sábado, 29 de enero de 2022

¡ÁBATE LA VIRGEN! O EL MANDIL DE MI MADRE

 


Hay expresiones que se te quedan en lo más profundo del alma porque eran expresiones de una persona muy querida que se fue hace tiempo y, un buen día, al volverlas a escuchar en boca de otra persona, sientes un no sé qué que queda en el corazón. Así me pasó no hace mucho volviendo en el coche desde el trabajo olmedano con mi compañera de inglés Carmen Fernández que, en un momento dado, dijo: “¡Ábate la Virgen!” Y yo, al oír esas palabras, sentí a mi  madre tan cerca como cuando me agarraba a su mandil que siempre olía a la comida que estaba preparando con abuela Patro en aquella lumbre bilbaína de mi infancia. Se lo dije a Carmen y me dijo que era una expresión que usaba desde su infancia. Y le conté lo de mi madre.

         Ahí hubiera acabado la historia, pero para un filólogo no ha hecho más que empezar porque, nada llegar a casa, me puse a investigar sobre la expresión. Y lo que he encontrado os lo cuento.

         Lo primero es el verbo abarse, que bien en el DRAE y que significa; apartarse, quitarse del paso, dejar libre el camino. El verbo se usa tan sólo en infinitivo y en imperativo:

abarse

ábate

abaos

Y se puede poner en subjuntivo para dar órdenes tal y como hacemos habitualmente en castellano:

ábese (usted)

ábense (ustedes)

         Sin embargo, la expresión ábate fue experimentando una evolución léxica que le llevó a tomar un significado de asombro ante un hecho o una persona.  También, en algunas partes de León , tiene el sentido de ¡prepárate! Mi madre y creo que también mi abuela María lo usaban como expresión de sorpresa: ¡Ábate la Virgen con lo que sale ahora!

         Desde luego, es increíble la riqueza que tiene el castellano (y todas las lenguas) para que podamos expresar nuestros sentimientos.

 

EL PARAGUAS GALLEGO DE MI ABUELA PATRO ( CUENTO PANDÉMICO)

 


EL PARAGUAS GALLEGO DE MI ABUELA PATRO

 

Aquella mañana, abuela Patro me dijo que íbamos a comprar un paraguas. Recuerdo que cogimos el Metro y que nos bajamos en Sol. Una vez fuera de los túneles y respirando el olor santo del horno de La Menorquina, nos fuimos derechos a Casa de Diego, la casa más antigua de Madrid en paraguas y abanicos. Tras el amable saludo del dependiente, mi abuela le pidió un paraguas de señora y el solícito dependiente le trajo uno de tela estampada. Le preguntó mi abuela el precio y no le pareció excesivamente caro. Mientras lo envolvía, el dependiente le dijo a mi abuela:

-         Señora, ¡qué gran paraguas se lleva! Vamos, de lo mejorcito de la tienda y ya sabe usted que,  desde hace muchos años,  aquí tan sólo vendemos calidad. Este paraguas está fabricado en una fábrica de Santiago de Compostela que es proveedora nuestra desde hace muchos años. Para que se haga una idea, ya antes de la República nos enviaban los paraguas. Tiene usted paraguas para muchos años.

Con tan venturosos vaticinios, salimos de la tienda y, antes de entrar en el Metro, mi abuela me compró una napolitana en La Menorquina. Me supo a gloria mientras bajaba las escaleras camino del andén.

Una tarde de marzo mi abuela me cogió de la mano y me dijo:

-         Luisito, vámonos a Quevedo que quiero ver unas lámparas.

Andábamos ya por la mitad de Martínez Campos cuando un viento hombrón y unas nubes negras anunciaron los que vendría después: una tormenta de primavera que descargó con toda su alma sobre ese Madrid que ya olía a primavera. Mi abuela, tan pronto como cayeron las primeras gotas, abrió su paraguas compostelano con la confianza de saber que tenía agarrado por el puño un paraguas de excelsa calidad. Seguimos Martínez Campos arriba en medio de ese diluvio, pero, al cruzar una bocacalle, un golpe de ese viento hombrón y agresivo le volvió el paraguas y, para desconsuelo de mi abuela, le rompió dos o tres varillas. Perdida la protección del paraguas gallego, nos refugiamos en un portal y, cuando escampó, mi abuela me cogió de la mano y paró un taxi que nos llevó hasta la misma puerta de Casa de Diego. Mi abuela entró muy enfada, ni siquiera guardó la vez y le espetó al dependiente que le había atendido hacía unos días:

-         ¡Con que el mejor paraguas! ¡Mire lo que ha hecho el viento con él!

