domingo, 30 de abril de 2017

LA SENDA DEL ARCEDIANO


 


         Hemos dicho en muchas ocasiones que un camino es mucho más que un camino: es la historia viva de caminantes, de deseos, de sueños. Había una vez una senda que era el camino que unía el Oriente de Asturias con la Meseta. De Arriondas salían los viajeros y los trajinantes y por ella se llegaban hasta la seca Castilla. Esta senda fue creada en tiempos inmemoriales y fue cambiando de nombre. Así,  cuando llegaron los romanos, la llamaron Via Salianica y,  cuando comenzó el comercio del almagre, óxido de hierro que desde Labra, en Asturias, llegaba a tierras de Segovia, se la llamó Camino del Almagre. Pero a nosotros, que somos amantes de las historias, nos gusta la de una vecina de Oseja de Sajambre que subió un buen día hasta el Puerto del Pontón para enseñarles a sus hijos, a lo lejos, tierras en donde pudieran hacer fortuna. Ambos hermanos lo intentaron, pero uno fracasó y el otro comenzó de acólito, siguió sus estudios en el Seminario y llegó a ser arcediano en Villaviciosa, en donde hasta la ría huele a manzanes. Un día, el arcediano volvió a su Oseja natal para visitar a su madre y la encontró anciana y enferma. Como buen arcediano y mejor hijo, dispuso que había que arreglar el camino y destinó dineros para que se arreglara el camino, se construyeran ventas y se arreglaran fuentes. Fue entonces cuando el camino pasó a llamarse Senda del Arcediano. Años más tarde, a mediados del siglo XIX, se construyó la carretera que desde Cangas de Onís llega a Riaño y la senda de nuestro arcediano quedó al lado de la carretera, pero conservando todo el encanto. Por cierto que el arcediano se llamaba Pedro Díez de Oseja. Con esta historia, espero que, cuando subáis o bajéis por tan hermoso camino, os acordéis del buen arcediano de Villaviciosa, la tierra de les manzanes y de las neñes galanes. Añadiréis un punto más de gozo al mucho que la senda proporciona.

JUAN MARÍA ACEBAL


En la recopilación de poesía en bable que hizo Enrique García Rendueles en 1925, aparece un poeta llamado Juan María Acebal que he tenido la fortuna de leer no en Asturias, como hubiera querido, sino en Boecillo. El principio es desalentador, con unos poemas a Alfonso XII y a su madre, doña Isabel, pero el libro gana cuando Acebal nos habla de su Asturies e y lo hace en un bable elegante y en endecasílabos. En 1995, Antón García preparó una edición de su obra. Para mí, lo más emocionante fue leer su traducción del Beatus Ille horaciano al bable, una curiosidad que merece la pena leer con atención. Os dejo con un fragmento de La fuente de fascura:

LA FONTE DE FASCURA

 

Baxando el puertu Sueve

d'Antayo so la falda,

y d'Uruyán xuntino

pos una piedra algama,

esquita de la peña

la fonte qu'hai más guapa.

   Del lau del Saliente,

que ye per onde mana,

y que costudo un pocu

hasta una riega baxa,

traviesa la siendina

que va a so mesma entrada.

   ¡Qué suave qu'ella cuerre!

¡Qué llimpia surte l'agua!

¿Qué comba fai el vidru

que de la peña salta!

Y ¡cómo les burbuyes

rebullen na fontana

al par que cuerri nella

aquel gordón de plata!

   Esfechu en munchos filos,

que l'un tres l'utru escapa

per delles de resquiebres

del tanque que l'ampara,

texendo y destexendo

pel prau alantre esbaria,

y menien les sos fueyes

al palpu d'aquella agua,

igual que si quixeren

paga-y ansí la gracia,

les plantes y les flores

que salen pela campa.

Cuntar el sin fin d'elles

qu'el suelu tudu cuaya,

val más cuntar les herbes,

que guañen na toñada.

   ¡Oh fonte de Fascura!

Contigo en comparanza

¿qué val la de Blandusia

nin todes cuantes haiga?

   Tú das verdor al campu,

frescura al aire dasla,

y bálsamu y colores

de ti la flor los saca.

