domingo, 10 de marzo de 2019

EL CULMEN DE LO CHABACANO



Si, hace un par de entradas, comentaba lo chabacano del señor Margheri, la presentación de la Novena de Beethoven (del que hablábamos en la entrada anterior) con un cartel chabacano y hortera en el Auditori de Barcelona me hace poner el grito en el cielo. Estamos inmersos en una sociedad chabacana y zafia que lo va impregnando todo. El pacto con la mediocridad es tan descarado que provoca vómitos. Ni mis querido Chunguitos, ante todo unos grandes profesionales, se hubieran rebajado a tamaño dislate para promocionar un concierto en Parla. ¿Cómo es posible que gente tan culta, tan comprometida con el puto procés, sean capaces de anunciar así la Novena? Esta sociedad huele a burdel barato con pachulí y luces rojas y llevamos muy mal camino. Estáis avisados.

SUBLIME DECISIÓN


El último cuarteto de Beethoven, el opus 135, contiene en el título de su movimiento último, unas extrañas palabras: Der schwer gefaßte Entschluß, es decir, la difícil decisión. ¿Qué difícil decisión era ésta? Pues parece ser que Beethoven se encontró por la calle con un acreedor al que le pidió lo que le debía. El moroso le dijo al músico: Muss es sein? y el músico le contestó: Es muss sein. ¿Tiene que ser así? ; sí, así tiene que ser. El gran músico alemán, que, aunque sordo,  recordaba cómo sonaban las palabras en alemán, intentó reproducir esta frase en las primeras notas de este movimiento. Espero que con esta pequeña anécdota, absolutamente intrascendente, cuando escuchemos el cuarteto de Beethoven lo hagamos con redoblado placer.

 

LA TABLETA DEL BARÍTONO



Se equivoca el señor Gianluca Margheri, barítono florentino, al enseñarnos sus tabletas en las redes “suciales”. En el mundo de la lírica, plagado de señoras gordísimas pero cuya voz era fino cristal y de tenores en los que lo más importante era su voz, no cabía lo chabacano y el muestrario de tabletas de este barítono es una chabacanería propia de un jovencito ahíto de anabolizantes. Es probable que hasta cante bien, pero esto de que los cantantes de ópera hagan con su pecho algo más que cantar y dar notas no es nuevo pues,  de unos años a esta parte, los directores de escena gustan de que los cantantes masculinos “enseñen” sus pectorales para gozo de alguna funcionaria menopáusica que ande por el patio de butacas y que esa noche cubrirá sus sueños con la imagen del “macizo” de turno. Maria Joao Pires abandonó la Deutsche Grammophon porque algunas artistas del sello amarillo enseñaban en las portadas algo más que su música. No podemos convertir la ópera en un plató de Telecinco, la casquería de la televisión. Por eso y con todo mi respeto, le diría señor Margheri que se guarde sus tabletas para merendar el “pan y catecismo” y que, si quiere hacer carrera musical seria, la haga con su voz y su saber musical. Lo demás se lo dejamos a gigolós de Fuenlabrada.

LA DESAMPARADA HERMOSURA



La desamparada hermosura de José María Álvarez viene precedida en cada poema por versos virgilianos lo cual es muy de agradecer por la colonia de filólogos clásicos que habitamos en España. Este poeta de Cartagena cuya obra Museo de cera tuvo – y tiene-, un gran éxito con ocho ediciones que se extienden en el tiempo de 1974 a 2016, escribe bien  a la sombra de los versos del vate de Andes y tiene la delicadeza de “cubrir” su poemario con una acuarela de José Antonio Sandoval García. Buena poesía que nos sirve Renacimiento en su Calle del Aire.

LA MIREYA DE MISTRAL




 Hay clásicos que tienes siempre delante y, quizás por eso, no los lees nunca. Eso me ocurría hasta este mes con Mireya, la obra de Frédéric Mistral, el gran poeta de la Provenza. Historia de amor transida de la luz de esa comarca francesa, mientras la leemos vemos los caballos de la Camargue y nos salpica el agua de las bocas del Ródano. Un libro muy bello,  lleno de los aromas del sur de Francia y que en su original provenzal recogerá toda la belleza de la lengua de Oc. Es un clasicazo que está siempre a nuestro lado, pero, por favor, ¡leedlo!. Por cierto, que Mistral no se olvida de Homero tal y como se ve en los primeros versos de la obra:

Cante uno chato de Prouvènço.

