viernes, 23 de diciembre de 2022

UN ROMANCE JOCOSO SOBRE DÁNAE

 


Como espero que sepáis, he publicado un libro sobre mitología que se llama “Silva de romances mitológicos” que presentaré, Deo volente, para finales de enero en la librería Sandoval de Valladolid. Ya os diré el día y la hora, pero, mientras llega ese día de días,  os cuento un secreto: junto a los romances “serios”, también escribí unos romances jocosos o en broma que, al final, no me atreví a publicar por no mezclar las churras con las merinas. No son muchos y he pensado que quizás os parezca bien que los vaya dando a conocer por medio del blog y, quién lo sabe, algún día me atreva a publicarlos. Os dejo este primero que trata sobre Dánae, Acrisio y Perseo y en el que hago hablar a las tres hermanas Gorgonas en catalán porque siempre me las imaginé, siguiendo el tópico de que son los catalanes un poco tacaños y ya que la historia se prestaba a ello pues compartían las hermanas un solo ojo para las tres, que quizás fueran oriundas de la plana de Vic. Seguro que le hago un favor al Pere Aragonés que anda buscando raíces catalanas para cualquier personaje que relumbre un poco. En fin, como decían  los personajes de Plauto al acabarse la comedia y también los clásicos del Siglo de Oro, “perdonad sus muchas faltas”.

 

DÁNAE

 

Cuanta la leyenda que un día

en el noble reino de Argos

el bueno del rey Acrisio

quiso consultar el oráculo.

 

Y galopando en su corcel

hasta Delfos se ha llegado

con una pena en el alma,

de mucho dolor colmado.

 

pues no tiene el rey Acrisio

un varón que en su reinado

mande y ordene a su muerte

como debe ser mandado.

 

Pues sólo tenía una hija

que Dánae había ombrado

mas necesitaba un chico

que fuera rey coronado.

 

Y fue por esa razón

que hasta Delfos se ha llegado

a preguntar si su hija

iba a quedarse en estado.

 

Y así, con grande tristeza,

ha relatado su caso

y así, con recias palabras,

le ha contestado el oráculo:

 

“Jamás de ti nacerá

varón en su ingle marcado

con un fruto que asegure

larga vida a tu mandato

 

Sin embargo, de tu hija

si es que pariera un muchacho,

eso sería la ruina

y el final de tu reinado

 

pues el niño que naciera

-         lo y  tengo más que claro-

-         te quitaría la vida

para ser de tu reino amo.

 

Al oír estas palabras,

Acrisio presto ha marchado

de vuelta para su casa

en la noble tierra de Argos.

 

 

 

Y al llegar a su palacio,

con duro gesto ordenara

que a Dánae, la su hija,

en negra cueva encerraran

 

con llaves y con cerrojos

para que no se escapara

ni trato carnal tuviera

que la dejara preñada.

 

Mas quiso la desventura

que el dios Zeus la contemplara

y, viendo su cuerpo esbelto,

yacer con ella pensara.

 

Pero estando la chiquilla

en una cueva encerrada

sin puertas y sin balcones,

sin postigos y son ventanas

 

tuvo que idearse un modo

de entrar en la cueva amarga

y, viendo en la cerradura

el ojo que llave aguarda,

 

devino en lluvia de oro

y yació con la muchacha

que, justo a los nueve meses,

al gran Perseo alumbrara.

 

Y así, durante unos meses,

el niño solo jugaba

mas un día maldecido

el pobre niño llorara;

 

y el abuelo que esto oye,

a la fiel nodriza mata

que sufría con Dánae

el rigor de la desgracia.

 

Y a la pobre de la hija

el muy cruel se reservaba

embarcarla en recio cofre

 y a las olas arrojarla.

 

Y así fue como lo hizo

el cruel abuelo sin alma

mientras la madre y Perseo

por el ponto navegaban.


 

 

Hasta que un día a una isla

aquel cofre se llegara.

“A qué tierra hemos llegado?

-se decía la muchacha

 

y Dictios, un pescador

así que la contestaba:

“Estás en la isla de Sérifos

y tienes franca mi casa”.

