martes, 28 de diciembre de 2021

METER BAZA EN EL BAZO

 


Tenía Paco Umbral una columna en El País que se llamaba Spleen de Madrid porque don Paco era un animal literario-  tanto que el personaje mató al escritor-, y sabía cómo durante el siglo XIX estaba de moda adolecer de spleen que no es sino una  melancolía un poco al estilo del joven Werther. Spleen es la palabra que usan los angloparlantes para referirse al bazo y tiene esta palabra inglesa sus raíces en la latina splen y en la griega σπλήν y así los médicos hablan del músculo esplénico para referirse al bazo. No es raro que vinculemos el bazo con la melancolía si pensamos en que hacemos al corazón asiento de los sentimientos y también el hígado recibe su “carga emocional”. Incluso leía no ha mucho que en el corazón había neuronas por lo que esta teoría de hacerlo asiento de los sentimientos no es tan disparatada. Y esto os lo digo con el corazón en la mano.  Entonces ¿por qué le llamamos bazo al bazo y no un derivado de splen en latín siendo  la lengua del Lacio nuestra lengua madre? Pues porque nombramos al bazo en castellano por su color que es rojizo – quizás por su abundancia de sangre-,  y esa tonalidad se dice en latín bacius de donde, por gramática histórica, tenemos bazo. Otra cosa es “meter baza” porque baza, que, según la RAE,  es el conjunto de cartas que en algunos juegos de naipes recoge quien gana la mano, viene del italiano bazza que significa “ganancia”. Por tanto no debemos confundir la baza con el bazo. Por cierto, la RAE recoge la forma esplín, simple transcripción fonética de la palabra inglesa.

EL CIEGO

 


Algunas palabras tienen su origen en locuciones eufemísticas. Este es el caso de aveugle, ciego en francés. En la mayoría de las lenguas romances se parte del latín caecus, pero los franceses, considerados ellos, parten de una expresión eufemística del latín vulgar que es ab oculis, es decir, de los ojos que, a su vez, es una braquiología, es decir, un acortamiento de una expresión. Nosotros, también de manera eufemística, decimos que alguien está enfermo “del corazón”, “del riñón” o “del hígado”. Fue por esta razón eufemística por la que los franceses adoptaron, con la lógica evolución fonética en francés, aveugle. Más    maravillas del lenguaje.

DE CÓMO NUESTRO HIGADO PROVIENE DE UN HIGO

 


Hace ya unos cuantos años tuve yo una colaboración en SER Ávila en la que trataba de etimologías y recuerdo que la primera etimología que traté fue la de hígado a cuyo análisis me voy a dedicar. Veamos, lo primero, en términos médicos tenemos hepático o hepatitis cuya raíz bien claro se ve que nada tiene que ver con el hígado nuestro. Estas palabras médicas vienen de ἧπαρ, ἥπατος, la forma griega para designar a esa víscera de nuestro cuerpo. En latín, la forma era iecur y está más que claro que tampoco de ahí ha venido nuestro hígado. Entonces ¿de dónde viene, pues,  nuestra palabra hígado? Pues aquí es donde hace su entrada el bueno de Karlos Arguiñano porque nuestra palabra hígado está relacionada con ficus, higo, y nuestro hígado nos viene del nombre de un plato de cocina. ¿Cómo es posible esto? Pues porque los romanos, que apreciaban el buen comer, tenían un plato que era el iecur ficatum, es decir, el hígado a los higos. Los clientes de las thermopolia, con esa tendencia al mínimo esfuerzo que tantas etimologías nos da a los filólogos, decían: iecur ficatum volo, es decir, quiero un hígado a los higos, pero con el tiempo empezaron a decir tan sólo ficatum pues con esta palabra el que les atendía entendía perfectamente los que querían. Y así esa palabra fue llegando, por medio de soldados y mercaderes, a todo el Imperio y se empezó a sustituir, en las clases populares, iecur por ficatum y, como de ese latín vulgar provienen nuestras lenguas romances, acabó, por evolución fonética, dando hígado. ¡Ya veis la fuerza que puede tener la gastronomía!

