Llevo
varios años queriendo escribir esta entrada sobre La Araucana de Alonso de
Ercilla, pero no la termino nunca La Araucana, no la entrada). Decía
Zunzunegui, un escritor de Bilbao al que nadie recuerda y que, según Umbral, tenía
fama de gafe por lo que don Paco, nada adicto a tales historias de gafancias
irracionales, frecuentaba con más entusiasmo, que las obras como La Araucana no
se las leía nadie. Os confieso que me faltan algunos cantos y que su épica es
una épica a pie de obra. Me explico.
Homero escribe sus obras varios siglos después
de ocurridos los hechos; Virgilio, ni os cuento; Estacio, otro tanto y Apolonio
de Rodas se centra en los hechos legendarios del viaje de los Argonautas. Todos
escriben de lo que no vieron, sino de los que les contaron o leyeron. El más
cercano, casi contemporáneo a los hechos, es mi querido don Luís con sus Lusiadas, del que un servidor tradujo cincuenta
sonetos que son cincuenta obras de arte (por él, que no por mí). Sin embargo,
Ercilla no; Ercilla va escribiendo su obra a medida que ocurren los acontecimientos.
Es una épica (y nunca mejor dicho) al pie del cañón. Me imagino a Ercilla en la
batalla y luego, al llegar a un lugar seguro, sentado en alguna mesa
desvencijada escribiendo octavas reales y dejando algunas manchas de su propia
sangre en el papel.
Su poesía no es excesivamente
brillante, pero tiene algo impagable: la cercanía absoluta a los hechos. Eso le
da un charmé absolutamente
irrepetible.
El cuadro de la ilustración es de El
Greco por si se sigue apreciando en España a sus buenos pintores.
Por cierto, por si lo de Zunzunegui y
su gafancia fuere cierto, acabo de hacer la higa y escupir tres veces por la ventana.
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