 

Mas no fue todo tan fácil

pues quiso la suerte aciaga

que aquesta buena persona

fuera hermano de un canalla

 

al que llaman Polidectes

que como rey allí manda

sin atender más razones

que las de su santa gana.

 

Y así prendóse de Dánae

con mucha pasión malsana

y, viendo que aquel muchacho,

a su madre no dejaba

 

pensó en quitarle de en medio

por las buenas o las malas

y que se diera un buen viaje

hasta las tierras lejanas.

 

Organizó un gran banquete

al que a todos invitara

y en mitad de la comida

por regalos preguntara.

 

Todos a una dijeron

que lo que más le cuadraba

era  la jaca más recia

que en esos pastos pastara.


 

 

Mas todos cuenta se dieron

de que Perseo callaba

y, al final, interrogado,

de aquesta manera hablaba:

 

“Ay, qué poca cosa es, mi rey,

traerte una triste jaca

pues yo te pienso traer

regalo de luenga fama.

 

pues ante todos prometo

traerte en mi lanza clavada

la cabeza de Gorgona

de poderosa mirada.

 

Pasó aquel día, vino otro

y todos le regalaban

la jaca que prometieron

y el rey mucho se alegraba.

 

Mas en llegando Perseo,

limpia traía su lanza

pues no cumplió la su promesa

que al rey en firme jurara.

 

“¿Dónde está lo prometido”

-con grande ira gritaba-

el burlado Polidectes

que una respuesta aguardaba.

 

Sonaba espeso silencio;

Perseo no contestaba

y el rey, llenito de ira,

así le dijo en su cara:

 

“Márchate presto a  buscar

esa cabeza ofertada

que,  si no me la traes pronto,

a tu madre yo forzara”.


 

 

Sale Perseo apenado

por esas duras palabras

con que jurara en la cena

con loca cabeza vana.

 

­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­

 

Mas, en viendo esta tragedia,

vienen dos dioses a verlo:

uno Hermes, otra Atenea

que le ofrecen sus consejos.

 

 

Y un día, muy de mañana,

sale de la isla Perseo

en busca de las tres Grayas

que son Dino, Enio y Pefredo.

 

Son aquellas tres hermanas

tacañas hasta el extremo

de que un solo ojo comparten

que se pasan como en juego;

 

y por si esto fuera poco

se van pasando a voleo

     el diente a cada boca

     le corresponde en sorteo.

 

 

Cuando esto ve nuestro héroe,

 ojos y dientes coge al vuelo

 y se los guarda sin más

y se niega a devolverlos.

 

Jove, torna el que has robat

-         las hermanas le dijeron-

doncs a la fira de Vich

     ens han cobrat vint mil euros”

 


 

 

 

“Si es queréis lo robado,

tenéis que decirme presto 

cómo se llega a la casa

de las Ninfas y, al momento,

 

os devuelvo vuestras cosas.

Os lo juro en juramento

y, si así no lo cumpliere,

caiga sobre mí un escarmiento”.

 

El camino de las Ninfas

le indicaron las hermanas

que se guardaban tres cosas

a Perseo necesarias:

 

el kibisis, un zurrón

que aquel muchacho anhelaba;

el casco de Hades-Plutón

que era de virtud notada

 

pues invisible había

a aquellos que lo llevaban

y a esto se añade un par

de zapatillas aladas.

 

Todo esto se lo entregaron

mientras Hermes nos lo armaba

con una hoz muy cortante

en duro acero forjada.

 

Pertrechado de esta guisa,

junto a las Gorgonas marcha,

mas como fue muy temprano

aún estaban acostadas.

 

De las tres, tan sólo a una

podía el héroe matarla:

a la llamada Medusa,

esa que petrificaba


 

 

con solo fijar sus ojos,

con echar una mirada

al que tuviera delante

mirándola cara a cara.

 

Perseo se echó a volar

con sus sandalias aladas

y, mientras veía a Medusa,

como imagen reflejada

 

en aquel bruñido escudo

que Atenea le prestara

para ver a la Gorgona

sin recibir su mirada.