Dins lis amour de sa jouvènço,
A travès de la Crau, vers la mar, dins li blad,
Umble escoulan dóu grand Oumèro,
Iéu la vole segui. Coume èro
Rèn qu'uno chato de la terro,

En foro de la Crau se n'es gaire parla.

domingo, 3 de marzo de 2019

LAÍN ENTRALGO Y EL PODER CURATIVO DE LA PALABRA




Hablar de don Pedro Laín Entralgo no está de moda como la mayoría (gratias Deo ago) de las entradas que escribo. Don Pedro nació en un pueblecito de Teruel, Urrea de Gaén, en 1908. Doctor en Medicina y en Ciencias Químicas, Laín es el modelo de médico humanista que se está perdiendo en todo el mundo porque la medicina ha olvidado que aunque es una techné tiene también mucho de lógos iatrikós o palabra curadora. Laín, que era discípulo de Xavier Zubiri, otro que también está pasado de moda para el analfabetismo reinante, escribió un libro que voy leyendo despacio porque ni soy médico ni filósofo y tengo que ir asimilando lo que el maestro va desgranando en El poder curativo de la palabra. El conocimiento de Laín sobre el Corpus Hipocraticum y sobre los autores griegos en general (de los que, modestamente, sí que sé un poco) es enorme. Desconozco su capacidad clínica, pero la faceta intelectual de este médico turolense me parece envidiable.  Con toda justicia, le concedieron el Premio Príncipe de Asturias en 1989, doce años antes de que falleciera en Madrid en el 2001.  Los de siempre, para fastidiar, cuentan que Laín fundó Escorial junto con Dionisio Ridruejo, que dirigió la Editora Nacional,  - esa editora tan del Régimen que publicaba en ella Agustín García Calvo- , o que llegó a formar parte del Consejo Nacional de FET y de las JONS. Os puedo decir con toda sinceridad que me importa un carajo. ¡Mientras no se hubiera sacado los títulos por la Rey Juan Carlos!

                                                                                                  

ORIOL JUNQUERAS Y LA CULTURA CLÁSICA


Estos tíos del procés es que no tienen arreglo. El otro día, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, va Oriol Junqueras y suelta que él, como Séneca, como Sócrates y como Cicerón, ha preferido quedarse en España ( perdón, en este país que les oprime) y no huir como su jefe de banda, aquel fulano que anda por Waterloo. Puede que Junqueras sepa mucho de independentismo y de saltarse las leyes, pero se tenía que venir para Tudela para que le enseñáramos un pelín de Cultura Clásica que nunca viene mal.


         Empecemos por Séneca. Este cordobés había sido el profesor de una bestia parda como Nerón. Cuando el “nene” se le ocurrió meter en un barco a su madre Agripina y luego hundir el barco, parece lógico que Séneca se lo afeara, pero, para salvar el pellejo, escribió una carta al Senado en la que exculpaba al monstruo diciendo que su madre había conspirado contra él. El cordobés aprovechó para pedirle a Nerón un permiso y se fue con su esposa Paulina a recorrer el sur de Italia. Fue entonces cuando escribió las Cartas a Lucilio, llenas de maravillosos consejos sobre comportamiento moral que se podría haber aplicado a sí mismo.

         Unos años más tarde vino la conjura de Pisón, un intento de golpe de estado para acabar con Nerón,  y esta vez el pupilo no tuvo conmiseración con su maestro: ordenó su condena a muerte junto con otros muchos patricios. Sin embargo, como Séneca era un caballero, decidió, tal y como se esperaba de él,  cortarse las venas de brazos y piernas en el baño y  así morir con honra y dignidad. ¿Alguien ve algún parecido con el caso de Junqueras? Yo tampoco.

         Vamos con el segundo. Cicerón había escrito unos discursos bellísimos que eran  las Filípicas, llamadas así por semejanza con las de Demóstenes contra el padre de Alejandro Magno. Pero estas Filípicas no tuvieron tanta suerte como sus Catilinarias pues Antonio y Augusto se reconciliaron y a esa pareja se unió Lépido que formaría el segundo triunvirato. Augusto permitió a Antonio que proscribiera a Cicerón y,  como el amante de Cleopatra  se la tenía jurada por las Filípicas,  ordenó que su cabeza y sus manos fueran colocadas en la tribuna de los Rostra, justo en la que el orador de Arpino había defendido tantos casos. Aunque se marchó a su villa en el campo, - mors et in Arcadia est-,   un legionario romano lo mató. Stefan Zweig lo cuenta maravillosamente bien en su libro Momentos estelares de la humanidad. ¿Alguien ve algún parecido con lo de Oriol Junqueras? Yo tampoco.