martes, 26 de abril de 2016

LA PRUEBA EVIDENTE DE LA PRESENCIA DEL PARÁCLITO



Hace unos días que me he terminado de leer la Historia breve de la Iglesia de José Orlandis y su lectura me ha llevado a una reflexión: si tras la azarosa vida de la Iglesia con persecuciones, papas adolescentes, papas que se ponían al frente de sus tropas, herejías, cismas, la Inquisición hemos llegado hasta aquí y junto a ese “carril” vemos otro muy diferente de santos que entregan su vida por Cristo y por sus hermanos, que viven la pobreza, que viven el amor y la solidaridad, que lo dejan todo para seguir al maestro de Nazaret, que están con las ovejas y que se llenan de su olor, es que realmente la Iglesia es una institución divina y que el Paráclito la va guiando pese a los errores – muchísimos- que como toda obra en la que estén los hombres, podemos encontrar en su historia. Frente a las simonías, San Francisco de Asís, frente a las bulas, santa Teresa, frente a esa Iglesia de las investiduras, el medio fraile de Fontiveros. Si seguimos  adelante, es porque hay un Dios que cuida de su Iglesia. La obra de Orlandis, breve pero enjundiosa, me lo ha hecho pensar.

BABBITT DE SINCLAIR LEWIS




La lectura de Babbitt, la novela de Sinclair Lewis, me ha llevado, sin salir de Boecillo, a una ciudad de EEUU en el medio oeste y me ha hecho entrar en la vida del ciudadano medio norteamericano de los años veinte. ¿De los años veinte? Lo pregunto porque he tenido la sensación de que ese ciudadano americano era de nuestros días y eso que casi han pasado cien años. Babbitt es un ciudadano que se aburre, que está enterrado en vida, que se busca una aventura porque hastía, que en el trabajo se hastía que en su casa se aburre. George Babbitt es como la mujer del Mario de Delibes, una burguesa correcta cansada de una vida correcta. En el hijo encontrará, aunque tarde, su redentor. ¿Cuántos Babbitt pululan por el mundo, por este mundo que no es capaz de hacer endecasílabos de la prosa cotidiana? Por desgracia, creo que muchos que son una especie de muertos en vida ¿O no dijo  Gómez de la Serna que aburrirse era besar la muerte?


ALFONSO PASO




He leído La oficina, una obra, con perdón, de Alfonso Paso que me recuerda a mi infancia en blanco y negro. El día que la pusieron por la televisión era un laborable y, al día siguiente, había colegio. Yo viajaba con mi madre en el autobús 16, Moncloa-Chamartín, y entonces estaba de conductor en aquella línea y pasaba a eso de las 8.40,  un toledano de Villacañas que se llamaba Rafa. Ese día, mi madre y él fueron todo el viaje de ida al colegio hablando de esta obra de Paso y mi madre consideró un tanto exagerado que el jefe pidiera a su empleada que se desnudara. La verdad que para aquella época era todo un escándalo como lo es ahora el que ya nadie hable de teatro en ningún sitio: ni en el autobús, ni en los cafés (los que quedan) ni- y perdón a quien moleste – en la Universidad. En aquellos días de autobús y bocadillos de caballa, esa obra de Paso podía ser hasta “revolucionaria”, pero Paso no tiene nada de “revolucionario” ni creo ahora ni en su época. Alfonso Paso dice, pero lo que dice lo envuelve en una maquinaria teatral que hace que pase sin que la panza de los burgueses se altere y, al salir del teatro, puedan ir a cenar con sus respectivas santas sin ningún trastorno dispéctico. Se dicen cosas duras sobre la situación de los trabajadores, pero , repito, se dice de tal manera que no duele, que el señor director sentado en el patio de butacas puede quizás sonreír, pero sin que la cosa llegue a mayores. Paso era un buen dramaturgo que prefirió, al oro de la literatura, la calderilla de la fama, de esa fama que le hizo tener siete obras al mismo tiempo en la cartelera madrileña con lo que se hizo, quizás el único caso del teatro español, hacerse con un considerable fortuna. Esa misma fortuna que ahora, en esta época analfabeta, zafia y ordinaria, consiguen, sin ningún método, las venus catódicas que nos asedian. Yo me quedo con Alfonso Paso aunque fuera sea falangista y se haya hecho rico: por lo menos, a diferencia de algunas reinas del pueblo, hacía algo bien porque lo que son esas zorrones no hacen ni la “o” con el culo de un vaso.

domingo, 17 de abril de 2016

PALABRAS PARA JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO



A Goytisolo lo conocí, como muchos españoles, a través de Paco Ibáñez en  aquel disco del Olimpia de París. Las palabras para Julia han resonado desde entonces en mis oídos como un himno pagano a la vida, a la muerte y a los hijos. Carme Riera hace una antología de su poesía con una buena introducción y un buen análisis de sus libros y la lectura de José Agustín Goytisolo es siempre agradecida. Su madre, Julia Gay, que murió en un bombardeo en Barcelona, marca su memoria con un recuerdo indeleble y aparece en su poesía como un tema del que el poeta no se quiere apartar. Me gustan también esos versos en los que imita a Catulo haciendo una poesía satírica que se echa de menos en castellano. Y me gustan esas palabras para Julia con las que escucho la guitarra de Paco Ibáñez y su voz como entonando una salmodia. Con ellas os dejo.

Palabras para Julia

Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.


Hija mía, es mejor vivir
con la alegría de los hombres,
que llorar ante el muro ciego.


Te sentirás acorralada,
te sentirás perdida o sola,
tal vez querrás no haber nacido.


Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto,
que es un asunto desgraciado.


Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.


