez Pelayo,  en 1932 y que se llamaba Katherine R. Whitmore. El romance llegó a oídas de Margarita que se intentó suicidar. Katherine, al conocer la noticia, empezó a abandonar la relación con el poeta madrileño que se acabaría apagando cuando la joven norteamericana se casó con un colega suyo norteamericano, Brewer Whitmore.
El fuego se apagó, pero aún quedó rescoldo hasta 1947 y con estas ascuas se escribieron numerosas cartas. Cuando murió Katherine, en 1982, permitió que se publicaran las cartas de ambos que se conservaban en Harvard y que, por parte de Salinas, ascienden a la no despreciable cifra de trescientas. Tan sólo se volvieron a ver en 1951, poco antes de que el madrileño falleciera en la ciudad de Boston. También os recuerdo el enfado que Juan Ramón Jiménez se cogía cuando le recordaban el título de tan maravilloso libro de poemas y es fama que decía el de Moguer: “¿Cómo que la voz a ti debida? ¡La voz a mí debida, hombre!” Cosas de poetas.
 



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