domingo, 17 de abril de 2016

JOSÉ MARÍA SOUVIRÓN



J
osé María Souvirón era malagueño, nacido en 1904, de esa ciudad de la alegría, de la ciudad de la niñez y juventud de Aleixandre, de Emilio Pardos, de Altolaguirre y del todavía vivo – y que lo esté por muchos años – Manuel Alcántara. Y, como escribo sin papeles y sin mucha concentración porque se me va el corazón al Cantábrico y sus cantiles, se me quedan más poetas malagueños en el tintero. Souvirón fue amigo de Pablo Neruda y vivió en Chile trabajando como profesor de Literatura en la Universidad Católica de Chile. Regresó a España en 1953 y hasta su muerte, acaecida en 1973 en su ciudad de nacimiento, Souvirón trabajó en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid en la que desempeñó la cátedra Ramiro de Maeztu y en la que fue director de la revista Cuadernos Hispanoamericanos. Fue poeta y, cosa rara, novelista de éxito y así, en esta última faceta, destacan Rumor en la ciudad de 1935 que fue su primera novela;  La luz no está lejos de diez años después y su gran éxito de crítica, Cristo en Torremolinos. Su prosa está llena, como no podía ser menos de grandes dosis de lirismo como me ha contado mi amigo Jesús Sanz, el sabio de la calle Gamazo, entre pinta y pinta de Guiness  pues nada os podría contar sobre su prosa porque me esperan dos libros – La luz y Cristo – para poder hablar algo de la escritura en prosa de Souvirón. Sí que os puedo habla de su Poesía entera (1923 – 1973) que le publicaron las Ediciones de Cultura Hispánica y en la que se recogen medio siglo de poesías. Me ha llamado mucho la atención una parte de El solitario y la tierra (1961) en donde se encuentran los Poemillas del abuelo, un “libro aparte” por el que Souvirón fue muy solicitado por otros abuelos. Está bien visto que para hacer buena poesía hay que ser andaluz. ¿Será como en aquella canción de Rafaella Carra (con perdón) que para hacer bien el amor hay que venir al sur cambiando, eso sí, amor por poesía? En fin…

SEGISMUNDO PECHARROMÁN CEBRIÁN



No sé si el nombre de Segismundo Pecharromán Cebrián le dice algo a alguien, pero yo le debo el conocimiento de este poeta a mi amigo Román Fraile que trabajó en Sever- Cuesta,  la imprenta vallisoletana que decidió dar cancha a autores locales y creó Roca Caliza, una colección de poesía en la publicaron gentes como Pecharromán, Garabito Gregorio o Pérez Cornejo “Lucanor”. He leído a Pecharromán en Castilla, surcos y estelas y en él me he topado con poemas tan bonitos como Bodega. Sé que es difícil encontrar a este poeta (quizás en la sección local de la Biblioteca Pública de Vlladolid), pero su lectura merece la pena y, desde luego, más que la lectura de esos que han visto por primera vez un animal muerto.