Y, llena de enfado, le enseñaba el herido paraguas. El dependiente, muy sereno, le dijo:

-         Señora, tranquilícese. Usted compró un buen paraguas; no le quepa duda. Está hecho con los mejores materiales, pero, como no sabemos los distintos vientos con los que un paraguas se puede encontrar, les recomendamos a nuestros clientes que les pongan este refuerzo que yo le voy a poner ahora.

-         Y ¿por qué no los traen ya directamente reforzados de fábrica y no hay que andar con estos remiendos? – dijo mi abuela Patro.

-         Pues porque los fabricantes no saben para dónde irá el paraguas y no es lo mismo el viento de La Coruña, un suponer, que el viento de Cartagena en donde dicen que el viento es suave y templado.

-         Pero entonces, perdóneme, los paraguas no son de tan buena calidad porque,  si los paraguas los hicieran como Dios manda, valdrían lo mismo para La Coruña que para Cartagena y no sería necesario tener que venir a poner estos refuerzos.

-         Señora, esta fábrica es de las mejores de España así que confíe usted en ella plenamente. Cuando ellos lo hacen, por algo será.

El dependiente le puso a mi abuela el refuerzo y salimos de nuevo a la calle camino del Metro. Eso sí, antes de entrar, mi abuela me compró otra napolitana en La Menorquina.

 

   Llegó Mayo y con él una primavera radiante, aromada por la flor de los castaños de Indias de los parques, y mi abuela decidió que el paseo para tan hermoso día iba a ser por López de Hoyos arriba, hasta el mercado de la Prosperidad, ese curioso barrio de casas molineras a cuyos habitantes no les acababa de cuadrar el nombre del barrio, pero ya es sabido que los barrios de pobres tienen nombres alegres. Nos entretuvimos comprando caramelos, subiendo hasta unos almacenes ya pasado el mercado, viendo los escaparates llenos de mariscos de La Hostería cuando el marisco era el sueño de Carpanta para cualquier niño de medio pello. Entonces – os o juro-,  y ocurrió lo impensable: en la tarde de ese día espléndido de la primavera madrileña empezaron a aparecer unas nubes negras por las casas de enfrente del mercado,  otras por el cine que ocupaba una esquina de la plaza en el que, por cierto, unos años atrás había yo disfrutado un montón viendo una película alemana que se titulaba “Felicidad sobre hielo” y que iba del amor entre dos patinadores y unas terceras nubes, como un batallón sediento de sangre, por la calle Zabaleta. Como si nos hubieran pillado tres ejércitos enfurecidos, mi abuela Patro y yo nos quedamos en el medio de la batalla y, al cruzar Joaquín Costa, un golpe de viento volvió el paraguas de mi abuela y le partió las tres varillas en donde el dependiente no había colocado el refuerzo. Mi abuela miró el reloj y vio que ya habrían cerrado en la tienda de Sol, pero juró en voz alta, mientras llamaba a un taxi, que mañana por la mañana la iban a oír en Casa de Diego. Vamos que la iba aliar parda; ¡como que había nacido en la calle del Castillo número 8, al lado de la plaza de Olavide y de Raimundo Lulio!

   Como no podía ser menos, a la mañana siguiente, antes incluso de que abrieran, ya estaba yo con mi abuela en la puerta de Casa de Diego. Entramos tan pronto como levantaron el cierre y mi abuela se dirigió enfurecida al dependiente:

-         Mire lo que ha hecho el viento con su paraguas. Ni refuerzos ni nada. Este paraguas no sirve para nada y usted, lo que  es de verdad,  es un sinvergüenza porque me ha engañado. Le exijo que me dé un paraguas bueno, de la mejor calidad y no esta birria que no aguanta ni una tormenta de primavera.

