martes, 27 de noviembre de 2018

TEOFRASTO


La lectura de esa joya que el El testigo Oídor de mi Canetti me llevó a los Caracteres de Teofrasto, una obra que tenía en las trastiendas de mi lectura. Maravillosamente traducida por don Manuel Fernández Galiano y con dibujos de Mingote, Hereros, el madrileño de Potes, Esplandiu y Vicente, los Caracteres son una colección de tipos humanos en la que difícilmente no nos veremos retratados, Merece la pena y mucho leer esta versión vertida en pulcrísimo castellano por el gran filólogo que fue Galiano. Ahí os dejo la recomendación luego no digáis que no os he avisado.

EL REPELENTE DE INSECTOS DE AULO GELIO


Siempre había tenido un punto de rechazo por Aulo Gelio pues, como   Macrobio, - al que tendré que llegarme algún día para librarme de prejuicios-,  me había parecido este autor de la romanidad tardía un pesado recopilador de anécdotas sin orden ni concierto. Sin embargo, como nos decía Vicente Cristóbal, para quitarse las reticencias contra un autor, lo mejor es leerlo. Y a ello me he puesto en este mes en que los días se achican y en casa se está tan ricamente. Francisco García Jurado hace para Alianza una selección muy cuidada y una introducción fantástica. En ella, con toda justicia, lo pone como precursor de los ensayistas que en el mundo han sido, desde Monsieur de Montaigne. También García Jurado nos dice que Gelio fue precursor en nombrar su libro no por el contenido, sino las circunstancias de la escritura. Sus Noches áticas no están revelando un contenido, sino la manera o incluso el ambiente en que fueron escritas. Así García Jurado nos pone el ejemplo de Escrito de noche, esas memorias de sintaxis abrupta del ladre Federico Sopeña, el gran amante de Mahler cuando el conservatorio de Madrid olía a berzas. Y, al final, tras leer esta antología, tengo la satisfacción de que Gelio me ha contado muchas historias que conocía como la de Androcles y el león;  la de los “Cazafantasmas” de Plinio el Joven que recoge Fernando Lillo, el vigués de Roma, o la  de la expulsión de las prostitutas y los filósofos de Roma en dos épocas distintas, ¡Qué gran lectura había postergado por los estúpidos prejuicios!

Os juro que ya había terminado este blog cuando buscando imágenes para ilustrarlo me llevo la sorpresa de que en Argentina hay un repelente para mosquitos que se llama Aulo Gelio. Ha sido tal el impacto que he sufrido que no he tenido más remedio que ponerlo como foto de la entrada. ¿Acaso los argentinos consideran a Gelio tan pesado que espanta a los mosquitos? Ya hemos visto que no es así y el que ahora dé nombre a una pócima para repeler insectos me parece un insulto a su persona. ¡Che, qué boludos!


VOLVER A LA PERLA DE CÁDIZ



Aunque hablé de ella en una entrada de hace más de tres años, tengo la necesidad imperiosa de volver a la Perla, a la gran Perla de Cádiz porque, cada cierto tiempo, tengo que regresar a su cante como aquel peregrino que salió de su tierra y, al ponerse el sol en las aguas alunadas de la alberca, la añora. La Perla cantaba mucho y bien y, a la guitarra, la acompañaba en este disco que tanto sobo y manoseo, Manuel Morao, el guitarrista de los alzapúa, - es decir, de tocar pasajes con los pulgares- , y de ese embrujo gitano que tenía su fastuosa guitarra. Oír a la Perla es volver una tarde de otoño a Puerta Tierra y desde allí, a paso lento, llegarse hasta el barrio la Viña para cantar por alegrías mientras el sol se pone en la cúpula de la catedral y deja bañada de oro la playa de la Victoria, una de las playas más hermosas del mundo. Oír a la Perla es subirse a una terraza, a un mirador de Cádiz,  para ver venir los barcos de América; escuchar a la perla es  escuchar una guitarra en una madrugada desvelada de celos; escuchar a la perla es oír un caballo que entra a galope corto por una calle empedrada mientras una reja se apaga de pronto. Hijos, si un día alguien os pregunta de qué conocéis a la Perla de Cádiz, decidle que vuestro padre, - que siempre vivió queriendo volver a aquella ciudad que conoció en su adolescencia-, un día de noviembre en Castilla, mientras ibais en el coche, os ponía un disco de esa mujer que de puro arte no cabía en su Cádiz. Con eso me basta.

