sábado, 28 de septiembre de 2019

RANCAPINO Y SU VOZ DE ALJIBE



Érase una vez dos chavalillos gitanos, dos amigos que se subían en los tranvías y que se llegaban hasta la Venta Vargas en donde los clientes les echaban unas monedillas como al pobre Piyayo del poema. Ya hemos dicho que son gitanos y que por sus venas corre lo mejor del cante. José y Alonso han escuchado a La Perla de Cádiz, al Beni o a Aurelio Sellés, aquel hijo de levantinos que emigraron a la ciudad de los miradores. Los dos niños empiezan a cantar por Andalucía, pero José despega muy pronto con gentes de la talla de Valderrama o Miguel de los Retes que lo llevan como cantaor en sus compañías. A los dieciocho años, José ya está de cantante fijo en el tablao madrileño de Torres Bermejas. ¿Y Alonso? Pues no tiene el éxito de José (a estas alturas ya sabéis todos que José es Camarón de la Isla), pero en 1977 gana el premio de Enrique el Mellizo en el Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba.  Antes, en 1972, graba con Paco Cepero uno de los mejores discos que ha parido el cante flamenco y que lleva por nombre el apodo del gran Alonso: Rancapino. Hace muchos años oí hablar de este cantaor gaditano y lo desprecié pensando que era un epígono de Camarón: craso error porque tiene, en ese disco, una de las voces de más hermosas del flamenco y es tal su hondura que parece que estás mirando en un aljibe de esos a los que la luna visita por la noche. Si os gusta el flamenco, no dejéis de oír este disco. Alonso es padre del otro Alonso, Rancapino Chico, del que hemos hablado en la entrada anterior. Mejor no se puede cantar, Rancapino.

RANCAPINO CHICO, LA VOZ DE LAS BODEGAS DEL PUEBLO




La voz de Rancapino Chico, que se llama Alonso como mi hijo,  tiene la virtud de romper esa frontera mágica entre la música y lo desconocido. Hay momentos, contaba Montserrat Caballé, en los que la música nos lleva a una dimensión diferente, distinta. No es habitual esta ruptura de la barrera del gozo, pero se da cuando el músico alcanza ese lugar situado fuera del tiempo. Así ocurre con este cantaor gitano, hijo de Rancapino, que con su cante, de gran poder catártico, nos libra de nuestros miedos. Decía Joaquín Sabina de Pasión Vega que “cantaba como si llevara un viejo dentro”; algo muy arecido podemos decir de Rancapino Chico: que en su cante se perciben los aromas del mejor cante, del cante que late en las más oscuras bodegas del pueblo, de esas bodegas en las que se iban envejeciendo los amores, los sufrimientos, los dolores y también las alegrías y de las que salía un vino amargo pero algo embocado por la esperanza. Rancapino Chico es un sacerdote de un rito antiguo y en su voz hay un temblor de látigos y rebeldía, de injusticias silenciadas y de amores a escondidas. En estos tiempos de  flamenquito barato en los que cualquiera canta flamenco, la voz de Rancapino Chico nos ofrece un oro de veinticuatro quilates que son los quilates de la verdad del flamenco-. Que no se contamine nunca con fusiones que confunden y que siga fiel, por los siglos de los siglos, a sus antepasados. Amén.


EL DOBLE ESPLENDOR DE CONSTANCIA DE LA MORA Y MAURA


                                                                                             
                                                                                               