-         Se equivoca, señora. Mire, el paraguas se ha roto por donde no tenía el refuerzo. Hay que ponerle un tercer refuerzo en esa zona.

-         Pero entonces, y perdone, este paraguas va a parecer el vestido de un payaso con tanto remiendo. La solución es que hagan en esa fábrica de Santiago paraguas en condiciones y no tener que venir cada dos por tres a ponerle remiendos.

-         Verá señora – dijo muy calmado el dependiente-, ellos no pueden fabricar paraguas preparados para los diferentes vientos y además hay algo que usted no sabe: aunque fabricaran paraguas acomodados a los vientos de cada ciudad, tampoco valdrían de mucho porque los vientos mutan, señora, mutan porque son organismos vivos y quieren sobrevivir a toda costa. Por eso vienen los refuerzos. A medida que van apareciendo nuevos vientos, el fabricante gallego nos envía los remiendos. ¿Lo entiende?

-         Pues no, señor, no lo entiendo. Un paraguas tiene que salir de fábrica preparado para hacer frente al mayor tipo de vientos y lluvias. Si estos de Santiago, desde el principio, hicieran unos paraguas como Dios manda, no habría que venir a poner refuerzos a cada dos por tres. No le digo que, si se hicieran bien, iban a poder resistir un tifón, pero,  al menos, deberían salir de fábrica preparados para el mayor número de lluvias y vendavales. Ya sé también que un paraguas no puede proteger al cien por cien, que, si sopla un viento muy fuerte, se te mojan las piernas y los zapatos. Eso lo sabemos todos, pero no somos tontos y sabemos lo que hay que hacer con un paraguas cuando hace mucho viento. Le repito, joven, que, si el paraguas se rompe , es que es un mal paraguas. Y lo que no me queda duda es que los gallegos, entre paraguas y remiendos, se forran porque vamos a cuentas: si al precio del paraguas le sumo los  remiendos, las ganancias de los compostelanos se duplican. Esa fábrica tiene que sacar tantos miles de duros como miles de  visitantes tiene el Pórtico de la Gloria.

El dependiente se iba dando cuenta de que el enfado de mi abuela iba en aumento y entró para la trastienda.  Al poco tiempo,  entró de nuevo en la tienda con un paraguas nuevo.

-         Tome, señora, le cambio el paraguas. Déjeme el suyo para enviarlo a Santiago y ya tiene usted paraguas nuevo. Pero le voy a decir una cosa, señora, y grábeselo bien: ningún paraguas le puede proteger al cien por cien en cualquier tipo de lluvia. Y mucho menos protegerla de un viento huracanado (jamás había oído yo que hubiera habido huracanes en Madrid, pero yo era tan sólo un convidado de piedra en aquella escena).

-         Mi abuela estaba ya muy enfadada y le dijo:

-         - ¿Me está usted diciendo que tampoco me garantiza que este paraguas va a resistir una tormenta si salgo con mi nieto a darnos una vuelta? ¿Me está usted insinuando que, al final, también con éste tendré que volver a su tienda para que le ponga esos ridículos refuerzos? Yo a esto lo llamo un timo, sí, señor, un timo; vamos como el de la “estampita”.

El dependiente, ya un poco cansado, le dijo a mi abuela:

-         Si quiere estar usted protegida de la lluvia y que no se le rompa ningún paraguas, ¿sabe usted lo que tiene que hacer? No salir de casa cuando llueva.

Mi abuela, cogiendo el nuevo paraguas, se le quedó mirando y le dijo:

-         ¿Qué no salga a la calle? Y entonces, ¿para qué venden ustedes paraguas? Cierren la tienda y váyanse a robar a Sierra Morena con José María el tempranillo.

 

Y dando un portazo nos fuimos de la tienda y nos encaminamos al Metro. Iba tan enfadada que no se acordó de entrar en La Menorquina y comprarme una napolitana.  Un servidor tampoco tuvo valor a recordárselo.

