domingo, 22 de febrero de 2015

EL CASTRO DE LORENZO OLIVÁN


He leído a Lorenzo Oliván porque vi, en la reseña, que era de Castro y, para mí, ser de Castro es ya un punto a favor. Me encanta esta bella ciudad marinera de la costa cantábrica hasta la que me llegue un día oyendo en el coche la séptima de Bruckner. Me encanta su casco antiguo para ir a tomar chiquitos y siento que se haya convertido en una ciudad dormitorio de Bilbao, pero lo que llaman desarrollo es un atropello urbanístico en muchas ocasiones. De Castro era Ataúlfo Argenta, el gran director de música, que se nos fue tan joven. Pero en fin, se supone que quería hablar de Oliván y contaros lo que he sentido al leer su libro. Oliván fue premio Loewe, ese premio en el que anda Jaime Siles, y ha tenido varios premios más. Ya os digo que me puse a leerlo y que se me fue la mente a las playas de Castro, a la música de Bruckner, a la cercanía del Botxo con sus anchos de San Filippo en el bar La Viña. Y me vi paseando por ese paseo tan elegante que tiene castro. Pero ya veis, no me consigo centrar y hablar de la poesía de Oliván. Veamos, quiero deciros que el libro está bien, que ha ganado su autor premios como el Loewe, esos señores que se dedican a la fabricación de bolsos y carteras de lujo, en las que llevan los ministros del Reino sus importantes papeles;  que ha tenido otros premios y que escribe bien porque, si no, no hubiera ganado tantos premios de esos que se reparten entre los amiguetes de la casta, más hartos de hacer pasillos que un bedel de ministerio. Pero sigo sin hablar del poeta,  pero es que es tan bonito Castro y tiene esas playas y se toman unos chiquitos tan maravillosos en su casco viejo, lleno del olor del mar. En fin…

 

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