Hablando el otro día con don Antonio de Meer, señor natural de la Vega de Porras, me decía que no le había dedicado a Constancia de la Mora y Maura el espacio que merecía en mi libro sobre Boecillo.  Y, como creo que tiene razón, voy a intentar enmendar el error por medio de esta página de mi blog.
        Constancia era hija de Germán de la Mora, hijo de la primera mujer de Germán Gamazo y, por tanto, hijastro de Germán Gamazo, y de Constancia Maura Gamazo, hija de don Antonio Maura y de una de las hermanas d don Germán Gamazo.  Marichu, hermana de Constancia, fue una mujer muy cercana a la Falange, pero Constancia llevó su vida por otros derroteros ideológicos. Al principio,  no lo parecía pues se casó con Manuel Bolín, hermano de Luis Bolín, - el que le fletó el Dragon Rapide a Franco-, y con él   tuvo una hija.  Se separó de Manuel, abandonó Málaga, la “ciudad del paraíso” de don Vicente Aleixandre,  y se casó con Ignacio Hidalgo de Cisneros y López de Montenegro, general de la aviación republicana. En la fase final de la Guerra Civil, Constancia se separó de su esposo que regresó a Madrid para contribuir a la defensa de Madrid y ella partió para Mexico, pasando primero por los Estados Unidos para pedir ayuda para la maltrecha República española. En 1939, con tan sólo treinta y seis años, publicó en inglés su autobiografía, In place of splendor: the autobiography of a spanischs woman que en su versión española, publicada en México, se llamó Doble esplendor. Constancia fue amiga de Pablo Neruda, de Juan Ramón Jiménez y de su esposa, Zenobia Camprubí, de Eleanor Roosvelt o de Hemingway. Murió en 1954 en un accidente de tráfico en Guatemala mientras recorría la carretera panamericana. Una desgracia porque era una intelectual de fuste a la que el mismo Alberti le dedicó un poema. Su marido se reunió con ella en México en 1941, pero regresaría a Europa para seguir con su labor en apoyo del Partido Comunista y en ello estuvo hasta que murió en 1966.

         Espero haber cumplido mi penitencia con esta entrada por mi pecado de olvido. Quizás tendría que decir algunas cosas de su hermana, Marichu de la Mora, pero ya lo dejamos para otra entrada.

lunes, 23 de septiembre de 2019

BULHÃO PATO, EL PORTUGUÉS DE BILBAO



Cualquiera que haya viajado al país vecino sabe que un plato fundamental de la cocina portuguesa son las Amêijoas ao Bulhão Pato, que consisten en almejas con ajo, aceite un poco de vino y cilantro. Dejo la confección del plato a mi querido Karlos Arguiñano y sigo con lo literario. ¿Literarias unas almejas? Pues sí porque el nombre del plato viene del poeta portugués Bulhão Pato que, curiosamente, nació en Bilbao, ciudad española (con perdón) en donde sus padres estaban exiliados y perseguidos por el miguelismo, esos absolutistas que querían como rey a Miguel I. Raimundo Antonio vivió en Bilbao hasta 1837, es decir,   ocho años en los que tuvo tiempo suficiente para enamorarse del Botxo. El poeta tuvo relación con Antonio Trueba, el vizcaíno de las Encartaciones que fue cronista de la villa de Bilbao, del que tradujo algunos de sus cuentos y El libro de los cantares que le sirvió al portugués de inspiración en su propia obra. Don Raimundo era un consumado gastrónomo y puso su nombre a esta receta de almejas que, según dicen los entendidos, viene de la Extremadura portuguesa. Como no os puedo dejar un plato de almejas, os dejo un poema de este poeta bilabíno y portugués
 
A pobre da mãe cuidava
que o filho ainda vivia
e nos braços o apertava.
O coração que batia
era dela, e não do filho,
que já do sono da morte
havia instantes dormia.
Olhei e fiquei absorto
na dor daquela mulher
que tinha, sem o saber,
nos braços o filho morto!
 
Razava e do fundo dalma,
enquanto a infeliz rezava,
o pobre infante esfria;
quando gelado o sentira
o grito que ela soltou,
Meu Deus!- que dor expressou!
 
Pensei então: a mulher,
para alcançar o perdão
de quantos crimes tiver,
na fervorosa oração
basta que possa dizer:

 
 
“Tive um filhinho, Senhor,
e o filho do meu amor
nos braços o vi morrer!”

