Hay
muertes que pasan a la historia y hoy os quiero hablar de la del tebano
Epaminondas. Cuenta Cornelio nepote, historiador latino del siglo I a. C, muy
usado antes en los ejercicios de traducción por su estilo claro, que, mientras
luchaba con sus tropas en Mantinea, fue herido el caudillo tebano en el pecho
por una lanza espartana. La lanza se partió y la punta de hierro se quedó en el
interior del cuerpo del tebano. Sus soldados se lo llevaron aún con vida al
campamento tras haber luchado denodadamente contra los espartanos que se
querían llevar el cuerpo y, siempre según Nepote, cuando ya estaba en su
tienda, preguntó: “¿Qué bando ha resultado victorioso?” Y, al decirle sus
hombres que los tebanos, Epaminondas dijo: “Es tiempo de morir”. Diodoro de
Sicilia cuenta que un amigo le dijo mientras rompía a llorar: “Mueres sin
descendencia, Epaminondas”. El general tebano respondió: “No, por Zeus, al
contrario. Dejo tras de mí dos hijas, Leuctra y Mantinea, mis victorias.” Por
si fuera poco, Nepote recoge sus últimas palabras que parece que fueron estas
que os copio que responden a un comentario que hizo alguno de sus hombres sobre
lo pronto que moría su general que tenía cincuenta y cinco años, edad que,
aunque para aquellos años era provecta, al soldado le parecía que era muy temprana
quizás por el mucho amor que le tenía a su comandante. Según Nepote, al oír
estas palabras, dijo el de Tebas: “He vivido lo suficiente; puesto que muero
invicto”. A continuación, al retirarle
la punta de la lanza, Epaminondas murió. Lo enterraron, según la costumbre
griega, en el propio campo de batalla.
Isaac Walraven, un pintor holandés,
tuvo a bien recoger en un cuadro sus últimos momentos y es ese cuadro el que
ilustra mi entrada.
Así hablaban los hombres de Grecia:
para que sus palabras se esculpieran en mármol.