jueves, 31 de octubre de 2024

LA MUERTE DE EPAMINONDAS

 


 

Hay muertes que pasan a la historia y hoy os quiero hablar de la del tebano Epaminondas. Cuenta Cornelio nepote, historiador latino del siglo I a. C, muy usado antes en los ejercicios de traducción por su estilo claro, que, mientras luchaba con sus tropas en Mantinea, fue herido el caudillo tebano en el pecho por una lanza espartana. La lanza se partió y la punta de hierro se quedó en el interior del cuerpo del tebano. Sus soldados se lo llevaron aún con vida al campamento tras haber luchado denodadamente contra los espartanos que se querían llevar el cuerpo y, siempre según Nepote, cuando ya estaba en su tienda, preguntó: “¿Qué bando ha resultado victorioso?” Y, al decirle sus hombres que los tebanos, Epaminondas dijo: “Es tiempo de morir”. Diodoro de Sicilia cuenta que un amigo le dijo mientras rompía a llorar: “Mueres sin descendencia, Epaminondas”. El general tebano respondió: “No, por Zeus, al contrario. Dejo tras de mí dos hijas, Leuctra y Mantinea, mis victorias.” Por si fuera poco, Nepote recoge sus últimas palabras que parece que fueron estas que os copio que responden a un comentario que hizo alguno de sus hombres sobre lo pronto que moría su general que tenía cincuenta y cinco años, edad que, aunque para aquellos años era provecta, al soldado le parecía que era muy temprana quizás por el mucho amor que le tenía a su comandante. Según Nepote, al oír estas palabras, dijo el de Tebas: “He vivido lo suficiente; puesto que muero invicto”.  A continuación, al retirarle la punta de la lanza, Epaminondas murió. Lo enterraron, según la costumbre griega, en el propio campo de batalla.

         Isaac Walraven, un pintor holandés, tuvo a bien recoger en un cuadro sus últimos momentos y es ese cuadro el que ilustra mi entrada.

         Así hablaban los hombres de Grecia: para que sus palabras se esculpieran en mármol.

LA ESCOBILLA DEL VÁTER (I)

 


Andamos en el centro de enseñanza en donde trabajo con un problema pues hemos tenido que cerrar los servicios “por mal uso”. No voy a entrar en detalles escatológicos sobre la causa o razón porque todo lector avispado lo puede suponer, pero sí que quiero hacer una reflexión con vosotros.

         Yo, que navego ya por una edad provecta, recuerdo las gasolineras y sus retretes en los años setenta en esta España nuestra. Había que tener más valor que el Espartero para entrar en aquellos retretes desperdigados  a lo largo y ancho de nuestra piel de toro: un “polibán” ( sólo el que lo conoció lo sabe) en el que, con mucha frecuencia, había una “sorpresa” porque el usuario anterior no había ”apuntado” bien al infecto agujerillo que era el centro de tan infame sanitario; una toalla más negra que el pobre Kunta Kinte; un jabón con mais merda que o pau d’un galiñeiro. No sigo. Cuando un servidor llegó de viaje a Cataluña (año 1982) y entró en aquellos servicios de la autopistas catalanas, le pareció que estaba en otro país ( y no le quiero comer la oreja a Puigdemont). Por fortuna, aquella España pasó y ahora los servicios están higienizados, perfumados y sin “sorpresas”. Sin embargo, algo queda de la vieja España. Me explico:

         Que en un centro educativo (y no sólo lo  he visto en uno, sino en muchos, ) en el baño de profesores, para más inri, haya que recordar el uso de la escobilla me parece vergonzoso. ¿Queda gente entre el profesorado capaz de dejar el retrete con “palominos de añadidura” como decía Cervantes? Parece ser que sí.

         Entonces, si hay que recordar a los profesores que usen la escobilla, ¿no van a hacer “de las suyas” los alumnos en los retretes? Hace años, una chica alemana que vino de convivencia, se extrañó de que en los Institutos españoles no hubiera papel en los servicios. Le tuve que explicar, con terrible alipori, que, en España, se atascan los retretes con el papel higiénico o se tira por las ventanas como si un Leandro fuera a escalar la torre de Hero. Así somos y, por lo que se ve, no tenemos remedio.  

ESTOY HASTA LOS COJONES

 


Los pocos lectores de mi blog “La esquina rota” se habrán dado cuenta de que mi última entrada es de finales de agosto; vamos que llevo más de dos meses sin publicar nada. ¿Por qué? Porque, después de llevar toda mi vida escribiendo, he llegado a la conclusión de que NO MERECE LA PENA ESCRIBIR o, al menos, publicar ya sea en un blog o en cualquier otro medio presente o futuro. La Silva de romances mitológicos, en la que estuve trabajando más de tres años,  será, si Dios no lo remedia, mi último libro (al menos en formato papel). Sinceramente, a nadie le interesa la poesía y nadie se quiere gastar ni siquiera los cinco euros que cuesta a precio de saldo en una papelería de Laguna de Duero. Un libro es un estorbo y es mejor estar en las “redes” que atrapan (para eso son redes) durante horas y horas. Veo “humoristas” que, por haber salido en Tik-Tock tienen vendidas las entradas hasta mayo de 2025; veo muchedumbres siguiendo a influencers que no saben hacer  la o con el culo de un vaso; veo “vídeos” virales con un turco que mueve la barriga oronda que ha conseguido a costa de hartarse a kebab. ¿Creéis que este panorama mueve a la escritura? He escrito un soneto a una compañera que se jubila y se lo voy a mandar post festum porque su lectura, en la sala de profesores, ni siquiera sería entendida por muchos de mis colegas. Hoy, día 31 de octubre de 2024, San Alonso Rodríguez, quiero dejar claro que no quiero gastar ni una puta hora más en publicar nada. PERDONADME.