   Tú aguces el telentu

d'aquel que tien la gracia

de fer cantares bonos,

si non no-y sirves nada (…)

LOS AMORES DE OLIVEIRA SALAZAR




Que el señor que vivía en El Pardo no era muy dado a los amoríos es algo bien sabido y que permaneció fiel a su Carmen hasta el final de sus días también. Cierto es que también estaba casado con España, que ya sabemos que los dictadores son fieles esposos de sus patrias aunque hay amores que matan, pero nadie, por muy enemigo que sea de Franco, lo puede imaginar en brazos de una amante. Tomándose el vaso de leche con doña Carmen, cazando con sus ministros o con una legión de pelotas que querían hacer negocios sub umbra ducis también y pescando en el Azor, ya ni os cuento;  pero entregado don Paco a las artes amatorias pues, la verdad, como que cuesta un poco imaginarlo.

         Pues resulta que esa misma idea de mártir casado con la patria y mitad hombre mitad monje tenía un servidor del profesor Oliveira Salazar, ese señor de Viseu que gobernó Portugal durante otros cuarenta años. Soltero, serio, de aspecto algo sombrío, no parecía Salazar la figura de un amante atractivo para las mujeres aunque sí que es verdad que era alto y con un cierto aspecto de gentleman del que carecía o ferrolán. Pero hete aquí que un libro de Felícia Cabrita que lleva por nombre Os amores de Salazar me ha cambiado totalmente esta visión : Salazar era un Troca tintas, que en portugués es uno que anda con todas cambiando las “tintas” y que, en un alarde de capacidad amatoria, hasta se permite varias amantes a la vez.   Desde Felismina de Oliveira, su primer amor de cuando estaba en el seminario vestido con a batina a Marcedes de Castro Feijó, su último amor, Oliveira conoció por este orden a las siguientes mujeres: Júlia Perestrelo, Maria Laura Campos, Maria Emília Vieira, Maria Jesús de Caetano Freire, Carolina Asseca, Christine Garnier, la periodista francesa que vino a entrevistarlo y cayó en las redes del exseminarista,  y María de la Concepción Santana Marqués. Y cuando digo conoció, lo digo en el sentido bíblico de conocer…

         Madamina, il catologo é questo. No está mal para el hombre que tan sólo estaba casado con Portugal, para el serio profesor de Coimbra, para el medio fraile que colgó los hábitos un segundo antes de ordenarse. Y el de El Ferrol tomándose el vasito de leche con su doña Carmen. ¡Manda Carallo!

miércoles, 26 de abril de 2017

EL CONDE DE VILLAMEDIANA Y SUS AMORES REALES


Don Juan de Tassis y Peralta tuvo la fortuna y el buen gusto de nacer en Lisboa, menina e moça, en el año de gracia de 1582. Su padre era el embajador de España y Correo Mayor del rey, cargo que heredaría Juan más adelante. El mozo, guapo y con maneras desde pequeño, recibió una gran formación con dos grandes humanistas de le época: Bartolomé Jiménez Patón y Luis Tribaldos de Toledo. Aprendió latín, filosofía, literatura (si alguien se extraña de que estudiara estas materias inútiles tengo que decirle que la educación hasta las últimas reformas tenía como finalidad la formación de la persona no prepararla para entrar en un mercado laboral que la avoca al paro o a la emigración), pero lo que parece una vida ejemplar se trocó en una vida en la que no faltaron destierros (dos, a saber, uno por jugador y otro por atacar a Felipe III con acerbas sátiras), amoríos, duelos y quebrantos ( pero no al estilo cervantino). Pero don Juan no tenía freno y, puesto a echarse amantes, fijó sus nobles ojos en los reales de doña Isabel de Borbón, esposa santa de Felipe IV, el vallisoletano. Cualquiera lo hubiera ocultado, pero don Juan era de otra pasta y no se le ocurrió otra cosa que grabar en su escudo este lema: SON MIS AMORES REALES. Por si esto fuera poco, en una representación de La gloria de Niquea, don Juan llegó a quemar el escenario para poder rescatar a su Lise y salir con ella en brazos entre las llamas como un Rhett Butler cualquiera en Lo que el viento se llevo. Como os podéis imaginar, el conde tenía muchos enemigos y una noche, en una esquina de la calle Mayor de Madrid, un embozado le salió al paso y le acuchilló. Aunque el conde echó mano a la espada, la muerte se lo llevó en sus fríos brazos. Dudo que este crimen fuera motivado por ese proceso de sodomía del que habla don Narciso Alonso Cortés y dudo de que el conde fuera aficionado al pecado nefando, pero, sin embargo, nada se puede asegurar sobre este personaje. Luis Rosales escribió en 1969 su Pasión y muerte del conde de Villamediana y Néstor Luján su deliciosa novela (que pienso releer en breve) Decidnos quién mató al conde. Por cierto,  ¿Quién mató al conde? Pues los mentideros de Madrid decían que el “impulso había sido soberano” porque nadie dudaba de que la mano del monarca  pucelano andaba por detrás del embozado. Pero eso es otra historia y por ahora os dejo con este soneto con el que se abren sus obras completas. A gozarlo que son dos días.