BERNARDINO DE RIBERA, EL MAESTRO DE TOMÁS Y SEBASTIÁN




Un joven de Xátiva, Valencia, era alumno de su padre, Pedro de Ribera,  en esa ciudad valenciana. El joven aprovechó los estudios que hizo con su padre y con Jaime López y ya desde muy joven destacó como músico. La familia se fue para Orihuela, la Oleza de mi Gabriel Miró, y allí siguió creciendo el joven Bernardino.

         Sin embargo, esto es más o menos accesorio para nuestra historia porque lo realmente importante es que el muchacho, en 1559, año de la muerte de Gerónimo de Espinar, llega a Ávila con treinta y nueve años, para hacerse cargo de la capilla de la catedral de Ávila y en ese cargo estuvo hasta 1570, año en que lo sustituye Andrés Torrentes y Bernardino se marcha para Murcia en donde tenemos testimonios de que era maestro de capilla en 1572.

         Pero, me diréis, que qué importancia tiene toda esta historia para contar en esta mañana de finales de noviembre. Os explico.

         Resulta que a las clases de Bernardino de Ribera acudían  dos jovencitos que respondían a los nombres de Tomás y Sebastián; y que, andando el tiempo aquellos zangolotinos  acabarían siendo dos grandes músicos abulenses: Tomás Luis de Victoria y Sebastián de Vivanco. Es decir, que con este maestro setabense aprendieron estos maestros de la polifonía española sus primeros bemoles y sus primeras notas. Bernardino había bebido de Francisco Guerrero y de Nicolás Gombert, el gran maestro flamenco.

         Si podéis,  escuchad su música porque no os defraudará.

jueves, 22 de noviembre de 2018

LAS HERMOSAS PALABRAS DE PLATÓN


Ἀλλὰ καὶ ὑμᾶς χρή, ὦ ἄνδρες δικασταί, εὐέλπιδας εἶναι πρὸς τὸν θάνατον, καὶ ἕν τι τοῦτο διανοεῖσθαι ἀληθές, ὅτι οὐκ ἔστιν ἀνδρὶ ἀγαθῷ κακὸν οὐδὲν οὔτε ζῶντι οὔτε τελευτήσαντι, οὐδὲ ἀμελεῖται ὑπὸ θεῶν τὰ τούτου πράγματα.

         Estas bellísimas palabras son de Platón en su Apología de Sócrates y son, sin duda, de las más hermosa palabras de toda la historia de la filosofía. Durante muchos años, las llevé en mi cartera y, con el paso del tiempo, las llevo escritas en el corazón. Dice así en mi modesta traducción:

         Pero también es necesario que vosotros, hombres justos, tengáis esperanza frente a la muerte y que penséis que sólo una cosa es verdadera, que no existe mal alguno para el hombre bueno ni en la vida ni en la muerte y que los dioses no se despreocupan de las acciones de los hombres.

         Grabad estas palabras en lo más profundo de vuestro ser porque os ayudarán a vivir en los momentos de niebla.


ANTONIO DE TRUEBA Y ROSALÍA DE CASTRO



En el prólogo de Cantares Gallegos, que yo de pequeño casi me sabía de memoria, Rosalía de Castro nos dice a sus devotos lectores que la fuente, el modelo más bien, fueron los Cantares de Antonio Trueba, el escritor vizcaíno que, si no mal recuerdo, fue cronista de la Villa de Bilbao. Pero Rosalía consiguió un libro único que supuso todo un rexurdimento y que es el gran libro de la literatura gallega. Poco más os puedo decir de quien tanto se ha hablado, pero miña nai, miña santiña, que tantas veces ha venido en mi auxilio y de la que ya hemos escrito algunas entradas, merecía otro comentario en este humilde blog.

