domingo, 31 de diciembre de 2023

LOS TEXTOS Y SU HISTORIA (I)

 


LOS TEXTOS Y SU HISTORIA (I)

Voy a intentar, en la medida en que pueda, contaros cómo han llegado los textos clásicos que hoy leemos hasta nuestras manos. Para Agustín García Calvo, la fijación del texto era la tarea fundamental de un filólogo pues comprendía el buen conocimiento de la lengua, de los realia, de la morfología, de la sintaxis o de la fonética. Para Agustín, sólo el filólogo que hubiera editado un texto podía ser tomado como  tal. Visto, pues, que no estoy entre el grupo de elegidos por el ilustre profesor zamorano, paso a explicaros lo poco que sé al respecto aunque poco podáis esperar de mí.

         Al principio, la literatura fue oral, pasaba de padres a hijos y de cantor a cantor. Sabemos que en Minos ya existió un alfabeto usado para el Lineal -B y que en ese silabario se escribieron asuntos tan prosaicos (pero necesarios) como inventarios de cocina, pero la escritura se perdió y no se recuperó hasta el siglo VIII a. C.  cuando los griegos empezaron a usar un alfabeto de origen fenicio. Fue entonces cuando  empezaron a fijar sus textos mediante la escritura. Morocho Gayo nos dice que, en este proceso de transvase, tanto desde la oralidad, como desde otros alfabetos, ya se perdieron muchas obras. Es lo que se conoce como metagrammatismós.

         Pisístrato, el dictador ateniense que favoreció la aparición de la tragedia, se ocupó de hacer una edición de Homero “fiable”. Daos cuenta que, hasta ese momento, de la obra homérica corrían versiones de los diferentes rapsodas y de los diferentes copistas que las llevaron al papiro. El peligro de corrupción era muy grande como lo fue, sin ir más lejos, el peligro que corrió el romancero castellano que de “Mira Nero de Tarpeya!” pasó a “Marinero de Tarpeya”.

         Los copistas copiaban por encargo el libro que les encargaban y, como veremos más tarde en Roma, las copias manuscritas se vendían en la  librerías. Pero antes de Roma, vayamos a Alejandría.

         En tan hermosa ciudad mediterránea existía una biblioteca que era la admiración del mundo. Para llevar aquel barco mayor que el Titanic, se necesitaban grandes directores que fueran grandes filólogos y éstos  fueron aportando su pequeño granito de arena a esta apasionante historia.

         Durante este periodo que estamos tratando, se estableció un canon con los autores favoritos para leer y copiar. A Usener, el mismo que recogió las obras de Epicuro de Samos en sus Epicurea, le debemos el que reconstruyera el canon.

         Prolijo sería enumerar los autores, pero, deciros tan sólo que, por desgracia, muchos de esos autores y obras se nos han perdido. Tan sólo voy a hablaros de la “santísima trinidad” de Alejandría.

         Tres son los grandes filólogos y directores de la Biblioteca de los que os quiero hablar:

1.     Zenódoto (330 a. C -260.C). Fue el primero que empezó a hacer una colación de manuscritos  para establecer un texto fiable.

2.     Aristófanes de Bizancio. (257 a. C. -180 a-C.) Discípulo del anterior.

3.     Aristarco de Samotracia. (217ª. C. – 145 a. C)

 

Con la filología alejandrina ya se empiezan a usar los procedimientos y técnicas que usarán en épocas posteriores los viri docti que de tan noble tarea se encarguen.

Como en todo tiene que haber disputas y guerras, la hubo entre los discípulos de Aristarco en Alejandría y los de Crates de Malos, bibliotecario y maestro de filólogos en la lejana Pérgamo. El casus belli fue que los alejandrinos fundaban su método en la analogía (el parecido) mientras que los de Pérgamo lo basaban en la anomalía literaria y gramatical.

         Ya en Roma conocemos de manera más aproximada cómo trabajaban los autores. Antes de publicarlas, los autores mandan unas notas a los amigos que, en muchas ocasiones, eran publicadas sin el permiso del autor. Así pues la primera redacción de una obra se presentaba en forma de notas o de ayuda para la memoria que pasaba a ser una exposición sucinta o esquemática y, por último, se le daba la redacción definitiva que era la ekdosis, la copia definitiva que llegaba a manos de los libreros o bibliopoloi que se encargaban de reproducirla por medio de esclavos copistas. Esto lo sabemos, según Morocho Gayo, por autores como Cicerón o Galeno.

         Como veremos en otro capítulo, cobrarán una importancia especial aquellos autores que se estudiaban en la escuela. No eran muchos, pero fueron los primeros “clásicos” si atendemos a la etimología que nos remite a classis “clase”.

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