 

jueves, 27 de enero de 2022

EL GÜITOMA Y LA MONJA

 


Sigo con mis abuelos porque mi abuela Patro tenía la costumbre de decir “está más despistado que una monja en un güitoma”. ¿Qué demonios es un güitoma? ¿Un antro de perdición? ¿Un lugar poco recomendado para una monja? Pues no, no nos vayamos por donde no es porque un güitoma es una atracción de feria, unas barcas que se mecen en un columpio o unas sillas que cuelgan de unas cadenas y que se mueven impulsadas por una especie de tiovivo. No me digáis por qué una monja se despista en un güitoma, pero mi abuela Patro así lo decía. He visto esta palabra en Juan Benet, pero no aparece en el diccionario de la RAE. Todo no se puede saber. Omnia non scire possumus. Por cierto, la foto es de un blog que lleva por nombre La hija de María Martín. Suum cuique.

COCAMACOLA

 Mi abuelo Luis, cuando quería decir que algo estaba muy bueno, decía que estaba de cocamacola. Es probable que tomara esta palabra de sus años en el frente y que fuera una expresión habitual entre los soldados. No lo sé y nada puedo deciros sobre cocamacola. Al único escritor al que se la he leído ha sido a Umbral que en un pasaje dice “ el cirio era de cocamacola”. Me  rindo antes esta palabra y a vuestra colaboración apelo.

ECHAR UN POLVO

 


Como da la casualidad de que estoy confinado y no sé si a resultas de la fiebre, me ha venido a las mientes el asunto del que os quiero hablar pues voy a dedicarme a explicaros de dónde puede venir esta expresión que es una de las muchas maneras de decir en castellano lo que los antiguos llamaban un ayuntamiento carnal.

         Lo primero que he encontrado es que,  allá por el siglo XVIII, los fumadores solían tomar el tabaco en forma de rapé, ya sabéis esa tabaco picado que casi estaba en polvo y que se consumía por vía nasal justo como esa sustancia en la que estáis pensando. En aquellos días de pelucas empolvadas (también relacionado con polvo),  acabada la comida, los hombres se retiraban a “echar un polvo” en  alguna sala aneja y, en ocasiones, el apartamiento daba lugar a tener algún ayuntamiento con alguna dama que a ello se prestara.

         La segunda explicación nos viene de la expresión latina Memento homo quia pulvis es et in pulverem reverteris que nos dice el sacerdote cuando nos impone la ceniza el miércoles de ídem. Esa expesión latina,  de manera popular se traducía como “ del polvo vienes y al polvo  has de volver”. Si venimos del “polvo”, no era difícil llamar polvo al acto generador.

         Espero que os haya gustado esta curiosa explicación que la podéis leer en posición vertical u horizontal. No sé si me habéis entendido.

FUMAR COMO UNA CORACHA

 

    Desde muy pequeño oí eso de “fumar más que una coracha” y, con mi febril imaginación, pensé que se tratara de un algún animal que fumaba de manera desmedida. Sin embargo, nada de animales pues las corachas eran las bolsas de cuero en las que se traía de América el café y el tabaco. Su etimología es muy sencilla pues viene del latín bursa coriacea, es decir, bolsa de cuero. Coriaceus-a-um, adjetivo latino derivado de corium, “cuero”  nos da en  castellano el adjetivo coriáceo que era la textura que tenían los filetes que se comía Josep Pla en Palafrugell tal y como nos lo cuenta el propio Pla en sus maravillosos relatos. En fin, quede claro que las corachas no eran animales.

domingo, 23 de enero de 2022

LAS TRES BATALLAS DE OLMEDO

 


Dejadme que os cuente una historia de viejas batallas entre reyes. El rey Juan II de Castilla, padre de Isabel la Católica y de Enrique IV, en unión de su valido don Álvaro de Luna decretaron la confiscación de las rentas que Juan de Navarra obtenía de la muy noble y rica  villa de Medina del Campo. El rey navarro no se lo tomó a bien, sino que se lo tomó, como se decía entonces, “a pechos”  e invadió Castilla con la colaboración de Alfonso V de Aragón que era su hermano. Partió don Juan II con sus mesnadas desde la villa de Medina con la intención de detener a los navarro aragoneses que ya habían cruzado el Guadarrama que, al ser en el mes de mayo, ya tenía sus prados floridos. Por cierto, que a los navarros y aragoneses se unieron también algunos nobles castellanos que apoyaban a los “del Norte”. Ambas tropas se encontraron en Olmedo y vencieron los castellanos. Era el 19 de mayo de 1445.

