jueves, 30 de junio de 2016

CHRISTIAN BOBIN



Tendré que escribir mucho más despacio sobre Christian Bobin, pero por el momento tan sólo esta entrada de urgencia para deciros que lo leáis, si podéis en francés y, si no, en castellano, en algunas traducciones que circulan por ahí a las que se sumará, a principios del año próximo 2017 la de Jesús Montiel. Bobin escribe de manera que, de seguro, repugnará a los posmodernos, pero ya hace tiempo que nada me importan esos señores que no salen del Mil mesetas. Leedlo y luego, si queréis, me los contáis.



MAHLER Y VIRGILIO



El pasado viernes 17 de junio,  tuve la fortuna de escuchar la magnífica versión de Josep Pons de la sexta de Mahler. El director catalán estuvo muy acertado y toda la obra, hasta donde es posible, fue un gozo. Ese andante único, ese comienzo que te envuelve, ese Scherzo que da un pequeño respiro y ese final desesperanzado, con los terribles golpes de martillo, me dejaron, literalmente, anonadado. Cuando pude recobrar el pensamiento, me puse a pensar cómo Mahler, en un momento bueno de su vida, “ve” la muerte tan cerca. La verdad, no venía a cuento.  ¿Sería que tenía miedo de una vida en la que todo le iba bien? También Eneas, en la Eneida, en unos momentos en que era feliz, en que la vida lo trataba bien, expresa sus miedos con unos versos enigmáticos: onnia timens tuta, “temiendo que todo estaba seguro”. ¿Es el silencio que precede al terremoto? ¿La calma antes de la tempestad?¿El silencio de los pájaros ante la tragedia? Tras esa calma en la vida de Mahler, tras esos martillazos que eran tres, pero que Mahler quitó el último por ser el de la muerte, todo se le torció: su salud se vio rota por la enfermedad cardiaca que le descubieron, su hija murió y Alma inició una relación con Walter Groppius. ¿Quería Gustav, de manera apotropaica, alejar a la muerte nombrándola? Si lo intentó, no lo consiguió. Se le olvidó que la muerte siempre nos espera en Samarcanda.

RAFAEL MELERO, POETA


 


Ya decía Azorín que hay libros que llevan a más libros y que se parecían a las cerezas en una cesta: sacas una y se pegan varias más. Así me ocurrió , hace tiempo, con la Epilírica del mar de José María Fernández Nieto, y así me ha ocurrido ahora con Correo hacia la muerte de Ramón de Garciasol. Si el otro día os hablaba de Jorge Moya, hoy os hablo de Rafael Melero, otro poeta que me ha presentado Garciasol.

         Rafael Melero era de Tomiño, un municipio del sur de Pontevedra, y vivió en Orense y en mi Pontevedra del alma. Escribía poemas con las heridas de Dios, la muerte y el dolor y está muy en la línea de los años cuarenta. Rafael Melero ganó un premio literario y una cierta fama, pero la muerte le ganó la partida muy pronto. Sus amigos lo llevaron a dar tierra al cementerio de Señorín, en O Carballiño y allí sigue esperando mortuorum resurrectionem. Os dejo este poema de Dámaso Alonso que elogió mucho a Melero y que sintió profundamente su muerte. Por cierto, voy a enviarle un correo hacia la muerte a Garciasol para decirle que Señorín no se llama así porque el cementerio lo pagara un señorín indiano como dice él en su libro, sino porque así se llama esta parroquia que es más antigua que el propio Carballiño; es más, la parroquia pasó de la hoy aldea a la que es capital municipal y comarcal. Cuando vaya por O Carballiño, le pondré unas rosas en su tumba. Non omnis mortuus es, Raphael.

ADIÓS AL POETA RAFAEL MELERO
(MUERTO DE CÁNCER A LOS 39 AÑOS)



No hay que llorarte, Melero.
Fuera llantos. Lo que quiero
es patear,
gritar que está muy mal hecho
—¡no hay derecho, no hay derecho!—
y no llorar.