LAS PASANTÍAS, EL PASANTE Y UN GALLEGO DE JUMILLA

 


Seguimos con las etimologías y, en esta entrada vamos a parar mientes en la palabra pasante. Vamos a ir por partes en su explicación. Recuerdo desde niño que, en los largos veranos gallegos, los niños, al dejar el colegio, hubieran o no hubieran suspendido alguna para septiembre, continuaban yendo a las pasantías, es decir, academias de verano en donde repasaban las materias del pasado curso o preparaban un poco las del próximo. Pasantías las llamó siempre aquel señor maravilloso que fue don Manuel Martínez que, aunque nacido en Caravaca, Murcia, era el personaje más gallego con el que me haya podido encontrar pues sus padres, murcianos ambos, emigraron a Pontevedra cuando él tenía un par de años por mor del vino de Jumilla que se dedicaban a vender. Luego, el señor Miguel, casó con una marinense de la familia Pardavila y sus hijos fueron Martínez Pardavila. Los Martínez Pardavila tenían la casa familiar en la calle marinense de Francisco Alfonso, llamada así por ser este personaje un capitoste de falange en Marín además de ser familia de mi buena amiga Sisa Santos, casada con Antonio Herrero, que provenía de una familia que tenía una fábrica de conservas justo al  lado de la fábrica de hielo a donde iba yo con mi padres para comprar hielo para la nevera que nos llevábamos a la playa. La verdad, ya no sé ni lo que estaba contando. ¡Ah, sí, ya caigo! Decía que el señor Miguel solía decir siempre  “pasantía” que es como se conocían popularmente en Galicia. En cuanto al término pasante, poco que deciros: pasante es el que en un despacho de abogados pasa o escribe lo que el señor abogado le ordena y es, en muchas ocasiones, o un estudiante de Derecho, o un recién licenciado que así hace sus primeras armas en las batallas jurídicas. Por cierto, que el señor Miguel tenía una hija casada en Vigo con un carnicero que se llamaba (y llama) Manuel Alonso Martínez y que, antes de ser carnicero, había trabajado en la Citroën y otra, funcionaria del Ministerio de Educación que se quedó viuda muy joven porque el marido estaba enfermo del corazón. También tenía un hijo en la Armada y… Sinceramente, creo que ha llegado el  momento de cortar el texto de esta entrada.

¿POR QUÉ LOS FRANCESES LO LLAMAN FROMAGE CUANDO SE VE CLARAMENTE QUE ES UN QUESO?

 


Como parece que os han gustado las etimologías, vamos a ir con la de queso que, en castellano al menos, es muy clara pues proviene de caseus, -i, la forma de decir queso en latín. De caseus tenemos caseína  que es una proteína de la leche (los acabados en –ina nos remiten a sustancias químicas). Sin embargo, hay un “problema” en francés y en italiano en donde dicen, respectivamente, fromage y formaggio. ¿Por qué se dice de esta manera cuando, como en el chiste del genial cómico catalán Eugenio, se ve tan claramente que es queso? Porque franceses e italianos atienden para nombrar al queso a una de las etapas de su proceso de elaboración que consiste en meterlo en moldes o formas y de “forma”, tenemos ambas palabras. Ya veis cómo son las cosas en ese maravilloso mundo que es la lengua.

lunes, 27 de diciembre de 2021

MASERAS, HERRADAS Y CERMEÑOS

 


Hoy, dentro de estas entradas de blog navideñas y puesto que no me he levantado muy católico, se me ha venido a las mientes mi abuela María que era toresana y que poseía, amén de un rico refranero, una buena colección de palabras llenas de la hermosura de lo antiguo. Vamos con ellas.

         La primera es masera y masera llamaba ella a cualquier bayeta o trapo que anduviera por la casa. In puribus, la masera es la artesa donde se amasa el pan y también era el paño con que se tapaba la masa para que fermentara mejor.