         Tan sólo veintidós años después vino la segunda batalla de Olmedo. Fue un 20 de agosto de 1467 y en ella tomaron parte Enrique IV, rey de Castilla, y su medio hermano (sólo eran hermanos de padre) Alfonso, el protagonista (o mejor, el utilizado) en la conocida como Farsa de Ávila, esa revuelta de nobles que en la ciudad del Adaja quemaron en efigie a don Enrique IV, ese rey al que mis libros de texto llamaban “ abúlico y degenerado”. En fin, a lo que vamos.

         Con Alfonso, iban las tropas del Arzobispo de Toledo y de Sevilla, los condes de Luna, Plasencia y Ribadeo y las tropas que mandaba el clavero de la Orden de Calatrava.

         Con Enrique, Pedro de Velasco, sus hermanos Luis y Sancho y su primo Juan. El marqués de Santillana, sus hermanos Juan y Pedro (que era obispo de Calahorra esa ciudad en la que mi abuelo Julio, una vez que fue a por plantas de tomate, se tomó en una fonda la sopera hasta el borde y de las que cantaba unas coplas que, por decoro, no voy a reproducir en esta entrada) y don Beltrán de la Cueva con sus mesnadas. A don Juan Pacheco se le esperaba, pero no acudió porque andaba en sus líos para obtener el cargo de maestre de la Orden de Santiago.

 

         El encuentro tuvo lugar en Olmedo y esta batalla se anticipó a las modernas elecciones en España pues, a su final, todos decían que habían ganado y lo celebraron. Sin embargo, la mayor parte de historiadores opina que la victoria fue de don Enrique.

         El que seguro que perdió fue el pobre pueblo castellano que vivía en la miseria más absoluta, en pobres aldeas de adobe y polvo y pagando a estos señorones que se pasaban la vida de guerra en guerra. Así eran las cosas por aquellos tiempos.

         Lo que no faltó nunca en Castilla fue el sentido del humor y como ahora se sacan chistes en las redes sociales, por aquellos años se sacaron las muy afamadas coplas de “ la Panadera” que en una de sus estrofas así decían:

 

Un miércoles que partiera

el príncipe don Enrique

a buscar algún buen pique

para su espalda ropera,

saliera sin otra espera

de Olmedo tan gran compaña,

que con mui fermosa maña

al Puerto se retrujera.

 

         Me queda una tercera batalla, la que libro todos los días en las aulas del Instituto “Alfonso VI”, pero esa batalla la dejamos para otro día.

sábado, 8 de enero de 2022

ANACORETAS SOMOS

 


Con este horror de la pandemia, cada día más, nos estamos convirtiendo en anacoretas, es decir, en personas retiradas del mundo que se entregan a la penitencia y a la contemplación. La penitencia actual es aguantar los informativos con su carga de miedo y de datos y la contemplación puede ir desde la noche estrellada en plan Fray Luis de León a la “contemplación” de alguna bazofia de la televisión. Sin embargo, entre ambos extremos, median otras muchas actividades contemplativas. Anacoreta es una hermosa palabra griega que está formada por el prefijo ἀνα- que tiene el significado de “hacia arriba” y así encontramos la famosa Anábasis de Jenofonte y la menos famosa Anábasis de Alejandro Magno de Flavio Arriano, escritor ya tardío que escribía en griego, pero que ya era ciudadano romano. Anábasis significa literalmente “ir hacia arriba” y es lo contrario de catábasis que significa “descender” y así en la literatura clásica encontramos catábasis famosas como la de Ulises al Hades.  Cierto es que Anábasis significa también “subir” hacia el norte ( de ahí el nombre del libro de Jenofonte pues los griegos recorrieron en dirección norte la actual Turquía para acabar llegando al mar gritando aquello tan famoso de θάλασσα, θάλασσα  que significa “el mar, el mar” muchos años antes de que don Paul Valery dijera aquello de La mer, la mer, toujours racommencée y catábasis tiene, en ocasiones un significado parecido de llegar hasta el mar, eso sí, siempre que “bajemos” hacia el mar desde un lugar elevado. En la primera encontramos el ya mencionado sufijo ἀνα- y, en la segunda, el prefijo κατά- (hacia abajo) más el verbo βαίνω, que aparece en las dos y  que significa “marchar” o “avanzar”. Por lo que respecta a anacoreta, encontramos el prefijo ἀνα- con el significado de hacia atrás y el verbo χωρέω que significa “retirarse ” por lo que su significado etimológico es, literalmente, “retirarse hacia atrás” que suena muy redundante pues es difícil “retirarse hacia adelante”. En fin, que el anacoreta es el que se retira del mundo. Nosotros ni siquiera alcanzamos ese nivel y nos quedamos en confinados por Real Decreto.