jueves, 14 de abril de 2016

EL CURA PACO



De mi afición a los curas obreros tiene la culpa Alfredo Peña Santamaría, párroco de Vallecas en los años ochenta del pasado siglo. Chacho, como le gustaba que lo llamaran, nos daba clase de Literatura en el Colegio del Sagrado Corazón en la Avenida de Alfonso XIII y aquel burgalés, que en buena hora ciñó sotana, además de hacernos vivir la literatura, nos contaba, de pasada, sin alharacas, algo de ese Vallecas en el que vivía y desempeñaba su ministerio. Ya he contado que Chacho fumaba un tabaco rubio – el un x dos – que sacaba de su cajetilla blanda rojo y oro y que se fumaba en su pipa negra paladeando aquel tabaco que inundaba las clases de tal forma que ahora mi lectura de Garcilaso me lleva al “aroma “ de aquellos cigarros. Todo esto lo cuento porque me he leído la biografía de Paco García Salve, el cura Paco, y la he leído casi con pasión aunque, en algunos pasajes, se repite su autor haciéndole al biografiado un flaco favor. No importa este error pues la vida de este hombre que nació pobre, casi paupérrimo, y que se hizo jesuita y que, teniendo ya una posición en la Compañía, lo dejó todo, se marchó a una chabola y se puso a trabajar en una obra porque ahí estaba Cristo, me merece todo el  respeto y toda la admiración del mundo. Otros, en aquellos años, también lo hicieron: eran el padre Llanos, Díez – Alegría, Mariano Gamo. Eran las sotanas rebeldes del régimen de Franco, los curas que no transigían con el palio del dictador, que no querían una Iglesia de palacio porque Cristo no vivió en un palacio. Ya sé que ahora., a toro pasado, podemos decir que marxismo y cristianismo no casan (¿casa con el capitalismo?), pero, qué queréis, su actitud valiente de dejarlo todo (relictis omnibus) y seguir al Maestro me emociona profundamente. ¿Cuántos seríamos capaces de dejar nuestra comodidad burguesa por una chabola en el Pozo,  en el Pozo de los cincuenta y sesenta? Pues eso.

lunes, 28 de marzo de 2016

SANTANDER, LA MARINERA




Cuando cae la tarde en la bahía, las gentes, arregladas de acuerdo a ese decoro ancestral, toman el paseo hasta la noche. Es el momento sagrado de los cafés, de las heladerías, del comentario sobre la vida ajena. Mientras se mecen en los pantalanes los barcos de recreo y cruza a los lejos el ferry de Inglaterra, las casas de este paseo, elegantes, arregladas desde su nacimiento para combinar con el paisaje lejano de Somo y Pedreña, para albergar a las navieras y los consulados, miran un sol que se va reflejando en las aguas tranquilas del Cantábrico desbravado por las cantiles de Mataleñas o por la isla de Mouro. Si nos fijamos bien, es posible que veamos a Pereda entrar en el Café Suizo o a José María Sáenz del Río escribiendo un poema a la mar o a Pepe Hierro escribiendo  para que nuestro dolor sea el camino a la alegría. Es la ciudad marinera con su Sotileza y su Pachín González, con su incendio en los años cuarenta del siglo XX y con la explosión del Cabo Machichaco. Es la ciudad cuyo puerto era la salida para las harinas y las lanas de Castilla y para la que unos locos ilustrados soñaron un canal que se quedó en tierras palentinas. Creo que ya no hace falta que diga de qué ciudad os escribo porque cualquiera ha visto ya con meridiana claridad que se trata de Santander.

NARCÍS COMADIRA



Narcís Comadira nació en Gerona en 1942. Cuando un servido anduvo por Gerona, allá por los años ochenta, esa ciudad catalana lo impresionó con mucha fuerza. Las escalinatas de la catedral, la torre de san Félix o el paso del Ter, con sus casas que miran al río y se protegen del sol con persianas verdes, son algunos recuerdos de una ciudad de la que luego leería el Carrer estret de mi queridísimo Josep Pla i Casadevall. Gerona surge en mi mente como una ciudad con humo en las calles en las mañanas frías del invierno y con alguna florecilla brotando en sus parques en los días de febrero; una ciudad de campanas y de clérigos con breviario y de novios paseando en los parques de la primavera. (Me está quedando un poco sensiblero, pero qué le vamos a hacer). Afortunadamente, para compensar mi mala prosa está la buena poesía de Comadira de la que os dejo un ejemplo: el poema que canta Miguel Poveda, el gran cantaor flamenco de Barcelona. Para que luego vengan que si los charnegos y su falta de integración en lo catalán. En fin…

BOCA SECA

Hem cridat fins a no poder més:
la pau, la pau,
la pau i la justícia.
Justícia i llibertat
fins a no poder més.

Hem cridat fins a no poder més
que ens molestaven tantes estructures
immòbils,
tants papers, tantes lleis,
la gàbia que empresona
fins a no poder més.

Hem cridat fins a no poder més,
fins a no poder més.