         La segunda es herrada que va íntimamente ligada a la masera pues antes de que los españoles inventáramos la fregona, las mujeres fregaban de rodillas y metían la masera en la herrada que no es sino un cubo más ancho por la base que por la boca y que tiene las asas metálicas, de hierro más en concreto, de donde le viene el nombre: ferrum > ferrata > herrada. También el cuerpo de la herrada, que puede ser de madera o de barro, lleva unos cinchos de hierro para reforzarla. Habitualmente se usaba para llevar la leche y por Cantabria la llaman colodra.

         Y la tercera palabra “mariana”, es decir, de mi abuela María, era cermeño que no es sino el árbol que produce la cermeña, una variedad de pera  que se suele recoger por San Juan y que también es conocida como perillo de Toro. Pero mi abuela usaba lo de cermeño también como insulto pues un cermeño es un hombre sucio, tosco y necio.

         En fin, para otro día dejamos más palabras de mi abuela María, gran conocedora de eso que Agustín García Calvo en su Manifiesto de la Comuna Zamorana, llama el dialecto de Toro. Cosas del maestro.

LAS GAMBAS Y EL FLAMENCO

 


La palabra gamba bien del latín vulgar gambarus que, a su vez, proviene de la forma culta cammarus y ésta forma del griego κάμμαρος que significa langosta. Del cammarus proviene nuestro camarón, tanto el de comer, como el gran Camarón de la Isla, cantaor flamenco cuyo nombre verdadero era José Monge Cruz y al que apodaron así de pequeño porque era muy rubio y, cuando le daba el sol, parecía un camarón de la Isla de San Fernando. Por tanto para tomarse unas gambas, nada mejor que hacerse acompañar por un disco del Camarón y un vinito de Jerez. En estas Navidades, lo propio.

PRESUMIR DE PRESUNTO

 

Si en la anterior entrada hablamos de las jambas y el jamón, en ésta vamos a entrar a descubrir por qué razón nuestros hermanos portugueses llaman al jamón presunto. La cosa es sencilla: porque los lusos atienden,  más que a su forma u origen en la extremidad del animal,  a una de las operaciones que se necesitan para conseguir un buen jamón que no es otra que el prensado y salado del pernil porcino. Prensar viene del latín premo cuyo participio de perfecto pasivo es pressus-a-um. De ahí el presunto portugués.

         Y el presunto implicado ¿ de dónde proviene? Pues, como no podía ser menos de otro verbo latino: praesumere, que es un compuesto de la preposición prae + el verbo sumere , es decir, tomar por adelantado o conjeturar pues eso hacemos cuando suponemos algo que no está confirmado. También de este verbo vienen presumir que es “tomar” algo antes de su confirmación y así lo tenemos en su doble acepción en castellano: presumir, es decir, “tenérselo creído” y presuponer en la expresión poco usada ya en castellano que dice así: Yo presumo que el libro estará en ese anaquel. Como anécdota, deciros que a Manolo Cambronero, el gran librero de Valladolid, una señora le pidió un libro y él, culto entre los cultos, le dijo:

-       
 
Presumo que lo tenemos en el almacén.

A lo que la señora, poco conocedora de esta acepción noble y clásica le espetó:

-         Pues no presuma usted tanto y tráigame el libro.

Os lo juro.

EL JAMÓN EN LA PUERTA

 


La palabra jamón proviene del diminutivo de “jambe”,  “jambon”,  que es la palabra francesa para designar nuestra pierna y  cuyo origen hay que buscarlo en el latín vulgar camba (sí, como don Julio Camba, el gran escritor pontevedrés) que significaba “ pierna de las caballerías” y, también a su vez, viene esta palabra latina del griego καμπή que significa “curvatura”. Los latinos se dieron cuenta de la curvatura de la pierna, que no es perfectamente recta y aún menos las patas de las caballerías, y adoptaron esa palabra para las patas de sus caballerías dejando perna, -ae, para los humanos de donde viene nuestra pierna pero también  el pernil de cerdo sin ir más lejos. Pero la cosa no queda aquí pues tenemos las jambas de la puerta que tienen también el mismo origen y es cosa lógica pues ¿qué son las jambas sino las “piernas” que soportan el dintel de la puerta? Ya veis de qué manera llegamos a descubrir que el jamón y la puerta están emparentados. Cosas de la lengua.