         Así pues, visto lo visto y comprado que nos queda más pandemia que mili al palo de la bandera, termino esta entrada con la expresión que se utilizaba con la palabra arriero, pero cambiada ésta por anacoreta: “Anacoretas somos y por los caminos de la pandemia nos encontraremos”.

ALGUNAS MUESTRAS DEL LÉXICO AZORINIANO

 


He sido un gran lector de Azorín en esos tomitos maravillosos de la Colección Austral en donde estaba y está toda su obra. Azorín era el escritor de las cosas pequeñas y de él recuerdo esas palabras cargadas de hermosura, de belleza y de poesía. Vamos pues con ellas.

         La primera es pegujal que significa una pequeña porción de tierra o de ganado. Las gentes de los relatos de Azorín cultivaban pegujales y vivían en mechinales como a continuación  veremos. Pegujal viene del latín peculiaris que es una palabra que lleva el sufijo –aris con el que formamos palabras nuevas con el sentido de “algo propio de o algo relacionado con”. Así del sustantivo peculium, pequeña cantidad de dinero que se quedaban los esclavos a base de sisas sobre las cantidades que le daba el amo para las compras, nos sale peculiaris que significa “algo relacionado con el peculium”. Como habréis podido ver peculiaris da también en castellano “peculiar” que es el adjetivo  con lo que designamos “lo propio o privativo de cada persona”. Así por ejemplo, decimos: “Tiene un carácter peculiar”. De peculium tenemos en castellano peculio que significa el dinero y bienes que son propios a una persona. Por ejemplo: “Me he comprado este coche de mi peculio”. No se utiliza mucho en la actualidad, pero me parecen expresiones que no se deberían perder.

         Mechinal es una habitación o cuarto de tamaño muy reducido. Y viene del latín machinalis, relativo a las máquinas, pasando por el árabe hispano mgynr que vaya usted a saber cómo se pronuncia. El diccionario también nos dice que es el agujero cuadrado que se deja en las paredes cuando se fabrica un edificio para meter en él un palo horizontal del andamio o “cada uno de los huecos que se dejan, a intervalos regulares, en los muros de contención para dar salida al agua”.

         Finalmente, por los escritos azorinianos pululaban morabitos que son los anacoretas del islam. Nos dice el diccionario de la RAE que proviene del árabe clásico murabit, miembro de una rábida, siendo una rábida un convento o ermita. Recordemos el convento de La Rábida en donde Cristóbal Colón se alojó antes de partir al descubrimiento del Nuevo Mundo. Este convento onubense está muy cerca del Palos de la Frontera (anteriormente Palos de Moguer, nombre con el que se bautizó a una estación del Metro madrileño),  localidad de Huelva desde donde partieron las carabelas rumbo a lo que Colón consideraba las Indias Orientales, pero que acabarían siendo las Indias Occidentales más tarde conocidas como América por el comerciante y cartógrafo Américo Vespucio. Pero lo de Vespucio lo cuenta muy bien y bonito Stefan Zweig en uno de sus apasionantes libros y da para otra entrada que, con vuestro permiso,  me la reservo para más adelante.



jueves, 6 de enero de 2022

LOS DÍAS MÁS TRISTES DEL AÑO O SONATA TRISTE PARA ENERO

 