Nadie escuche mi voz y triste acento,
de suspiros y lágrimas mezclado,
si no es que tenga el pecho lastimado
de dolor semejante al que yo siento.

Que no pretendo ejemplo ni escarmiento
que rescate a los otros de mi estado,
sino mostrar creído y no aliviado
de un firme amor el justo sentimiento.

Juntóse con el cielo a perseguirme
la que tuvo mi vida en opiniones
y de mí mismo a mí como en destierro.

Quisieron persuadirme las razones
hasta que en el propósito más firme
fue disculpa del yerro el mismo hierro.


lunes, 24 de abril de 2017

CARLOS V Y LA VILLA DE LLANES


Érase una vez un joven rey, hijo de una reina a la que llamaban “la loca” y de un playboy de la época llamado Felipe. El joven rey, desde su Flandes natal, llegó, por causa de una tempestad, no al puerto de Laredo en donde se le esperaba, sino al pueblín de Tazones, sito en el concello de Villavicuiosa. El joven rey,  que a la sazón contaba con diecisiete años, llegó a tan hermoso pueblo asturiano un 20 de septiembre de 1517 y en Villaviciosa se quedó, según cuenta Laurent Vital, el cronista oficial que lo acompañaba, cuatro noches, saliendo más tarde para Colunga, a donde llegaría el día 24. Aquí pasó dos noches y el 26 partió camino de Ribadesella y desde esta villa, en un solo día, recorrió las no fáciles cinco leguas largas que separan esta villa de Llanes. (Cuenta Vital que vadearon ríos en donde el agua casi cubría los caballos y que subieron montañas y atravesaron valles). A Llanes llegó el rey el sábado, 26 de septiembre de 1517,  con gran regocijo de la población llanisca. Se alojó  en la casa de un principal de Llanes, don Juan Pariente, en la calle Mayor, casa que hoy luce una placa en la que se nos explica que en ella moró (ojo con el verbo: no dice vivió, ni habitó, sino moró, es decir, se detuvo un corto tiempo , que pueden ser varios días,  tal y como nos revela el verbo morari en latín.) El rey,  que era católica majestad, escuchó misa el domingo y, por la tarde, los llaniscos le ofrecieron una corrida de toros con la que, pese a su desconocimiento de la fiesta, dice Vital que disfrutó mucho: “la corrida le proporcionó gran diversión porque los toros eran fieros y malos como ellos solos (sic)”. Muy entendido se le veía a Vital en tauromaquia para ser flamenco, pero aquí lo importante es que aquel joven rey, que viajaba con su hermana Leonor, partió al día siguiente, 28 de septiembre, con rumbo a Colombres, otra escala de un largo viaje que le habría de llevar hasta Tordesillas, en donde visitó a su madre Juana, y hasta Mojados en donde se encontraría con su hermano Fernando que, tiempo después, sería el Rex Romanorum y el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Pero eso ya forma parte de la historia de otros pueblos. Nosotros tenemos que dejarlo aquí, pero, como en las series, americanas ponemos TO BE CONTINUATED.



lunes, 17 de abril de 2017

SHARON OLDS Y EL BOURBON


La lectura de El padre, obra de Sharon Olds, la gran poetisa de San Francisco me ha devuelto el sabor de la poesía de alto voltaje, de la poesía de excelsa calidad, de la poesía de pata negra. No es nuevo el libro, pero hay libros que son eternos y éste lo es. Olds consigue en ese poemario ponerse la cámara portátil de su poesía en el hombro y ,con ella, contarnos la muerte de su padre. ¿Sólo esto? Pues no, mucho más porque Sharon Olds se eleva sobre el tema y se crece en unos poemas magistrales en los que lejos de lo sentimentaloide, se adentra en un texto en que reflexiona sobre la vida, la familia, el sexo, la muerte, el amor, el odio y, sobre todo, sobre la complejidad de los sentimientos amorosos, sean del tipo que sean. Libro excelente del que os dejo un poema como quien os deja un tesoro y que Juan Ramón me perdone por haberle robado un verso. Por cierto, absteneos de esta lectura débiles de corazón, ñoños y gentes de delikatessen porque la Olds no se anda con chiquitas y, aunque la veáis con trencitas en la foto y con gafas schubertianas,  debe de ser una señora de armas tomar que de las que se toma unos Bourbons sin hielo que tiemblan los misterios. ¡Joder, con las californianas y más con las rubias que, como decía el maestro Hitchcock, parecen mosquitas muertas, pero te abren la bragueta en el taxi! Quedáis avisados.