sábado, 25 de diciembre de 2021

PATRIA

 


Kaixo, lagunak, os digo con toda mi alma a todos vosotros, personajes de Patria, la gran novela de Fernando Aramburu. Ezkerrik asko porque me habéis hecho vivir con vosotros unos días inolvidables y he llorado – todo hay que decirlo-, con vuestras vidas. Josean, mi favorito, el hombre que sufre y calla, el hombre que se guarda todo por dentro, el hombre que padece su propia imposibilidad de expresar sus sentimientos: Txato, el tío generoso, el euskaldún que, salido de la nada, daba trabajo a su pueblo e incluso daba trabajo a los Judas que le vendieron; Bittori, la mujer que ama al Txato hasta las trancas y Miren, la mujer que, debajo de la piedra vasca, lleva un corazón de sangre para sus hijos a los que defienden hasta en sus errores ( ahí tenéis a  Joxe Mari con sus almorranas, una en el ano y otra en la mente). Y los hijos de los dos matrimonios, ¡ay los hijos!,  cada uno con un problema, cada uno, como tiene que ser, con su manera de ser y proceder. La pobre Arantxa, la neska polita que ahora está en una silla de ruedas; el doctor triste y su hermana, la algo alocada Nerea.

         Que sepas, Bittori, que he subido contigo a Polloe a ver al Txato, que te he regado ese geranio que pusiste en la ventana cuando decidiste - con todo el derecho del mundo-, volver a tu pueblo tomado por una banda de indeseables. Que sepas tú también, Gorka, que estoy contigo porque te dedicaste a los que un ser humano se dedica: a la cultura, a alabar a tu pueblo con poemas e historias y no con tiros en la nuca. Así se hace un país, Gorka y no llevándose de calle a niños y mujeres. Y también quiero decirte, querido Josian, nere biotza, maitía,  que cualquier día me voy contigo a la huerta, ya sabes, para echarte una mano. No, no hace falta que me regales ningún conejo tan sólo, si te sobran, dame un manojo de puerros que bien sé que son muy buenos los que cultivas en esa tierra que te trajo el Txato desde Navarra.

         Pues nada más. Que algún día me pasaré por vuestro pueblo para pisar las calles nuevamente. Hasta ese día, agur. Y como estamos en las fechas en que estamos, muxu, zorionak eta urte berri.

EL HOMBRE DE LA GABARDINA CON CUELLOS DE PIEL VUELTA AZUL

 


Quiero contaros una historia. Érase una vez una tarde de abril en la muy fría y castellana ciudad de Ávila. A la salida de un concierto en la Catedral, apoyado en la puerta de la izquierda, hay un señor que lleva una gabardina con los solapas de piel vuelta; creo recordar que son de piel azul. Aquel hombre deja pasar a los asistentes al concierto y tiene blanco el poco pelo que le queda. Aquel hombre tenía una mirada hermosa, la mirada del que ha contemplado mucha belleza y ha sido capaz de trasmitirla a sus hermanos; aquel hombre tenía una nariz que era como la proa de un barco acostumbrado a surcar las obras de los más grandes compositores barrocos; aquel hombre había dado un concierto dirigiendo un coro, pero podía también habernos deleitado con sus manos, largas y sensibles, viajando por el teclado de un clave; aquel hombre amaba la música, la llevaba en su sangre ya por aquellos días aquejada de un mal que, aunque irremediable, se demoró en su labor quizás para seguir escuchando al maestro. Aquel hombre salió de la catedral cuando el público la hubo vaciado y cruzó la plaza de la Catedral en donde una fría noche abrileña – en Ávila se dice con humor que no hay más que dos estaciones, la del ferrocarril y el invierno-, había acampado con su granizo. Aquel hombre se dirigió hacia el final de la plaza y se perdió en la luz cálida de aquellas farolas abulenses que nos regalaban a los habitantes ese calor que necesitábamos para seguir viviendo, para vencer a las sombras que, abanderadas del miedo, llenaban las calles y callejas de la vieja ciudad castellana de hombres recios y curtidos y mujeres siempre vestidas de negro, como si el luto llenara toda su vida, desde el nacimiento a la mortaja. Aquel hombre dobló la esquina y se perdió en la noche. Aquel hombre, perdonad por no habéroslo dicho antes, se llamaba Gustav Leonhard y era músico.