Juntó tu esencia secreta
la vida, y creó un poeta:
un corazón,
que en ensueño se doblaba
y en clara estela dejaba
su sazón...

No se forja así un poeta
para hacerle la peseta,
y como en un
juego estúpido y malvado,
romper lo más delicado
al tuntún.

¿Qué bestia gris burriciega
trota idiota, y te nos siega
al trompicón?
¿qué negro toro marrajo
te metió ese golpe bajo,
a traición?

No lloro por ti, Melero
(mira mis ojos): yo quiero
protestar,
gritar que es un asco, ea,
y maldecir —a quien sea—,
y no llorar.
Alonso, Dámaso

 

sábado, 18 de junio de 2016

JORGE MOYA O LA VOZ DE LA ALCARRIA


Comprendo que no conozcáis a Jorge Moya, un poeta español de los treinta, que nació en Humanes de Madrid, pero que es el gran cantor de La Alcarria. Ramón de Garciasol, al que le he dedicado algunas entradas en este blog, lo tuvo de profesor en el Liceo Caracense, ese bello palacio con un patio azulejado en aquellas mañanas juveniles de café con churros en la parada del Auto Unión. Pues resulta que Moya compuso un libro de poemas que se llama Cármina en el que canta a los pueblos recios de la Alcarria y por el que desfilan Hita, el del Arcipreste, Mandayona o Atienza, que es de Segovia, pero que toca en los llamados pueblos negros de Guadalajara. Me recuerda Moya en ocasiones a mi Marqués de Lozoya, pero tengo que confesar que mi querido Juan de Contreras es mejor poeta, más hondo y, por momentos genial. Ya sabéis que se retiró de la poesía y se dedicó a sus clases porque consideró que él no podía igualarse, ni acercarse siquiera a la generación del 27. Don Juan era, como todos los grandes sabios, un hombre muy humilde. Me gustan estos poetas con sabor a pueblo, a tierra mojada, a tormenta en la lontananza. Y cuando los leo, me acuerdo de Pepín Folliot, el gran Pepín al que gustaban estos poetas con sabor de la tierruca. Los que leen tan sólo a los reyes del premio amañado, por favor, que se abstengan. gracias.


EL UNICORNIO DE MUJICA LÁINEZ




Imaginad por un momento que el hada Melusina, hija del hada Perusina, os llevara de la mano hasta la Edad Media y que allí os fuera contando sus aventuras, sus amoríos, sus tristezas, sus alegrías. Mientras nos lo cuenta, nos va tejiendo un tapiz maravilloso en el que el Medievo se ve reflejado como en un espejo. A Mujica Láinez le pasa lo que a Álvaro Cunqueiro, mi señor feudal en literatura, que se mete en la fabulación tanto que parece que no puede salir. Manucho es barroco, es impresionista, es prodigioso. Su prosa, que es para leerla muy despacio, paladeando línea a línea, está llena de luces, de colores, de olores. Los fantástico y lo real se confunden en unas tierras en donde los caballeros se encuentran con hadas, con elfos o con seres mágicos y legendarios como el judío errante. Gran novela esta de El unicornio, quizás un punto por debajo del Escarabajo, que fue la que leímos en mayo, pero de gran calidad aunque es más compleja en lo que cuenta (lo aviso para los que no conozcan el estilo de Mujica Láinez). Bellísima novela que no debe faltar entre vuestras lecturas de este verano.


