domingo, 8 de mayo de 2016

LAS COSAS PEQUEÑAS DE CONSTANTINO MOLINA MONTEAGUDO


Constantino Molina Monteagudo es un poeta de Albacete que pone su mirada en las cosas pequeñas, en los detalles que pasan inadvertidos a los que van a sus “negocios”, en lo trivial, en lo que los que gobiernan el mundo dirían que son futilidades, cosas sin importancia: la leche de una higuera, las ramas de un almendro, el vino bebido en tosco vaso de alacena decorada con tiras azules de papel. Con estas cosas, no se gana dinero; con estas trivialidades, no se llega a ninguna parte; con estas futilidades, no seremos nunca ricos. Sin embargo, los que cultivamos el romero y la pobreza, como el poeta de Orihuela: los que nuestro mundo está delimitado por los mirlos y los cárabos, las palomas y las oropéndolas, los vencejos y las golondrinas con su cuello manchado con la sangre del Redentor; los que sentimos la presencia de un arroyo entre los hayedos como un mundo mágico irisado de ese sol de otoño que recorre por las tardes el valle de Valdeprado, en mi Liébana del alma,  lo entendemos. Cuando se murió el poeta, se quedaron tristes las cosas pequeñas que él cuidaba, dijo don Dámaso ya hace años. Los poetas tenemos  la obligación de cuidar las cosas pequeñas: de las grandes se ocupan los triunfadores, los estadistas, los políticos. No es raro que Platón nos echara de su República. Pero no os preocupéis porque los expertos del mundo lo hacen tan mal que algún día nos pedirán entrada en el mundo feliz de las cosas pequeñas. Entonces, llevaremos como guía estas ramas del azar que Constantino Molina nos regala en un libro como hacía mucho que no leía; en un libro que recoge poesía de verdad, no la poesía sintética que parece últimamente en los premios literarios. ¡Enhorabuena, amigo Constantino, y gracias por este libro, poeta de los cosas triviales, tan triviales que muchos no sabríamos vivir sin ellas!

Este poema me alegró este mes de abril pasado:

 

DE LA SERVIDUMBRE

El pájaro solitario

en su pequeña celda,

nunca conocerá el temblor de rama

que sostenga el encanto de su trono.

 

Canta,

tan orgulloso como acostumbrado,

la villanía

de renombrar su servidumbre.


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