sábado, 7 de enero de 2017

SILBANDO UN ECO EXTRAÑO


No hace muchos meses, dentro de este año que se nos va hoy, escribí de Constantino Molina Monteagudo, poeta albaceteño que me gusta cada vez más. Ahora le ha tocado el turno a Silbando un eco extraño y ha vuelto a convencerme y a deleitarme, cosa que en poesía, por la altura a la que pongo el listón para lo propio y para lo ajeno, es difícil que me ocurra. Estoy cansado de libros de poemas de terminan en la caja que reservo para el expurgo que hago para la biblioteca del lugar en donde habito. Y que conste que hago esto porque he considerado siempre que, como decía el genial Byron, “un libro es un libro aunque no tenga nada dentro” y no los he mandado al contenedor de reciclaje que, sin duda, era el lugar más acertado para ciertas bazofias. En fin, no quiero salirme de mi tema y quiero deciros que, de nuevo, Molina, se atreve con las cosas pequeñas, pero que son muy grandes a los ojos del corazón. Así, Molina va pasando revista al mirlo, al pino caído, a la caja de zapatos o a la gallina. Me gusta esta poesía de las cosas pequeñas tan alejada de la verborrea de la que adolece la poesía española desde hace bastantes años. También las cosas tienen sus lágrimas, lacrimae rerum dixit Vergilius, y necesitan de un cantor. Constantino Molina Monteagudo lo hace muy bien: por eso nunca lo enviaré a la caja del expurgo.


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