Llegan los días más tristes del año. Cuando las Navidades pasan y los Reyes se alejan de vuelta a su Oriente, se me forma un nudo en la garganta. No, no es la vuelta al trabajo pues nunca – ni al colegio, ni  a la Facultad, ni al Instituto-, me costó volver; es…otra cosa. Una pena, que ahora que acaba de anochecer, va ocupando los rincones de la casa, que va tiñendo de una pátina de tristeza el árbol decorado por los niños, el Belén con su río y su fuente que, durante un mes, ha llenado con su canción estas tardes navideñas. Se va la Navidad y, cuando era más joven, pensaba en las cosas que haría en este año recién estrenado, en la playa que me esperaba aún lejana, pero ya cercana a un tiempo, . Estaba sobrado de tiempo y podía dejar pasar un atardecer sin sentir esta pena honda, densa, tan espesa como las nieblas que – no es el caso de este año-, cubren a porfía el valle del Duero.  La Navidad tenía mucho de sorpresa, de espera gozosa, de esquinas florecidas por presencias que se anhelaban durante el resto del año; de sobres con felicitaciones que te hacían cercano al que estaba lejos: La Navidad era la magia de volver a una infancia, a nuestra única patria, esa patria perdida porque el tiempo ha arrancado los puentes como un río furioso en primavera.

         Cada año, al llegar e Adviento, ponemos nuestro corazón en espera de la magia, del calor de una casa que ya nunca será tu casa, de un abrazo que ya no podrá ser abrazo porque la muerte ha ido, poco a poco, sin intermitencias ni misericordias, cumpliendo con su trabajo. Y la cena será una cena triste y esos días que median entre Nochebuena y Nochevieja ya no tendrán películas en cines de barrio, ni miradas de reojo a la cesta de Navidad por ver si siguen las peladillas, ni el partido de baloncesto del Trofeo de Navidad que organizaba el Real Madrid con Brabender, Corbalán y Clifford Luyk. La cena de Nochevieja tampoco será la de antes, con aquel programa que repetían al día siguiente con aquellos chistes que, a día de hoy, no se podrían contar porque no son, en su mayoría, políticamente correctos. Y el día de Año Nuevo, ya no será lo mismo porque el Concierto desde Viena suena, -no sé por qué y lo dirija quien lo dirija-,  un poco más triste cada año y la Marcha de Radetzky se va pareciendo, cada vez más, a una marcha fúnebre. Tampoco habrá saltos de esquí desde el trampolín maravilloso de Garmisch Partenkirchen, esos saltos que hacían envidiar esa abundancia de nieve que había en Baviera a los pobres niños que teníamos en el trampolín de la pista de El Escaparate nuestro  sueño dominguero y cuando no sabías ni te importaban que don Richard Strauss hubiera vivido en esta  hermosa ciudad.

         Ya sé que nace un Niño y que ese Niño es la spes única, pero ese niño, cada año, me parece más viejo, menos niño y más profeta. Y por más que los Magos lleguen y sigas mirando por el balcón por ver si ves sus camellos, ya no los ves y se queda la tarde tan callada que da miedo, mucho miedo.

         Perdonad por la tristeza, pero no hace falta que los americanos nos digan cuando es el blue Monday porque, desde hace algunos años, yo ya tengo el mío particular. Quería que supierais que estos días son,  para mí,  los días más tristes del año y que, a medida que el tiempo pasa, tan sólo las miradas de mis hijos pueden paliar esa tristeza que me invade, que me corroe, que hace que un nudo en la garganta se me ponga al mirar el Belén.

         La Nochebuena se viene;

         la Nochebuena se va

y nosotros nos iremos

y no volveremos más.

 

         Pues eso.

 

martes, 4 de enero de 2022

UNA MUY HERMOSA DEDICATORIA

 


En las dedicatorias de los libros, se puede encontrar uno algunas bellezas como ésta que aparece en la traducción que Pedro Bádenas de la Peña y Alberto Bernabé Pajares publicaron en un ya muy lejano 1984.    Aquella traducción de los Epinicios pindáricos           ( sobre los que volveré en breve) es sencillamente magnífica con su comentario interpretativo de cada epinicio por lo que le hace ser una obra fundamental para todo aquel lector que quiera disfrutar de la obra del poeta beocio. Por el momento, la bellísima dedicatoria que ambos les hicieron a sus hijos en griego clásico:

         


A María, Helena y Pedro


τέκνοις φίλοις,

ἐσομένου χρόνου ὑποσχέσει,

τόδε τῆς Μούσης τῆς ἀρχαίας ἄωτον

πατρίᾳ σὺν στοργῇ ἡρμηνεύσαμεν.