martes, 14 de junio de 2016

MEMORIA DEL PÁJARO DE JESÚS MONTIEL




         Hay libros que te van calando poco a poco como la nieve va entrando en los prados de mi Liébana, como las nubes van dejando su carga plomiza en Peña Labra y van formando arroyos. Hay libros que se van encarnando en el corazón y, con el tiempo, los has hecho tuyos porque, quizás, lo que escribimos los poetas no es nuestro, sino de nuestros lectores que lo viven. Hay libros que los deseas y que no te llegan por problemas de distribución, como en esos sueños extraños en que quieres gritar y no puedes y que, cuando los lees, te colman, te llenan de una luz de brasa, de leche de infancia, de miel caliente; hay libros que están atentos a las cosas pequeñas, al silencio sólo roto por el canto del pájaro, a la mañana prístina en la que un dios creó el mundo. Hay libros premiados, pero que no hubieran necesitado el premio porque ellos son los que premian al jurado que los ha elegido. Hay libros que se te quedan en la memoria como el aleteo de los gorriones mañaneros, como los vuelos perfectos de los vencejos, como los pasitos cortos y torpes de los gorriones. Hay libros como Memoria del pájaro que son un gozo leer y que te hacen creer de nuevo en la poesía, prisionera de poetas garbanceros que buscan el premio que les concede el muñidor de turno para segur encaramados en los puestos de Ayuntamientos, Consejerías y Gobiernos. Hay poetas y poetas como Jesús Montiel que no miente, que no imposta su voz, que tiene un fablar verdadero. Por eso lo leo, porque su voz, siempre con las cosas pequeñas, con lo insignificante, pero lleno de significado para quien lo sabe ver, es también mi voz. ¡Ah, por cierto! Esa tontería de que es discípulo de D’Ors me parece poco inteligente por parte del crítico que la parió. Montiel tiene puntos de contacto con Miguel D’Ors, pero también con Christian Bobin, un gran poeta francés amante también de lo pequeño, de lo sencillo, de lo verdadero.

LOS POLVOS DE LA MADRE CELESTINA


Mi abuela Patrocinio siempre andaba con los “polvos de la madre Celestina” y así, cuando yo quería que los antibióticos que me habían puesto para las anginas me hicieran efecto a las pocas horas, me decía: “A ver si te cree que son los polvos de la madre Celestina”. Ella, que había nacido en 1916, aún tenía en la cabeza el título de esta obra de Hartzenbusch. y, por eso, cuando la vi en una edición de viejo me lancé a por ella como un cazador ansioso. Sin embargo, si os soy sincero, creo que la obra no es de alto valor y lo único que la hace más entretenida es la inclusión en ella de la magia que no es muy habitual en la literatura española (Salvo la honrosísima excepción del Mágico Prodigioso de Calderón). Comedia de enredos que don Juan Eugenio, quizá para quitarse líos, nos dice que la tradujo del francés y que debió hacer las delicias de los madrileños del XIX pues su fama llegó, por lo menos, hasta aquella casa de la carrera de San Bernardo en la que nació mi abuela Patro un 24 de julio de 1916.

DON JUAN MELÉNDEZ VALDÉS

 

         ¡Ya nadie se acuerda del pobre Meléndez Valdés! ¡Ya nadie se acuerda de sus poemas anacreónticos porque ya no sabe ni el Titi quién era Anacreonte y, finalmente, ya nadie se acuerda del pobre Meléndez Valdés porque el mundo no está para finuras de “lunarcitos en la alba canal” y cosas así y, hoy en día, los machos ibéricos van directamente al grano con o sin “control”. Pero, aun sabiendo que leer y repartir los poemas de don Juan Meléndez Valdés es como dar margaritas a los cerdos o jamón de pata negra, sigo y no cejo en mi empeño de que estas nuevas generaciones sepan quién era este poeta extremeño y que lo disfruten. Me da igual si para muchos la “alba canal” es el culo de la dama porque, pese a tantas reválidas y tantas diversificaciones y tantos PMARES, la cosa está como está y no hay más cera que la que arde; y a seguir adelante con la bandera de poesía entre lo chabacano y lo zafio, contra Belenes Esteban y Telecincos. Os dejo con un poema suyo y si alguien, tras leerlo, se siente mal, que se ponga la televisión y que se vea como antídoto el Sálvame de Luxe. Luego no digáis que no os he avisado. Acusado de afrancesado, se tuvo que marchar de España: no se preocupe, don Juan, que, al paso que vamos, muchos vamos a salir tras sus huellas.

