sábado, 16 de julio de 2016

TERREMOTO DE JEREZ



En estas tardes tórridas del caliente julio, la escucha de Terremoto de Jerez alivia y fortalece las entretelas del corazón. Terrermoto, que se llamaba para el siglo Fernando Fernández Monge, vio la luz en el barrio de Santiago de Jerez, el barrio más flamenco del mundo, y se nos fue un 6 de diciembre de 1981, con tan sólo cuarenta y siete años. Quiso ser bailaor y empezó por ese camino, pero, luego, se decantó por el cante, ese cante que acompañaba con la guitarra otro monstruo del flamenco, su cuñado Manuel Morao. Su voz, inimitable, estaba llena de “sonidos negros” como los sonidos blues de Morente. Oírle cantar por seguiriyas es un nos sé qué que queda balbuciendo; por bulerías, la locura de lo flamenco; por tangos, la gloria de una voz irrepetible; por malagueñas, la mar de Málaga rompiendo en los cantiles con una brisa que trae el olor de los naranjos. Un listillo dijo de él un día que “no triunfaría porque en lugar de cuidarse y formar parte de las grandes compañías flamencas, prefiere cantar por veinte duros para amiguetes de Jerez”. Se equivocó el palomo cojo, se equivocó porque Fernando triunfó entre los grandes aficionados al flamenco; entre los aficionados al flamenquito barato no, porque su manera de cantar era bronce puro, aguardiente que calienta los corazones, dolor y alegría en ese mágico misterio del cante. Fernando fue un digno heredero de don Antonio Chacón o de don Manuel Torre, también cantaores jerezanos. Yo sé que todavía anda por los patios del barrio de Santiago, por la calle de Sor Eulalia en cuyo número 30 nació un 17 de marzo de 1930; sé que alguien lo ha visto por los tablaos madrileños de El Duende y Las Brujas. Terremoto está vivo en sus grabaciones “jondas” y sentidas, en el recuerdo de los buenos aficionados al cante. Lo siento cada vez que vuelvo a escuchar sus discos.

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