lunes, 5 de noviembre de 2018

SEBASTIÁN DE VIVANCO


En aquellas noches de frío abulense, mi aventura noctámbula terminaba en la librería de mi amigo Senén Pérez, el librero de Ávila, y, al salir, me fijaba en el monumento que dominaba la plaza, -antes de que la dominara el edificio de Moneo-, desde el centro,  con la imagen de Santa Teresa y con los nombres de abulenses ilustres. Allí estaban Sancho Dávila, el rayo de la guerra, y buen músico que tuvo la desgracia de nacer tres años después de Tomás Luis de Victoria. Cuando se vive tan cerca de  una luminaria tan grande, su luz impide que se nos haga justicia y Sebastián de Vivanco, nacido en Ávila en 1551, no ha llegado a tener, de manera injusta, la fama que si que ha alcanzado el ya mencionado Tomás Luis  de Victoria. Mucho viajó Sebastián: primero a Cataluña (antes de que estuviera Quim Torra,  que lo hubiera echado por castellano y por haber venido en un tren franquista para colonizar Cataluña). Anduvo luego Sebastián por Sevilla y, estando en la capital hispalense, lo tentaron sus paisanos con ser maestro de capilla a lo que Vivanco aceptó. Pero los sevillanos, más poderosos económicamente, hicieron una contraoferta (¡Mira, como los de Vodafone!) que incluía el salario de maestro de capilla más unas cuantas prebendas y beneficios que igualaban su sueldo con el de un canónigo. Sebastián firmó por Sevilla a principios de 1588 para vivir como un canónigo, pero, el 17 de marzo, pidió al capítulo de Sevilla que le pagara el viaje de regreso a Ávila. No sabemos lo que le movió para regresar a su ciudad natal: ¿la luz de los atardeceres? ¿el saúco perfumado de la muralla?¿las silentes pisadas en la piedra de los palacios?; sabemos (pero poco) que vivió catorce años en Ávila y que en ella estaba en 1595 cuando se trasladaron los restos de San Segundo, patrón de Ávila, con esas procesiones que duraron diez días y que tan bien nos cuenta Antonio Cianca.

         Siete años después, en 1602, Vivanco sale de nuevo de Ávila y va para Salamanca (“la blanca, ¿quién te mantiene? Los carboneritos de Ávila que van y vienen.) Pero Sebastián ya no volvió más a su Ávila, al menos como músico. La cátedra de música de Bernardo Clavijo de Castilla fue declarada vacante y Vivanco la ocupó por oposición. En Salamanca moriría un 25 de octubre de 1622, once años después que su paisano Tomás Luis de Victoria.

         Como soy muy atrevido, le he escrito este poema para cerrar esta entradilla de blog.

 


 

 
SEBASTIÁN DE VIVANCO

 

 

    En la noche de oscuros faroles helados,
arañando la piedra y la sombra,
me llegaba tu voz de perfecta escritura
reproduciendo el rumor del Adaja
junto al viejo molino enamorado del río.
Aún hoy me amenazan los años pasados
con noches que ansiaban el alba;
con camas heladas dejando en mi cuerpo
el frío sudario del miedo y la angustia.
Ante tanto dolor sin medida,
me llegaba tu música de acordes perfectos
y un sol de esperanza modulaba en tu Gloria
mientras oscuros fantasmas se retiraban
a palacios solitarios de alegrías dolientes.

 

EL TUPÉ DE CANETTI


Es curioso, pero la moda, esa tirana, está poniendo  otra vez en el candelero el tupé., ese peinado que consiste en una ola de pelo que avanza sobre la frente del feliz poseedor de tan hermoso adorno. No conozco la historia del tupé, pero creo que comenzó en los años cincuenta con los del rockabilly y derivados. En España, allá por los cuarenta, se puso de moda un tupé muy levantado en hombres y mujeres que se llamaba “Arriba España” en consonancia con el régimen de Franco. Sin embargo, de los muchos tupés que conozco, sin mencionar el de un alumno mío de Tudela de Duero, me quedaría con tres: el de Karl Böhm, moderado y casi mínimo; el de Karajan, coronando esa mirada que siempre me pareció de pocos amigos,  y el exuberante y salvaje de Canetti. Porque no creo que haya habido, ni haya, ni habrá un tupé más impresionante que el del escritor sefardita del que tanto llevo hablado en este año 2018. ¡Qué ola maravillosa de pelo invade la frente del búlgaro! Parece que sus ideas literarias hacen surfing  sobre ese pelo blanco que parece estar coronado por la espuma de un mar por el que navegan extraños personajes con maletas de libros. Os invito a que leáis a Canetti, pero antes de su lectura, os recomiendo que le dediquéis un rato largo a contemplar su tupé. Seguro que entenderéis mejor sus obras.