lunes, 17 de abril de 2017

SHARON OLDS Y EL BOURBON


La lectura de El padre, obra de Sharon Olds, la gran poetisa de San Francisco me ha devuelto el sabor de la poesía de alto voltaje, de la poesía de excelsa calidad, de la poesía de pata negra. No es nuevo el libro, pero hay libros que son eternos y éste lo es. Olds consigue en ese poemario ponerse la cámara portátil de su poesía en el hombro y ,con ella, contarnos la muerte de su padre. ¿Sólo esto? Pues no, mucho más porque Sharon Olds se eleva sobre el tema y se crece en unos poemas magistrales en los que lejos de lo sentimentaloide, se adentra en un texto en que reflexiona sobre la vida, la familia, el sexo, la muerte, el amor, el odio y, sobre todo, sobre la complejidad de los sentimientos amorosos, sean del tipo que sean. Libro excelente del que os dejo un poema como quien os deja un tesoro y que Juan Ramón me perdone por haberle robado un verso. Por cierto, absteneos de esta lectura débiles de corazón, ñoños y gentes de delikatessen porque la Olds no se anda con chiquitas y, aunque la veáis con trencitas en la foto y con gafas schubertianas,  debe de ser una señora de armas tomar que de las que se toma unos Bourbons sin hielo que tiemblan los misterios. ¡Joder, con las californianas y más con las rubias que, como decía el maestro Hitchcock, parecen mosquitas muertas, pero te abren la bragueta en el taxi! Quedáis avisados.

 

SU QUIETUD

El doctor dijo: "Usted me pidió que le dijera
cuando no se pudiera hacer nada más.
Se lo digo ahora."
Mi padre estaba sentado,
casi inmóvil, como siempre, sin mover los ojos.
Yo supuse que se enfurecería al saber que moriría,
que agitaría los brazos, que gritaría.
Pero se quedó sentado,
limpio con su pijama limpio,
delgado, como un santo.
El doctor dijo: "Podemos hacer algunas cosas
para darle tiempo, pero no lo podemos curar".
Mi padre le dio las gracias.
Y se quedó sentado, quieto, solo,
digno como un rey extranjero.
Me senté a su lado. Ese era mi padre:
siempre supo que era mortal. En cambio, yo temí
que tuvieran que amarrarlo. Había olvidado
que siempre se quedaba así, aguantando,
en silencio, el alcohol un modo de callar.
No lo había conocido: mi padre tenía dignidad.
Al final de su vida, su vida
empezó a despertar en mí.

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