 

Y así, de un certero tajo,

cae la cabeza cortada

de la que salen al punto

dos monstruos de grande fama:

 

Crisaor, aquel gigante,

que espada de oro portaba

y Pegaso, aquel corcel

que por los aires volaba.

 

Euríale más Esteno,

las inmortales hermanas,

salen en pos de Perseo

mas en ningún sitio lo hayan.

 

Pues gracias al casco de Hades

por invisible pasaba

y andaba por do quería

y por donde le petaba.

 

Después se marchó Perseo

hasta las tierras de Atlas

allí donde el gigantón

se guardaba las manzanas.


 

 

Éste que lo vio llegar

muy presto se maliciaba

quién sidra quería hacer

de las manzanas doradas.

 

Mas Perseo del zurrón,

do la llevaba guardada,

saca la cabeza aquella

que a Medusa le cortara.

 

Y, al verla, el pobre gigante

se nos convierte en montaña

que ahora es de alpinistas

una región frecuentada

 

Andrómeda

 

Volando que iba Perseo

por las tierras de Etiopia

y en esto que ve a una moza

a los dioses ofrecida;

 

atada a una piedra dura

con cadenas que la herían;

allí esperaba la pobre

ser por un monstruo comida.

 

Parándose el buen Perseo,

 la triste chica le explica

que está pagando las culpas

de unas palabras mal dichas

 

pues Casiopea, la madre,

se jactó y dijo un día

que más hermosa que era ella

hembra jamás fue nacida.

 

Y entonces el buen Perseo

se apiadó de aquella chica

y a Cefeo, que era el padre,

Clara promesa le hacía:

 

“Si yo te libero a Andrómeda,

¿tú a cambio me darías

su mano de tierna esposa

y trocar tanta desdicha?”

 

“Acedo, valiente joven,

pues;  sea tuya esta mi hija

y que me des muchos nietos

yo también te pediría”

 

En oyendo esto Perseo

contra el monstruo se perfila

y de estocada certera

en la mar rueda sin vida.

 

Bodas

 

¡Qué felices que eran todos

invitados a las bodas

de aquel valiente muchacho

con la chica de la roca!

 

Mas hete aquí que  su tío

diz que esta acción le provoca

pues le estaba prometido

el casarse con Andrómeda

 

y que ahora venga este niño

a levantarle la novia

es cosa que no resiste

pues le está tocando la honra.

 

Y, con muchos partidarios,

dispuesto está a montar bronca

y llevarse a la chica

y convertirla en su esposa.

 

Viendo Perseo que el tío

no amenazaba de broma

y que ya lo rodeaban

con intención belicosa,

 

echando mano a su espada

a su hueste la convoca

mas ve que son minoría

frente a aquella magna tropa.

 

Entonces no se lo piensa

y echando mano a la bolsa

saca la horrible cabeza

y a todos convierte en roca.

 

Libre de tío tan plasta,

a la chica hace su esposa

y siete hijos de paso

que consumaron su boda.

 

Muy feliz en esa tierra

el buen Perseo vivía,

mas no podía olvidarse

de la su madre querida

 

que, refugiada en un templo,

con Dictis por mano amiga

de aquel crüel Polidectes

sin cesar se defendía.

 


 

Pensó en volver a Sérifos

y a su madre hacer justicia

y, sin dudarlo un momento,

pone su rumbo a la isla.

 

Y cortés que era el muchacho,

ante la corte reunida,

saludó con buenas formas

y les deseó un buen día.

 

Y en sacando de la bolsa

la cabeza medusina,

a todos dejó de piedra

en la mesa concurrida.

 

Entonces fue que Perseo

se nos puso a hacer justicia:

Dictis que sea el monarca

de la tierra serifina.

 

Después cogió sus regalos

-que ya falta no le hacían-

y devolvió a cada uno

lo que prestado le había.

 

A Hermes le dio sus sandalias:

casco y zurrón, de seguida

devolvió al triste Hades

que en flaca mansión vivía;

 

la cabeza de Medusa,

que en la bolsa siempre iba,

le fue entregada a Atenea

que en su escudo la pondría.