Un hombre sólo, una mujer
así, tomados de uno en uno,
son como polvo, no son nada.


Pero yo cuando te hablo a ti,
cuando te escribo estas palabras,
pienso también en otros hombres.


Tu destino está en los demás,
tu futuro es tu propia vida,
tu dignidad es la de todos.


Otros esperan que resistas,
que les ayude tu alegría,
tu canción entre sus canciones.


Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.


Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.


La vida es bella, tú verás
como a pesar de los pesares,
tendrás amor, tendrás amigos.


Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.


Perdóname, no sé decirte
nada más, pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.


Y siempre, siempre, acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.


 

JOSÉ MARÍA SOUVIRÓN



J
osé María Souvirón era malagueño, nacido en 1904, de esa ciudad de la alegría, de la ciudad de la niñez y juventud de Aleixandre, de Emilio Pardos, de Altolaguirre y del todavía vivo – y que lo esté por muchos años – Manuel Alcántara. Y, como escribo sin papeles y sin mucha concentración porque se me va el corazón al Cantábrico y sus cantiles, se me quedan más poetas malagueños en el tintero. Souvirón fue amigo de Pablo Neruda y vivió en Chile trabajando como profesor de Literatura en la Universidad Católica de Chile. Regresó a España en 1953 y hasta su muerte, acaecida en 1973 en su ciudad de nacimiento, Souvirón trabajó en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid en la que desempeñó la cátedra Ramiro de Maeztu y en la que fue director de la revista Cuadernos Hispanoamericanos. Fue poeta y, cosa rara, novelista de éxito y así, en esta última faceta, destacan Rumor en la ciudad de 1935 que fue su primera novela;  La luz no está lejos de diez años después y su gran éxito de crítica, Cristo en Torremolinos. Su prosa está llena, como no podía ser menos de grandes dosis de lirismo como me ha contado mi amigo Jesús Sanz, el sabio de la calle Gamazo, entre pinta y pinta de Guiness  pues nada os podría contar sobre su prosa porque me esperan dos libros – La luz y Cristo – para poder hablar algo de la escritura en prosa de Souvirón. Sí que os puedo habla de su Poesía entera (1923 – 1973) que le publicaron las Ediciones de Cultura Hispánica y en la que se recogen medio siglo de poesías. Me ha llamado mucho la atención una parte de El solitario y la tierra (1961) en donde se encuentran los Poemillas del abuelo, un “libro aparte” por el que Souvirón fue muy solicitado por otros abuelos. Está bien visto que para hacer buena poesía hay que ser andaluz. ¿Será como en aquella canción de Rafaella Carra (con perdón) que para hacer bien el amor hay que venir al sur cambiando, eso sí, amor por poesía? En fin…

SEGISMUNDO PECHARROMÁN CEBRIÁN



No sé si el nombre de Segismundo Pecharromán Cebrián le dice algo a alguien, pero yo le debo el conocimiento de este poeta a mi amigo Román Fraile que trabajó en Sever- Cuesta,  la imprenta vallisoletana que decidió dar cancha a autores locales y creó Roca Caliza, una colección de poesía en la publicaron gentes como Pecharromán, Garabito Gregorio o Pérez Cornejo “Lucanor”. He leído a Pecharromán en Castilla, surcos y estelas y en él me he topado con poemas tan bonitos como Bodega. Sé que es difícil encontrar a este poeta (quizás en la sección local de la Biblioteca Pública de Vlladolid), pero su lectura merece la pena y, desde luego, más que la lectura de esos que han visto por primera vez un animal muerto.



jueves, 14 de abril de 2016

EL CURA PACO



De mi afición a los curas obreros tiene la culpa Alfredo Peña Santamaría, párroco de Vallecas en los años ochenta del pasado siglo. Chacho, como le gustaba que lo llamaran, nos daba clase de Literatura en el Colegio del Sagrado Corazón en la Avenida de Alfonso XIII y aquel burgalés, que en buena hora ciñó sotana, además de hacernos vivir la literatura, nos contaba, de pasada, sin alharacas, algo de ese Vallecas en el que vivía y desempeñaba su ministerio. Ya he contado que Chacho fumaba un tabaco rubio – el un x dos – que sacaba de su cajetilla blanda rojo y oro y que se fumaba en su pipa negra paladeando aquel tabaco que inundaba las clases de tal forma que ahora mi lectura de Garcilaso me lleva al “aroma “ de aquellos cigarros. Todo esto lo cuento porque me he leído la biografía de Paco García Salve, el cura Paco, y la he leído casi con pasión aunque, en algunos pasajes, se repite su autor haciéndole al biografiado un flaco favor. No importa este error pues la vida de este hombre que nació pobre, casi paupérrimo, y que se hizo jesuita y que, teniendo ya una posición en la Compañía, lo dejó todo, se marchó a una chabola y se puso a trabajar en una obra porque ahí estaba Cristo, me merece todo el  respeto y toda la admiración del mundo. Otros, en aquellos años, también lo hicieron: eran el padre Llanos, Díez – Alegría, Mariano Gamo. Eran las sotanas rebeldes del régimen de Franco, los curas que no transigían con el palio del dictador, que no querían una Iglesia de palacio porque Cristo no vivió en un palacio. Ya sé que ahora., a toro pasado, podemos decir que marxismo y cristianismo no casan (¿casa con el capitalismo?), pero, qué queréis, su actitud valiente de dejarlo todo (relictis omnibus) y seguir al Maestro me emociona profundamente. ¿Cuántos seríamos capaces de dejar nuestra comodidad burguesa por una chabola en el Pozo,  en el Pozo de los cincuenta y sesenta? Pues eso.