J
osé María Souvirón era
malagueño, nacido en 1904, de esa ciudad de la alegría, de la ciudad de la
niñez y juventud de Aleixandre, de Emilio Pardos, de Altolaguirre y del todavía
vivo – y que lo esté por muchos años – Manuel Alcántara. Y, como escribo sin
papeles y sin mucha concentración porque se me va el corazón al Cantábrico y
sus cantiles, se me quedan más poetas malagueños en el tintero. Souvirón fue
amigo de Pablo Neruda y vivió en Chile trabajando como profesor de Literatura
en la Universidad Católica de Chile. Regresó a España en 1953 y hasta su muerte,
acaecida en 1973 en su ciudad de nacimiento, Souvirón trabajó en el Instituto
de Cultura Hispánica de Madrid en la que desempeñó la cátedra Ramiro de Maeztu
y en la que fue director de la revista Cuadernos
Hispanoamericanos. Fue poeta y, cosa rara, novelista de éxito y así, en
esta última faceta, destacan Rumor en la
ciudad de 1935 que fue su primera novela; La luz
no está lejos de diez años después y su gran éxito de crítica, Cristo en Torremolinos. Su prosa está
llena, como no podía ser menos de grandes dosis de lirismo como me ha contado
mi amigo Jesús Sanz, el sabio de la calle Gamazo, entre pinta y pinta de
Guiness pues nada os podría contar sobre
su prosa porque me esperan dos libros – La
luz y Cristo – para poder hablar
algo de la escritura en prosa de Souvirón. Sí que os puedo habla de su Poesía entera (1923 – 1973) que le
publicaron las Ediciones de Cultura Hispánica y en la que se recogen medio
siglo de poesías. Me ha llamado mucho la atención una parte de El solitario y la tierra (1961) en donde
se encuentran los Poemillas del abuelo,
un “libro aparte” por el que Souvirón fue muy solicitado por otros abuelos.
Está bien visto que para hacer buena poesía hay que ser andaluz. ¿Será como en
aquella canción de Rafaella Carra (con perdón) que para hacer bien el amor hay
que venir al sur cambiando, eso sí, amor por poesía? En fin…
domingo, 17 de abril de 2016
SEGISMUNDO PECHARROMÁN CEBRIÁN
No sé si el nombre de Segismundo
Pecharromán Cebrián le dice algo a alguien, pero yo le debo el conocimiento de
este poeta a mi amigo Román Fraile que trabajó en Sever- Cuesta, la imprenta vallisoletana que decidió dar
cancha a autores locales y creó Roca Caliza, una colección de poesía en la
publicaron gentes como Pecharromán, Garabito Gregorio o Pérez Cornejo
“Lucanor”. He leído a Pecharromán en Castilla,
surcos y estelas y en él me he topado con poemas tan bonitos como Bodega. Sé que es difícil encontrar a
este poeta (quizás en la sección local de la Biblioteca Pública de Vlladolid),
pero su lectura merece la pena y, desde luego, más que la lectura de esos que
han visto por primera vez un animal muerto.
jueves, 14 de abril de 2016
EL CURA PACO
De mi afición a los curas
obreros tiene la culpa Alfredo Peña Santamaría, párroco de Vallecas en los años
ochenta del pasado siglo. Chacho, como le gustaba que lo llamaran, nos daba
clase de Literatura en el Colegio del Sagrado Corazón en la Avenida de Alfonso
XIII y aquel burgalés, que en buena hora ciñó sotana, además de hacernos vivir
la literatura, nos contaba, de pasada, sin alharacas, algo de ese Vallecas en
el que vivía y desempeñaba su ministerio. Ya he contado que Chacho fumaba un
tabaco rubio – el un x dos – que
sacaba de su cajetilla blanda rojo y oro y que se fumaba en su pipa negra paladeando
aquel tabaco que inundaba las clases de tal forma que ahora mi lectura de
Garcilaso me lleva al “aroma “ de aquellos cigarros. Todo esto lo cuento porque
me he leído la biografía de Paco García Salve, el cura Paco, y la he leído casi
con pasión aunque, en algunos pasajes, se repite su autor haciéndole al
biografiado un flaco favor. No importa este error pues la vida de este hombre
que nació pobre, casi paupérrimo, y que se hizo jesuita y que, teniendo ya una
posición en la Compañía, lo dejó todo, se marchó a una chabola y se puso a
trabajar en una obra porque ahí estaba Cristo, me merece todo el respeto y toda la admiración del mundo. Otros,
en aquellos años, también lo hicieron: eran el padre Llanos, Díez – Alegría, Mariano
Gamo. Eran las sotanas rebeldes del régimen de Franco, los curas que no transigían
con el palio del dictador, que no querían una Iglesia de palacio porque Cristo
no vivió en un palacio. Ya sé que ahora., a toro pasado, podemos decir que marxismo
y cristianismo no casan (¿casa con el capitalismo?), pero, qué queréis, su
actitud valiente de dejarlo todo (relictis
omnibus) y seguir al Maestro me emociona profundamente. ¿Cuántos seríamos
capaces de dejar nuestra comodidad burguesa por una chabola en el Pozo, en el Pozo de los cincuenta y sesenta? Pues
eso.