 

SU QUIETUD

El doctor dijo: "Usted me pidió que le dijera
cuando no se pudiera hacer nada más.
Se lo digo ahora."
Mi padre estaba sentado,
casi inmóvil, como siempre, sin mover los ojos.
Yo supuse que se enfurecería al saber que moriría,
que agitaría los brazos, que gritaría.
Pero se quedó sentado,
limpio con su pijama limpio,
delgado, como un santo.
El doctor dijo: "Podemos hacer algunas cosas
para darle tiempo, pero no lo podemos curar".
Mi padre le dio las gracias.
Y se quedó sentado, quieto, solo,
digno como un rey extranjero.
Me senté a su lado. Ese era mi padre:
siempre supo que era mortal. En cambio, yo temí
que tuvieran que amarrarlo. Había olvidado
que siempre se quedaba así, aguantando,
en silencio, el alcohol un modo de callar.
No lo había conocido: mi padre tenía dignidad.
Al final de su vida, su vida
empezó a despertar en mí.

YA NO ES TARDE PARA BENJAMÍN PRADO


Para Benjamín Prado voy a utilizar una técnica nueva en la escritura de mi blog: os copio el poema que de su libro Ya no es tarde es el que más me ha gustado y luego me  contáis lo que habéis sentido. Podrías deciros que el poema me ha impactado como hacía mucho que no me impactaba un poema, que me ha llegado al corazón; podría decir como aquel sesudo profesor de Oxford que, tras leer una oda de Horacio y realizar su análisis literario y métrico, confesó avergonzado a sus alumnos: “Lo siento , señores, pero me he emocionado”. Ahí os dejo este poema que hace que uno siga creyendo en lo que practica:

SU VIVA IMAGEN

Eres su viva imagen,  Me decían
sin sospechar entonces que esas cuatro palabras
iban a ser ahora mi condena.

No tengo dónde huir, dónde esconderme:
sus ojos están dentro de mis ojos;
su apellido en el mío
como el nombre de un barco en el fondo del mar.
Lo que ayer fue mi casa,
es la guarida de los tiburones.

Tú estabas a mi lado
y me has visto nadar en ríos de veneno;
has visto lágrimas
que eran cristales rotos, una lluvia de espinas,
cicatrices de agua que cruzaba la piel.

Miro su alianza de oro en mi dedo
y su rostro tallado sobre el mío,
mientas la vida sigue,
el aire mueve 
los árboles o el sol ilumina su casa
lo mismo que si no estuviera vacía.

El tiempo sólo cura aquello que se puede
sustituir y yo no siento nada
que no sintiese antes
cualquiera en cuyas venas ha bebido la muerte:
la grieta de la angustia,
la plaga de los verbos en pasado;
los recuerdos que buscan su lugar en la vida.

Es tan raro saber que no volveré a verla
y los demás
seguiremos entrando en restaurantes,
cines,
supermercados,
estaciones de tren...
Que no volveré a oír su voz pero a las nueve
será otra vez la hora de la cena,
los fines de semana iré al estadio,
mi coche rodará por la autopista
que ella escuchaba desde su jardín...

Pienso en su dios cruel, el dueño del dolor
y la mentira,
el cínico dice:
–Yo te destruyo para que descanses en paz.
Y ojalá fuese cierto lo que nunca he creído
y ella viera la soledad que deja,
cómo la echo de menos; cuánto me va a faltar;
lo que daría
por volverla a tener una vez más aquí,
un día más, tan sólo.

La mía es la tristeza del cobarde
que reúne para seguir en pie
el valor que no tuvo para ver la caída
de aquello que más quiso.

No tengo que explicártelo. Tú estabas con nosotros
y conoces
el dolor sin refugios,
las sábanas que acechan el cuerpo del herido;
conoces el enjambre feroz de las agujas,
las noches que no acaban cuando sale el sol.

Quien lo sabía todo de mí se ha llevado
el secreto a la tumba,
me he convertido en un desconocido:
el hombre que perdió el rastro de su sangre;
que se ha vuelto una sombra;
que no tiene a quién preguntar por él.

Ahora que mi madre ya no está –si eso es cierto,
si hoy no va a resolver un crucigrama,
ni a mirar los concursos de la televisión
como todas las tardes;
si ha caído en un sueño eterno del que nunca
vamos a despertar–,
guardaré sus palabras, custodiaré sus huellas;
y jamás voy a darla por perdida:
la memoria es el margen de error del olvido.