LAS ROSQUILLERAS, CUADRO DE MANUEL USSEL DE GUIMBARDA. (COMENTARIO LINGÜÍSTICO)

 


En el anterior entrada, os hablaba del anafre y, buscando fotos para ilustrarlo, me encuentro con este cuadro de Manuel Ussel de Guimbarda, pintor nacido en Cuba ( en la Cuba que era España) y que se dedicó a escenas costumbristas. El cuadro representa a unas vendedoras de rosquillas en una calle sevillana y en él podemos a ver a una mujer que está avivando el fuego del anafre con un aventador de esparto.  Al aventador también se le llamaba soplillo ( recordad lo de “orejas de soplillo”) y era muy usado en las cocinas y lumbres de nuestros abuelos. Si os fijáis bien en el cuadro, veis las manos de dos mujeres que trabajan la masa en unos lebrillos que eran unas vasijas más anchas por el borde que por el fondo y que se usaban para diversos usos que podían ir desde lavar la ropa, servir para un pediluvio o, como en este caso- y sin agotar sus múltiples posibles usos-, para hacer masa de rosquillas. Para contener el aceite, se usaban las alcuzas, que eran metálicas, o, como en este caso, una botija perulera que era estrecha de base, ancha de barriga y estrecha de boca. Además tenía un asa para poder echar el aceite. Estas vasijas estaban vidriadas o esmaltadas para contener mejor su contenido oleaginoso. En fin, que me perdonen los artistas por haber hecho este comentario lingüístico de un cuadro, pero el comentario artístico o pictórico se lo dejo en bandeja a los expertos. Que hablen ellos como yo os he hablado de las palabras con las que se designan  a los objetos que aparecen en el cuadro.

LLEVA SU CHOCOLATERA, SU MOLINILLO Y SU ANAFRE

 


Puesto que es Navidad, andamos todos con lo del anafre para arriba y para abajo. Sí, ya sabéis, se canta  al anafre en ese villancico que dice: “llevaba su chocolatera, su molinillo y su anafre”. O, al menos, es como yo lo recuerdo y, todas las Navidades, lo canto. Pero ¿qué es el anafre? Pues un hornillo portátil para calentar el chocolate que llevaba la burra para Belén en la que no faltaba la chocolatera y el molinillo. Durante muchos años (todo hay que confesarlo) no supe qué era ese anafre que llevaba la burra. Ahora que lo sé disfruto más con este villancico tradicional español que tiene el poder de llevarme a una cocina bilbaína y a un besugo en su horno que guisaba abuela Patro. Ya no quedan cocinas bilbaínas y el besugo, pese a ser un pez, está por las nubes cual volátil celeste. Pero, eso sí, hay que seguir llevando, como todos los años,  la burra con la chocolatera, el molinillo y el anafre porque al Niño que nos ha nacido le sigue gustando con locura el chocolate caliente. Por cierto, quiero aclarar que el hornillo no es eléctrico porque, si así lo fuera, la factura de la luz se nos iba a disparar. Para satisfacer vuestra curiosidad,  os digo que,  en la foto, vemos un anafre de Medina Azahara, la hermosa ciudad musulmana en las laderas de la Sierra de Córdoba.

