Mientras
escribo esta entrada, estoy oyendo la cantinela de los niños de San Ildefonso
que cantan los números de la Lotería de Navidad y un río de recuerdos se llega
hasta la vieja ensenada en donde mi vida de hombre maduro va viendo – con horror_
pasar el tiempo. Oigo la puerta de casa que se abre y es mi abuelo Luis que
llega desde la carbonera con la caja del belén oliendo a musgo y a serrín; oigo
a mis abuelos paternos que llegan con una caja llena de rosquillas de la Jani y
contando cómo la nieve cubría los puertos; me llega , desde la cocina, el olor
al café de puchero de abuela Patro y de una fuente de suizos, con su azúcar por
encima formando una costra de gozo inefable. Veo a un niño que, en un lejano
1979, mira, por primera vez, en color los bombos del sorteo que, hasta tan
histórica fecha, habían sido siempre en blanco y negro. Y ese niño supone los
Reyes en la lejanía mientras coloca unos Reyes de plástico pequeñitos que su
abuela le compró en la juguetería de Eloy Gonzalo esquina a Cardenal Cisneros,
justo enfrente de donde paran el 16 y el 61, los autobuses que llevan a casa.
Eses niño recuerda el armario con cristales en donde estaban los Reyes y cómo,
unos pasos antes de llegar a la juguetería estaba la vieja Cacharrería Azul con
la niña que miraba el mundo con sus ojos achinados pues era subnormal, la
manera un tano cruel que teníamos entonces para nombrar a los afectados por el
síndrome de Down. Han pasado demasiados años y el niño –adulto que ve la vida
desde cerca de la desembocadura lleva en su alma la nostalgia de un paraíso
perdido y comprende el dolor de Adán cuando un ángel disfrazado de alguacil
(Sabina dixit) lo expulsó del paraíso. Ahora debería sonar una escolanía o el
mismísimo Manolo Escobar cantando Los
peces en el río, en ese río que ha llegado a la ensenada que va preparando
el final, que va preparando el encuentro con ese mar que es el morir como dijo ya
hace tantos años Jorge Manrique.
He dejado de escribir porque mi hijo
Alonso me avisa d que ha salido el “gordo” que, por supuesto, no nos ha tocado.
Nunca nos ha tocado nada en la vida; al contrario, lo poco que hemos hecho ha
sido a base de trabajo y de un plus de sufrimiento. Recuerda el niño triste
desde la ensenada que a su abuelo le regalaban una caja de botellas de Fundador
en la que venía el famoso disco del “Fundador”. Al final de ese disco, un vinilo
de 45 r.pm., con canciones de Miguel de los Reyes, una voz te podía avisar de que te había tocado
una nevera o una lavadora y el niño recuerda
que pedía por lo “bajinis” que no
les tocara porque, si así fuera, tendrían que desprenderse de aquella vieja
lavadora que había en casa. El niño se da cuenta de que lo sensible le ha
jugado en la vida malas pasadas y , por eso, deja de escribir y se va a ver el
sorteo de nuevo, justo en el momento en que los agraciados salen la administración
afortunada descorchando una botella de sidra “El Gaitero”, famosa en el mundo
entero, que ya no es lo que era porque le han quitado al pobre gaitero de
Libardón que era el logo de la marca de Villaviciosa. Sin gaitero, sin gordo,
sin lavadora, el niño – adulto ve cómo el río lo va llevando a la mar. Pero ya
ni siquiera siente miedo. Al fin y al cabo, aquel mundo ya se ha perdido y éste de ahora no
conoce el niño. La vida que, para el año próximo, le hará apostarse con un
cuaderno para tomar “al oído” los números que luego abuelo Luis comprobará en
la lista que, por la tarde, publicará el “Pueblo”. Ya no hace falta el “pueblo”
porque las listas se ven en Internet y, con tan sólo meter el número en tu
móvil, sabes que no te ha tocado. Así es la vida a la que hay que dar gracias
porque, un año más, hemos visto meter los números y los premios, hemos visto a
los que han pasado la noche en la calle para “pillar “ sitio en el Real y a los
que lo celebran en una cafetería cercana
al mítico teatro madrileño. Y también hay que dar gracias porque veremos la
alegría de los afortunados mientras nos deseamos salud. Para celebrad tantas
cosas, oigo en Spotify, ya no en el viejo tocadiscos Philips de pilas, el “Gracias
a la vida” de Joan Báez. Todo cambia, pero todo permanece a un tiempo y hay un
eterno retorno que nos lleva de nuevo a escuchar a abuelo Luis entrar por la
puerta con la caja del belén y ver llegar a los abuelitos Julio y María con su
caja de rosquillas de donde la Jani. Quizás siguen con nosotros sin nosotros
saberlo y en este círculo vital volverán a lo largo de la mañana. De ilusión
también se vive.