Tenim la boca seca.


JUAN OCHOA Y BETANCOURT






Seguramente pocos conocéis a Juan Ochoa y Betancourt, un avilesino nacido en 1864, paisano del nuestro muy querido Palacio Valdés, y buen escritor in occulto. Yo, personalmente y por poner al burro delante, nada sabía de este buen señor hasta que me dio por pedir a La Nueva España (con perdón) de Oviedo unos libros azules, no muy bien editados por cierto y porque todo hay que decirlo, en los que se recogen autores asturianos. Si bien dijo en su momento Fernández Nieto que “era muy difícil ser poeta en Asturias” y nunca supe por qué pues la muerte se lo llevó antes de que pudiera ir a su casa palentina para preguntárselo, no es difícil ser novelista en Asturias (a las pruebas me remito) y así Ochoa escribe una novela como una fantasía de Burgmüller en la que cuenta unas vidas provincianas que, no por anodinas,  esconden el sufrimiento haciendo que sus personajes sean héroes de la vida cotidiana. Un alma de Dios, así se llama la novela, trata de la historia de una casa en una ciudad del norte que se llama Nuvareda y en esa casa están los Reboleño, comerciantes sin hijos, doña Sofía y su casa de huéspedes, cuya hija Carmen tiene un desliz con un huésped ( y no del sevillano, precisamente) del que nacerá Rosita, y los Cancienes, un matrimonio mayor que han tenido un niño cuya madre es prima lejana de don Tomás, un prócer provincial o decurión de gran importancia en esta historia. Don Justo Cancienes es un buen hombre que se dedica en un cuarto que tiene en su buhardilla a trabajar la madera y que construye un bonito palacio árabe . Pero esa felicidad, tan en tono menor, tan poco grandilocuente, tan poco “heroica” se va a ver rota por una infidelidad. Sin embargo, la justicia divina hace que con el tiempo, los buenos acaben con los malos y los malos acaben mal  como dice el Salmo que abre los ciento cincuenta salmos de la Biblia. Son poco más de ciento veinte páginas que merece la pena leerlas. Os lo recomiendo, pero no busquéis grandes cosas: estamos en una fantasía de Burgmüller. Se me olvida deciros que la novela le gustó mucho a Clarín que le recomendó que viajara a Madrid para tener vida literaria. Y allí se nos marchó el asturiano en 1892, pero una tuberculosis le hace regresar a su tierra asturiana y morir en Oviedo en 1899. No había cumplido ni treinta y cinco años.

GODOFREDO GARABITO GREGORIO


Godofredo Garabito Gregorio (G.G.G.) fue un poeta de Tierra de Campos por cuya poesía andan y pululan los Torozos, aquellos montes de los que mi abuelo Luis me hablaba cuando pasábamos por ellos camino de Galicia y de los que me decía que, en otro tiempo, cruzaban España de oeste a este, entre trigales y  panes con olor a masa limpia y buena, a corazones sin pecado. Garabito en su libro Amapolas Comuneras toma el tema de los Comuneros y hace un bonito canto a estos héroes tan traídos y llevados por la literatura y el cine. No tuvo la fortuna Garabito Gregorio que tuvo Luis López Álvarez con su poema Los Comuneros, llevado al disco por El Nuevo Mester de Juglaría, pero es un buen poema, con esos comuneros que cruzan los ya mencionados Torozos para ir a su final en aquellos campos de Villalar. Se lo publicaron a Garabito en una colección que, según me explica mi amigo Román Fraile, crearon los de la imprenta Sever-Cuesta de Valladolid para autores que no podían acceder a las grandes editoriales y que, de esa manera, veían publicados sus libros en la colección Roca Caliza sin tener que pagar el ISBN que, por aquellos tiempos, principio de los setenta, tenía un precio astronómico que rondaba el millón de pesetas. En aquella colección publicaron muchos poetas vallisoletanos de los que os iremos contando. pero todo a su tiempo, que no se tomó Zamora en una hora.