 

Que viene a decir así en castellano:

 

a nuestros queridos hijos,

promesa de un tiempo futuro,

esta flor de una Musa antigua,

con cariño paternal hemos traducido.

 

sábado, 1 de enero de 2022

ADOLFO DE LA FUENTE, POETA DE SANTANDER LA MARINERA

 

Hay escritores que les cuadra aquel apartado que tenían Fernando Argenta y Araceli González Campa en su mítico programa Clásicos Populares: Si lo llego a saber, compone tu padre. Pues sí, porque hay escritores cuya fama es muy, muy reducida, una micro fama que les hace pasar de puntillas por la historia de la literatura. Ese es el caso del poeta santanderino del que me ocupo: Adolfo de la Fuente.

         Poco se sabe de la vida de don Adolfo: nació en Santander en 1826, estudió en Derecho en Valladolid  y en Madrid y llegó a ser secretario del ayuntamiento de su ciudad natal. Nada de la vida romántica de un Zorrilla, de un Larra o de un Espronceda. La vida de un funcionario de provincias que, eso sí, acudía a la tertulia de Pereda en la “guantería” y que tuvo el honor de ser amigo de don Amós de Escalante. Y nada más. Bueno, que se murió también en Santander un 3 de julio de 1893, con sesenta y siete años.

         Me he leído sus poemas completos cuya primera mitad son poemas propios de corte patriótico y religioso y la otra mitad, traducciones del inglés y del francés entre las que destacan sus traducciones de Víctor Hugo y Lamartine.

         Correcto en sus formas, muy decimonónico, buen traductor, don Adolfo de la Fuente merece que alguna mano de nieve le sacuda el polvo a algunos de sus poemas. Hacemos votos para que eso suceda en este 2022 que acabamos de empezar.

Os he copiado éste que me ha gustado:

La fuente del desierto

Bien desgraciada es tu suerte,     
fuentecilla que sin cauce         
viertes tus límpidas aguas         
en los yertos arenales.           
 


 

                                  
Por más que en dulce murmullo     
tus penas digas al aire,           
en el espacio perdidos             
se extinguirán tus cantares.       
                                   
Bien desgraciada es tu suerte,     
que apenas al mundo naces         
consume la ardiente arena         
tus cristalinos raudales.         
                                   
¡Pobre fuente que, ignorada,       
de esas yermas soledades           
por las inmensas llanuras         
te miras vagar errante!           
                                   
¿De qué te sirven, cuitada,       
esos límpidos cristales           
que rizan la blanca arena         
sobre que emprendes tu viaje?     
                                   
¿De qué te sirve que puras         
broten tus aguas natales           
si no llegará a beberías           
el sediento caminante?             
                                   
¿Por qué mientras tú, olvidada,   
tus puras aguas esparces,         
hay otras fuentes dichosas         
que ciñen floridas márgenes;       
   


 

                                

Que, resbalando tranquilas         
por los deliciosos valles,         
son espejo de las flores           
y encanto son de las aves?         
                                   
Pero ¡ay! tal vez más dichosa     
tu aislada vida resbale           
en ese vasto sepulcro             
en que se ahogan tus ayes;         
                                   
que, ajena a falsos placeres       
en el retiro en que yaces,         
tal vez te agobian deseos,         
mas no te matan pesares.           
                                   
Y no hay una planta impura         
que con sucia huella manche       
esa clara transparencia           
de tus aguas virginales.           
                                   
¡Dichosa tú que, ignorada         
en el retiro en que yaces,         
no hay por qué temas del mundo     
a los furiosos embates;           
                                   
y, en tu inocencia escudada,       
sin saber de flores ni aves,       
tal vez abrigas deseos,           
mas no te matan pesares!...