lunes, 25 de julio de 2016

BOMARZO





Llevo desde mayo leyendo y releyendo a Mujica Láinez, ese autor tan poco leído que hay muchos que no lo saben ni acentuar correctamente. En mayo fue El escarabajo; en junio, el Unicornio y en julio, Bomarzo. Esta obra la había yo leído en Ávila a instancias de mi buen amigo Senén que en paz decanse. Entonces no la disfruté porque aquella vida dejaba muy poco espacio al disfrute como no fuera el sahúco de la muralla y alguna película en casa, pero mi cabeza no estaba centrada en la magna obra de Mujica. Entonces me pareció buena, pero el duque de Orsini no consiguió levantar en mí la pasión que levantaba en Senén. Ahora, pasados diez o doce años, he vuelto a encararme con Pier Francesco de Orsini, el divino giboso, el hombre renacentista, el santo y el demonio, el artista espiritual y el animal carnal, el hombre en definitiva. Pier Francesco se ha hecho un lugar en este cálido mes de julio y cada mañana, de buena mañana como dicen los franceses, teníamos una agradable conversación hasta que el calor del día se imponía y ambos nos entregábamos a nuestros quehaceres. Ha sido una maravillosa experiencia este recorrido por la vida de un hombre y por la vida del Renacimiento. Estoy a la espera de la ópera de Ginastera para escuchar el libreto que el mismo Mujica escribió. Ya os lo contaré, pero la cosa promete. Ahora me ando con la vida de Ginés de Silva, esa vida casi de un pícaro que se recoge en El laberinto, otra novela de Mujica. Pero de ésa, como de la ópera de Ginastera, os daré cuenta en su debido momento.



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