 

 

Después de tanta aventura,

cansado estaba Perseo

y pensó en volver a Argos

donde moraba su abuelo.


 

 

Y a sí se fue con Andrómeda

y Dánae de regreso

anunciando su llegada

por medio de un mensajero.

 

El su abuelo que esto escucha,

que está de vuelta su nieto,

a Larisa que se marcha

poniendo tierra por medio.

 

Mas estando allí aburrido,

se marchó a ver unos juegos

y en la grada contemplaba

los saltos y lanzamientos.

 

Sale un joven a la pista ,

pues juega en aquel evento,

y lanza su   disco con fuerza

que sube buscando el cielo.

 

Mas hete aquí que ya baja,

que ya va bajando presto,

que se acerca al graderío

fiel a su rumbo concreto

 

y que en un hombre sentado

hace su seguro puerto

y le parte en dos la cabeza

a aquel pobrecito viejo

 

que resulta que era Acrisio

que de Perseo es abuelo

y que ha cumplido el oráculo

sin comerlo ni beberlo.

 

Con esta grande desgracia

no quiso más aquel reino

y, hablando con Megapentes,

llegaron a este acuerdo:


 

 

Que aquél fuera soberano

en el reino de Perseo

y que éste fuera a Tirinto

a gobernar en su puerto.

 

Y hasta aquí llega señores

el romance que os cuento;

que os haya gustado espera

el juglar que lo ha compuesto.

PATRO, LA DE CHAMBERÍ

 


Hoy se cumplen dieciséis años de la muerte de mi abuela Patro, tantas veces citada en este blog, que murió un veintitrés de diciembre porque le dio la gana, porque los de Chamberí se mueren dónde, cómo y cuándo quieren, más o menos como nacen los de Bilbao. Nadie puede alegar un pedigree más chamberilero pues naciste en la calle de San Bernardo, viviste en Fernández de los Ríos y pasaste la guerra en la calle del Castillo, casi en la esquina de Raimundo Lulio que es como llaman los de Chamberí a Ramón Llull. En tu juventud, ibas a la kermés de la plaza de los Chisperos o a la del solar que más tarde ocuparía el mercado de Alonso Cano adonde tantas veces fui contigo a comprar. Durante la guerra (la puta guerra), dejabas la kermés con tu  hermana Carmen para ir a ver si estaba tu padre entre los muertos que gentes sin alma iban amontonando en el conocido como “campo de las calaveras” que después fue el estadio Vallehermoso y ahora me dicen que son pisos. Patro era un ciclón de la naturaleza que le paraba los pies a todo bicho viviente: a un cartero que se quiso propasar y se llevó un par de “yoyas”;  a una señora que se quiso colar en el puesto de Julio, el frutero del mercado;   a un carterista que le quiso robar el bolso sin saber que a una de Chamberí no se la toca o, para no alargarme en demasía, a un portugués que  quiso ocupar el sitio que ella me guardaba,  en el centro de Vila Real,  para que yo aparcara ese Clío que todavía anda lozano por la estepa castellana. Dotada de una inteligencia natural, no pudo estudiar más que hasta los doce años que fue cuando su padre la puso a trabajar en la imprenta que regentaba. Eran otros tiempos y Patro había ido a un colegio, cerca del Homeopático de San José, en Eloy Gonzalo,   a estudiar las cuatro reglas y a que le enseñaran "sus labores" para lo que llevaban - aquellas niñas de los años veinte- , metidito en una bolsa, un pucherito de porcelana. Pero aquel padre también la llevaba a los estrenos de las zarzuelas y a ver a la Xirgu y así Patro vio algunos estrenos de Lorca en Madrid. Ahora comprenderéis por qué mi afición desmedida por Lorca y su teatro: por los recuerdos de aquellas noches lorquinas en el Madrid de los treinta de las que tanto me contaba.

Vivir con ella me enseñó que a los problemas hay que plantarles cara con decisión, que no valen las medias tintas, que a la vida hay que echarle redaños porque si no, como a los camarones, te lleva la corriente.