Le gustaban la nieve, los gatos, la familia;
el fuego,
cocinar,
los cumpleaños,
llorar con las películas románticas;
encender velas en las catedrales.
Le asustaban los médicos,
las llamadas nocturnas,
las tormentas,
el frío,
los reptiles...

Antes de las sirenas y las radiografías,
el miedo blanco de las ambulancias,
sus labios devorados
lentamente
por la carcoma de las oraciones.

Antes de los engaños piadosos,
el fuego amigo de las medicinas,
el esqueleto abriéndose paso hacia la luz.

Cómo puedo escribir lo inexplicable,
lo que no tiene nombre,
lo que todos callamos porque la vida sigue
y junto al cementerio hay tiendas y mercados,
jóvenes que adelantan con sus motocicletas
a los furgones fúnebres,
y avanzamos de espaldas a lo que nos espera
y llamamos silencio 
a todo lo que nadie quiere oír.

Le gustaban las fiestas,
los océanos
y creer que su dios no le daba los golpes
sino la fuerza para soportarlos.
Temía la vejez y al abandono:
pensaba que la forma más triste de marcharse
es no tener a alguien que te diga adiós.

La imagino en la época en que yo no existía,
haciendo cosas
que nunca le vi hacer: enamorarse,
bailar, romper las reglas, ser feliz;
y a veces me pregunto
si fue siempre la misma mujer que conocíamos,
tuvo tan claras sus obligaciones,
dónde estaba su sitio,
de qué infiernos no era decente escapar.

Le gustaba que habláramos
de su salud,
del clima,
de su infancia en los años de la Guerra Civil.
Le asustaban los cambios y las banderas rojas,
la libertad y el paso de los días.

Antes de la morfina y el delirio,
de que fuera quedándose sin caminos de vuelta,
sin puentes que cruzar,
sin esperanza.
No sé cómo explicarlo:
los recuerdos te siguen; pero cuando te vuelves,
nunca están ahí.

Ahora que ya se ha ido,
sólo será posible querernos a escondidas,
fingir ante los otros que no me habla por dentro,
que todo ha terminado entre los dos.
Las cosas no se pierden cuando desaparecen,
sino cuando las dejas de buscar.

Miro su anillo;
miro sus fotos
y soy yo:
puedo ver nuestra cara, nuestras manos...
Y eso que era mi orgullo, ahora es mi condena:
ser hoy que ya no está su viva imagen,
ser su eco,
su huella
el fantasma
de María Ángeles Prado, la mujer de mi vida.

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Benjamín Prado
Ya no es tarde
Colección Palabra de Honor
Visor de Poesía


SEÑAS DE IDENTIDAD


Desde el colegio,  tenía miedo de Señas de Identidad de Juan Goytisolo. Pensaba que no la iba a leer nunca porque los Goytisolo prosistas me parecían un tipo de personas que cargan con la culpa de haber tenido unos padres de la alta burguesía barcelonesa y, para redimirse, acaban abominando hasta de la madre que los parió. De Juan,  había leído un libro que me impactó, Campos de Níjar, una descripción sublime de las tierras duras de Almería, pero no me atrevía con sus Señas de Identidad. Hasta que en este abril florido me he atrevido y no era tan fuero el león como lo pintaban. Ni tan moderno como esperaba, ni tan revolucionario en su escritura. Juan Goytisolo va narrando ese regreso de Álvaro Mendiola sin una línea cronológica, es decir, con saltos en el tiempo, pero esto, hoy en día, es algo tan habitual que hasta en los premios literarios de provincias, que siempre suele ganar algún empelado de Correos, se practica como algo normal. Vamos que es el pá amb tomaquet de la literatura actual. En la novela no faltan andanadas contra el régimen (normal) y contra una Iglesia opresora que el pobre Juan tuvo la desgracia de conocer en un colegio en donde los frailes estaban (of course) para machacar a los niños de la burguesía. Y es el complejo, la obsesión por no ser como los padres, de parecer menos franquistas que el propio Franco lo que le lleva a dar una visión un tanto sesgada de la historia en donde como es ahora también habitual los buenos son los que ya sabemos y los malos los otros. Salvo estos detalles, tengo que decir que Juan es un fantástico escritor como su hermano Luis y como su hermano José Agustín, ese gran poeta que todos hemos cantado con la música de Paco Ibáñez. Y también tengo que decir que, salvo estos detalles presumibles antes de su lectura, Señas de Identidad es una gran novela. Lo notaréis cuando la leáis.