lunes, 28 de marzo de 2016
SANTANDER, LA MARINERA
Cuando
cae la tarde en la bahía, las gentes, arregladas de acuerdo a ese decoro
ancestral, toman el paseo hasta la noche. Es el momento sagrado de los cafés,
de las heladerías, del comentario sobre la vida ajena. Mientras se mecen en los
pantalanes los barcos de recreo y cruza a los lejos el ferry de Inglaterra, las
casas de este paseo, elegantes, arregladas desde su nacimiento para combinar
con el paisaje lejano de Somo y Pedreña, para albergar a las navieras y los
consulados, miran un sol que se va reflejando en las aguas tranquilas del Cantábrico
desbravado por las cantiles de Mataleñas o por la isla de Mouro. Si nos fijamos
bien, es posible que veamos a Pereda entrar en el Café Suizo o a José María Sáenz
del Río escribiendo un poema a la mar o a Pepe Hierro escribiendo para que nuestro dolor sea el camino a la
alegría. Es la ciudad marinera con su Sotileza y su Pachín González, con su incendio
en los años cuarenta del siglo XX y con la explosión del Cabo Machichaco. Es la
ciudad cuyo puerto era la salida para las harinas y las lanas de Castilla y
para la que unos locos ilustrados soñaron un canal que se quedó en tierras
palentinas. Creo que ya no hace falta que diga de qué ciudad os escribo porque
cualquiera ha visto ya con meridiana claridad que se trata de Santander.
NARCÍS COMADIRA

BOCA SECA
Hem cridat fins a no poder més:
la pau, la pau,
la pau i la justícia.
Justícia i llibertat
fins a no poder més.
Hem cridat fins a no poder més
que ens molestaven tantes estructures
immòbils,
tants papers, tantes lleis,
la gàbia que empresona
fins a no poder més.
Hem cridat fins a no poder més,
fins a no poder més.
Tenim la boca seca.
la pau, la pau,
la pau i la justícia.
Justícia i llibertat
fins a no poder més.
Hem cridat fins a no poder més
que ens molestaven tantes estructures
immòbils,
tants papers, tantes lleis,
la gàbia que empresona
fins a no poder més.
Hem cridat fins a no poder més,
fins a no poder més.
Tenim la boca seca.
JUAN OCHOA Y BETANCOURT
Seguramente
pocos conocéis a Juan Ochoa y Betancourt, un avilesino nacido en 1864, paisano
del nuestro muy querido Palacio Valdés, y buen escritor in occulto. Yo, personalmente y por poner al burro delante, nada
sabía de este buen señor hasta que me dio por pedir a La Nueva España (con perdón)
de Oviedo unos libros azules, no muy bien editados por cierto y porque todo hay
que decirlo, en los que se recogen autores asturianos. Si bien dijo en su
momento Fernández Nieto que “era muy difícil ser poeta en Asturias” y nunca
supe por qué pues la muerte se lo llevó antes de que pudiera ir a su casa
palentina para preguntárselo, no es difícil ser novelista en Asturias (a las
pruebas me remito) y así Ochoa escribe una novela como una fantasía de Burgmüller
en la que cuenta unas vidas provincianas que, no por anodinas, esconden el sufrimiento haciendo que sus
personajes sean héroes de la vida cotidiana. Un alma de Dios, así se llama la
novela, trata de la historia de una casa en una ciudad del norte que se llama Nuvareda
y en esa casa están los Reboleño, comerciantes sin hijos, doña Sofía y su casa
de huéspedes, cuya hija Carmen tiene un desliz con un huésped ( y no del
sevillano, precisamente) del que nacerá Rosita, y los Cancienes, un matrimonio
mayor que han tenido un niño cuya madre es prima lejana de don Tomás, un prócer
provincial o decurión de gran importancia en esta historia. Don Justo Cancienes
es un buen hombre que se dedica en un cuarto que tiene en su buhardilla a
trabajar la madera y que construye un bonito palacio árabe . Pero esa felicidad,
tan en tono menor, tan poco grandilocuente, tan poco “heroica” se va a ver rota
por una infidelidad. Sin embargo, la justicia divina hace que con el tiempo,
los buenos acaben con los malos y los malos acaben mal como dice el Salmo que abre los ciento cincuenta
salmos de la Biblia. Son poco más de ciento veinte páginas que merece la pena
leerlas. Os lo recomiendo, pero no busquéis grandes cosas: estamos en una
fantasía de Burgmüller. Se me olvida deciros que la novela le gustó mucho a
Clarín que le recomendó que viajara a Madrid para tener vida literaria. Y allí
se nos marchó el asturiano en 1892, pero una tuberculosis le hace regresar a su
tierra asturiana y morir en Oviedo en 1899. No había cumplido ni treinta y
cinco años.
GODOFREDO GARABITO GREGORIO

Suscribirse a:
Entradas (Atom)