EL MARQUÉS DE LA VEGA DE BOECILLO EN LA PLAZA MAYOR DE MADRID


 De don Baltasar de Rivadeneira y Zúñiga trato en mi libro sobre Boecillo, pero quiero, mediante esta humilde entrada de mi más aún humilde blog, añadir algunas notas o detalles sobre este prócer de ilustre prosapia vallisoletana que lucía el título de Marqués de la Vega de Boecillo. Nació el caballero en Madrid en 1624 y era hijo del vallisoletano Alonso Nelli de Rivadeneira, caballero de la Orden de Santiago y familiar del Santo Oficio, y de Catalina de Zúñiga, una dama salmantina también de noble casa y linaje. El Marqués de la Vega de Boecillo fue corregidor de Madrid (más o menos como un alcalde) y su nombre puede ser visto en una placa que está colocada en la Plaza Mayor madrileña en donde, junto con su nombre, aparece su título y, por tanto, el nombre de nuestro pueblo. Ya sabéis, si vais por Madrid, acercaos hasta la Plaza Mayor en donde veréis el nombre de Boecillo en una placa. Luego, si os place, os podéis ir a Casa Botín, a Casa Paco o al Madroño, pero lo primero es lo primero.

viernes, 13 de septiembre de 2019

DIEGO DE PRAVES Y BOECILLO




Resulta que allá por el siglo XVI hubo un arquitecto llamado Diego de Praves que realizó la fachadas de la iglesia de la Vera Cruz, terminó la bellísima iglesia de Cigales y, ahí viene la vinculación con Boecillo, la fachada del palacio de don Fabio Nelli que, como bien sabrán los que han leído mi libro sobre Boecillo, tuvo casa de recreo en la muy hermosa Vega de Porras. Diego de Praves – nos cuentan viejos documentos-, visitó a don Fabio varias ocasiones en su finca boecillana (perdón don Antonio de Meer, pero en la actualidad es boecillana aunque en los tiempos de Nelli fuera señorío aparte). También Diego de Praves ha dado nombre a un IES, pero de degeneraciones no hablamos.

ANTERO DE QUENTAL



Antero de Quental es un escritor portugués del siglo XIX que nació, como João de Melo, en las Islas Azores. Me compré en Aveiro los Sonetos completos de Quental y, tras su lectura, me queda el poso de haber leído a un portentoso sonetista al que ya conocía de la Biblioteca Pública de Ávila en donde había una antología de sus sonetos. Su pensamiento, en ocasiones, está cercano al budismo, a una integración con la materia del mundo. Oliveira Martins lo explica mucho mejor que yo en el prólogo de estos sonetos. Sin embargo, no quiero contaros tan sólo esto que se puede encontrar en cualquier enciclopedia, sino hablaros de su triste final. Enfermo de una enfermedad que los más prestigiosos médicos de su época no saben diagnosticar, Antero va cayendo en un estado de depresión muy agudo. Un día, se embarca para Punta Delgada, su ciudad natal, y, cuando llega a ella, deja pasar el verano y a principios de septiembre de 1891, el escritor se compra un revólver, se va a un convento y delante de un cartel en el que pone ESPERANZA,  se pega un tiro. A mí, por mucho que los manuales de Literatura Portuguesa lo recojan como “realista”, me parece el final que cualquier poeta romántico podría desear.

lunes, 9 de septiembre de 2019

EINOJUHANI RAUTAVAARA


Conocí a Rautavaara gracias a mi gran amigo abulense José María Herranz. Él me habló de su Cantus articus y ahora, al cabo de los años, quiero contaros algo de este  gran compositor finlandés, sin duda el mejor desde Jan Sibelius. Einojuhani  Rautavaara nació en Helsinki en 1928 y murió en la misma ciudad en 2016. Además de su ya mencionado Cantus articus, es menester mencionar  su soberbia producción para coro, ya en obras sacras, ya en obras profanas, su Concierto para piano nº 1  o sus sinfonías de las que destacamos la Sinfonía nº 7, llamada El ángel de luz, y la tercera, con ese recuerdo que flota en toda la obra a mi muy querido Anton Bruckner. Ahora que vamos hacia el otoño, hacia la falta de luz, hacia el frío y que la plenitud del verano queda atrás, una buena terapia para evitar depresiones otoñales es escuchar serenamente la música de este finlandés, un hijo de esa tierra en la que las noches invernales son tan largas que los mediterráneos no podríamos vivir. Bueno, con una botellita de cerveza y con unas tortillas de camarones, se podría intentar.