 

domingo, 19 de diciembre de 2021

EL MÚSICO FAVORITO DE GLENN GOULD

 


Hace muchos años leí una entrevista a Glenn Gould en la que decía que su músico no era, pese a los se podía pensar por las muchas grabaciones que le dedicó, Bach, sino Orlando Gibbons. Algunos tildaron esas declaraciones como un punto más en los puntos de excentricidad del canadiense, pero no repararon en la gran calidad del músico inglés. No estamos aquí para juzgar si queremos más a papá Bach o a Gibbons, no, para nada; estamos para decir que Gould ponía con sus declaraciones en valor a un gran músico. Os invito a que escuchéis sus obras para clave, sus obras polifónicas y sus himnos para el oficio de cuya belleza siguen beneficiándose los ingleses, anglicanos ellos. Esos himnos, que, repito, aún suenan en los templos británicos, tienen una belleza delicadísima y Gibbons los compuso para todo el calendario litúrgico Os emplazo a que los escuchéis y me digáis. Los católicos dejamos la gran tradición de música religiosa de muchos siglos para coger la pandereta y el órgano Hammond. No sé si Dios nos lo va a perdonar alguna vez.

lunes, 6 de diciembre de 2021

LA IMPOSIBILIDAD DE VIVIR SIN MITOS

 


Dice Karen Armstrong en su libro Breve historia del mito que, desde el siglo XVI, el logos ha derrocado al mito y el hombre, ese animal inconsolable del que hablaba Saramago, sin Dios y sin mitos, es más inconsolable que nunca. Dice la escritora inglesa, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2017:

         La mitología había enseñado a las personas a manejar su subconsciente, pero ahora que les habían retirado su apoyo, el subconsciente se descontrolaba.

            No se puede decir mejor: el mito era (es) terapéutico, cura, consuela. Ayuda al hombre a enfrentarse a su extinción y a la nada y, gracias a él, el ser humano asume las más terribles verdades con un cierto grado de resignación. La confianza absoluta en el logos no aporta esa curación tan necesaria y la fe en el logos es además engañosa pues no olvidemos que la ciencia nos ha hecho vivir más y mejor, pero también fabricaba el Ziklon B, el gas con el que se asesinó a millones de judíos en los campos de exterminio.

         Los seres humanos somos seres creadores de mitos y no podemos vivir sin ellos. La ausencia de mitos conduce a la neurosis, a la angustia, a los falsos paraísos de las drogas. El hombre es un ser espiritual y,  desde que existe sobre la tierra,  ha necesitado de los mitos para exorcizar el miedo.

         Lo contrario es la Tierra baldía de Elliot o la sociedad de la novela 1984 de Orwell. Un hombre atrapado en su egoísmo es el Kurtz del Corazón de las tinieblas de Conrad cuyas últimas palabras fueron: “¡El horror! ¡El horror!” o el cónsul de Bajo el volcán de Lowry que, atrapado en pulsiones de muerte, ha perdido su capacidad de ver y vivir con claridad.

         Necesitamos el mito en esta sociedad posmoderna si queremos soportar la vida. El mito “heilt”, cura,  nos hace capaces de enfrentarnos al mysterium terribile et fascinans que es la vida como vio Rudolf Otto en su gran libro Das Heilige, lo santo.

         Todavía estamos a tiempo.

EL CANTO DE LA PERDIZ ROJA EN INTERIOR DE CONSTANTINO MOLINA, POETA.

 