viernes, 10 de junio de 2016

RAMÓN DE GARCIASOL Y SU CORREO HACIA LA MUERTE





 
La lectura de Ramón de Garciasol me lleva al Liceo Caracense en donde, hace ya unos años, me presenté a unos exámenes. En aquel Instituto, de bello patio y más bellos azulejos, pasé algunas mañanas y en un rincón había una placa en la que se daba cuenta de que en sus aulas había estudiado Ramón de Garciasol, el autor alcarreño que escribió, entre otras, su Diario de un trabajador, y éste Correo hacia la muerte, unas cartas que el poeta dirige a gentes que conoció pero que ya pasaron al reino del Hades. Garciasol, hombre del campo alcarreño que llegó a estudiar en tan hermoso centro, nos cuenta con emoción de esos poetas que él conoció, unos más famosos y otros menos. Este libro, publicado como tantos otros en aquella maravillosa Colección Austral, me ha hecho conocer a dos poetas de los que os hablaré en el futuro, cuando lea sus libros que ahora reposan en mi lista de espera. Ahí tengo a Jorge Moya y a uno de Bargas, Toledo. Seguro que el amor que Garciasol les tenía ha superado el Leteo y ha llegado hasta ellos. A veces, no todo está perdido.


jueves, 2 de junio de 2016

JESÚS MONTIEL Y SU INSECTARIO




Este breve (no ocupa más de 45 páginas), pero enjundioso libro de este poeta granadino, ganador en el año 2013 del premio Alegría que concede el Ayuntamiento de Santander , la marinera, Jesús Montiel, me gusta mucho. Montiel es poeta de varios premios y así Placer adámico fue premio Universidad Complutense en el 2011. Y Díptico otoñal fue premiado con el Leopoldo de Luis  en el 2012. A estos premios es menester añadir el premio Hiperión de 2016 por Memoria del pájaro , libro que aún no he podido leer, pero que me está llegando en estos días por correo. En el preámbulo, Montiel expresa muy bien lo que, para él, es el oficio de poeta: “relatar lo ordinario de forma extraordinaria”. Y así, en su terreno vital y poético, se entrega Jesús Montiel a una labor entomológica de estudio de ese insecto que nos vive y que se llama corazón. No es Montiel un poeta con verbositas sino, al contrario, de palabra  medida  y justa, rico en imágenes y buscador incansable de la luz. Así, en ITINERANCIA, en sólo cinco versos nos habla de la vida, los ramajes y la luz que revive. En APÍCULA, nos presenta un paralelismo  entre ese grupo de avispas que, cansadas de la vida depredadora, deciden dedicarse a libar flores y se convierten en avispas proscritas a las que se denominó abejas. Un buen libro el de Jesús Montiel altamente recomendable para los buenos lectores de poesía. Ahí os dejo con un poema suyo no de este libro, sino de Placer adámico. Me lo agradeceréis.

VISITA AL MUSEO

 

Niños terrícolas del siglo treinta:

mirad lo que llamaban los antiguos un bosque.

Entonces las especies vegetales

brotaban a su antojo de la tierra,

se hermanaban formando laberintos

rebosantes de vida.

Los árboles crecían, se estiraban

como sueños borrachos de tormenta

y en sus copas el viento cantaba con el pájaro.

-la extrañeza les abre la boca y la mirada-

mirad lo azul que entonces era el cielo

-se escuchan expresiones de sorpresa-

la belleza del campo amanecido.

Observad las estrellas coronando la noche,

flotando como adornos navideños

de un altísimo abeto.

 

Mirad un hombre de hace nueve siglos

absorto en la visión de unas montañas.

 

-¿Qué fulge en su mirada? ¿Qué luz hay en sus ojos?-

 

Es lo que los antiguos llamaban el Asombro