miércoles, 17 de diciembre de 2014

JOSÉ SEMPERE


        La verdad, hay cosas que no acabo de entender y una de ellas es por qué un hombre con esta voz no es sólo más conocido sino uno de los primeros espadas de la ópera. Yo lo vi hace ya muchos años en una Lucia que se representó en el Teatro de la Zarzuela, el único teatro en Madrid en donde se representaba, pese a su nombre, ópera y, mucho tiempo antes de que se abriera el magno coliseo de los Caños del Peral. Entonces el tenor que me ocupa estaba en su apogeo y nos regaló un Edgardo de auténtica antología junto a una Mariella Devia, gran soprano también muy poco conocida. La  voz  de este alicantino me recuerda, al igual que su repertorio, al maestro Kraus porque no es un tenorino, sino que sus notas medias y bajas son también de gran calidad. Estoy hablando de un señor de Crevillente que se llama josé Sempere y que tras estudiar en el Liceo de Barcelona se marchó a Italia en donde estudió con Marco Ferrari y recibió clases de Giulietta Simionato, Magda Olivero y Carlo Bergonzi,. Ganó, entre otros, el concurso de voces verdianas de Bussetto y el premio Mario del Mónaco de Florencia. Ha cantado en todos los teatros de ópera del mundo y ha cosechado éxitos que, si no fuera por razones que quedan fuera de lo estrictamente musical, sino a la cima de la l´rica,  a ser un tenor conocido por un público mucho más amplio. A Sempere le gusta la voz de Björling y eso ya dice mucho de él y, como dice en la página web de producciones Guridi, de donde saco gran parte de la información de esta entrada,

            A Sempere, menos aún que a otros, nadie le ha regalado nada. Ha hecho su camino un poco en solitario, puliendo aristas, como suele decirse, abrillantando superficies, cepillando las máculas de polvo, para convertirse en el cantante que es.
         Tras casi veintiún años de aquella representación, aún lo sigo recordando en aquella fabulosa Lucia que se escuchó en Madrid. Si José Sempere no ha llegado adonde debería con todo mérito haber llegado, quizás se deba a los padrinos a los que se refería mi abuela Patro cuando decía aquello de que “los que los tienen se bautizan y los que no, no”. Por cierto, que yo le decía siempre, porque había leído aquella respuesta lapidaria de don Casto Méndez Núñez, el ilustre marino español, que prefería honra sin padrinos que padrinos sin honra. Como lo políticos de siempre.

 

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