En ocasiones, uno tiene la fortuna como lector de encontrar un  en libro y, en esta ocasión , he tenido la fortuna de encontrarme con este libro que, cuando lo pedí a la editorial que lo ha publicado, ya intuía que me iba a gustar, pero que, mientras no lo leíu, no confirmé mis barruntos. El canto de la perdiz roja en interior de Constantino Molina Monteagudo es un gran libro porque este poeta albaceteño nos habla del campo verdadero, no del campo del que hablan los señoritos cuando dicen “yo el campo lo tengo en Sevilla” o “yo el campo lo tengo en Córdoba” o “ yo el campo lo tengo en la Manchuela” que es la tierra de Molina. En su libro, el poeta nos muestra la belleza del campo, toma nota de cuándo empiezan a cantar los pájaros, escucha la lluvia y se regocija y exulta con la nieve, pero también no elude la dureza del campo, la soledad del campo, la oscuridad invernal del campo, ese campo que no conocen los señoritos porque sólo habitan los cortijos en “el tiempo bueno”. El campo también es paro, gentes alcoholizadas que sufren en soledad, la muerte que se muestra en todo su esplendor, sin el maquillaje chabacano de las ciudades. En el campo, se habla con la muerte de tú a tú porque la parca está en los animales que mueren en las cuadras, en los conejos cazados por las aves rapaces o por los cazadores (tanto da), en un padre que se nos ha ido. El campo es un lugar de plena vida y de plena muerte y eso no es plato para todos los paladares. Cuando Constantino se sube a esa Cruz que preside su pueblo, ve ese mundo pequeño que  tiene in nuce todo el universo porque el campo es un microcosmos en el que la vida nos muestra lo bueno y lo malo, lo agradable y lo desagradable, en definitiva, sus dos caras, esas dos caras que son la vida misma y su reverso, la muerte.

         Gracias, amigo Constantino, por este libro inmenso no exento de ironía y hasta de ese humor manchego del que el poeta hace uso , por ejemplo, para hablar del rey de la Mancha, don José Bono, consuegro de Raphael, representante conspicuo de esa clase política que “entiende del campo” y “ es del campo” mientras una criada les sirve una copa de vino, - de ese vino lleno de bichos, de sudor y de horas del que, como Constantito y su hermano, ha podado y cuidado las viñas-,  en su ático del madrileño barrio de Salamanca.

         Me ha gustado mucho el libro, Constantino. Tan sólo te pediría un favor: que el día que vaya don José Bono con el Mercedes negro y se haga unos trompos para distraer a las gentes del campo, me llames. No me lo quisiera perder por nada del mundo.

 

MISTERIOS DEL CANTE FLAMENCO

 


Después de los días de Córdoba, me he puesto a leer ese maravilloso libro que es Misterios del arte flamenco del gran poeta cordobés Ricardo Molina. Empieza fuerte don Ricardo y dice ya en su NOTA DEL AUTOR una gran verdad:

         El flamenco es una Weltanschauung, es decir, una manera de concebir el mundo y la vida. Sigue el poeta diciéndonos que el ideal flamenco no es ni lo bello ni lo hermoso, que el flamenco es la voz herida de un pueblo que lleva siglos de silencio y sufrimiento; que por eso, el flamenco es introvertido, es el arte de la cueva, que es, a su vez,  el útero femenino, y de la herrería, con su fuego, con su mundo sexualizado de la minería primitiva; que el flamenco encuentra su extroversión en la taberna, en la venta y, más tarde, en la sala de fiestas o en el teatro y el festival que son mundos alejados del primitivo origen íntimo del flamenco. Porque, no lo olvidemos, el flamenco nace en la familia y, más en concreto, en la familia gitana que es patriarcal y, aún más en concreto, nos dice el poeta cordobés que encontramos sus formas más puras en los cantes de boda dentro de ese mundo prohibido que son las bodas gitanas. Para Molina, el cante tiene un sujeto que son los gitanos pero también, fuera de ellos, hay brotes aislados como son los cantaores payos que los hubo, hay y habrá de gran calidad y hondura. Sin lo gitano, no se puede entender lo flamenco y los aficionados sabemos que, en los jaleos, se dice con mucha frecuencia “canta gitano” o “toca gitano” como sinónimo de decir “canta con pureza” o “toca con pureza” entendiendo por pureza tocar y cantar según la forma ancestral flamenca que proviene de la casa y de la cueva.

         Fantástico estudio antropológico del flamenco que es el cante del pueblo por antonomasia que escribió el gran poeta y flamencólogo cordobés Ricardo Molina.