Cuando se cansó de estar por este mundo, se marchó al Chamberí celeste para encontrarse con su Luis, al que había conocido en el Campo del Moro, con su padre, con su hermana Carmen y con su hermano Antonio. Allí seguirán hablando de los veranos en Titulcia, en aquel viejo molino en donde desayunaban tomate con pan y de aquel arroyo en donde iban a lavar la ropita de las muñecas. Un día, en aquel verano del 36, vieron a su padre venir en un burro desde la estación de Ciempozuelos y cruzar el puente de hierro sobre el Tajuña. Les extrañó tanto que fueron corriendo a buscarle y el pobre José María, lleno de rozaduras por el viaje asnal, les contó que había empezado la guerra, la puta guerra de la que todavía seguimos hablando como si el tiempo se hubiera detenido en aquel puente de hierro que unía el infierno de las bombas con el paraíso del río y el molino.

         Hoy hace ya dieciséis años que te fuiste, pero no porque te lo mandaran, sino – como ya he dicho antes-, porque te dio la real gana, porque a ti, que habías ido con tu padre a ver cómo se proclamaba la República en la Puerta del Sol, que habías escuchado, forzada por una vecina que era “chivata” del PCE, a la Pasionaria y que habías oído decir al general  Miaja por la radio  que “ no pasaba nada y que, si pasaba, no importaba”, nadie te daba órdenes; porque con tu dialéctica parda habrías parado en seco a esa chica que dice que es de Chamberí y a la que los madrileños, que nunca confiesan que la votan, le acaban regalando la presidencia de la Comunidad.

         Sé con certeza y os aviso a todos porque sé que puede eso y más,  que el día que se le ponga entre ceja y ceja, se vuelve al Chamberí terrenal y pone un poco de orden en este caos que es esta España llena de aprovechados que en un bando y en el otro hacen el agosto llenándose la boca y el bolsillo con el pobre pueblo. Ya no quedan chamberileras de verdad y estás haciendo mucha falta, Patrito, para decirle cuatro cosas al lucero del alba. No tardes que esto va  a peor.

LA BLANDA Y DULCE GUERRA DEL POLVORÓN

 


Este año he descubierto los polvorones Carlos I y, después de llevar muchos años haciendo loa y alabanza de los de Felipe II, me he dicho que debería comprar unos cuantos para comprobar la calidad (y antigüedad) que los fabricantes alegan en sus respectivas páginas web. Puestos  a la tarea, se ve como los más   lo curioso es que ambos alegan ser de gran antigüedad y  merece la pena leer cómo argumentan uno y otro su “estirpe regia”.

         Los de Carlos I argumentan que el Emperador se llevaba un buen acopio de polvorones que repartía como alimento a sus oficiales antes del combate y también como premio después de la batalla.  Item más, que, cuando Carlos I se retiró a Yuste, se llevó la fórmula de los polvorones y eran los monjes Jerónimos los que se los preparaban. La receta queda en los Jerónimos pero – no lo explican los del polvorón Carlos I de ninguna manera-, pasó a otras órdenes religiosas. Así fue como llegó, hacia 1780, al convento de Santa Clara de Estepa (Sevilla) y, del convento, pasó a algunas familias como la que , a mediados del siglo XIX, formaban Eusebio Olmedo Galán y Dolores Barrionuevo Lara que rescatan – tampoco nos dicen cómo, se supone que del obrador de las clarisas-, la receta original de Carlos I

         A su vez los de Felipe II, que son alaveses, dicen que el polvorón Felipe II ya lo degustaba el rey en El Escorial. Ya, me diréis, pero Carlos I va antes de Felipe II pues normal es que los padres precedan a sus hijos y no al  revés. ¿Cómo ganar esta blanda guerra del polvorón? Pues diciendo que “el origen del polvorón Felipe II se remonta, posiblemente, a tiempos de la Reconquista. (El resaltado en negrita es mío) Es decir, que ya en siglos anteriores al XVI, supuesto origen del de Carlos I, se tomaban estos polvorones. Es más, aseguran en su página web que “se tomaban antes del Descubrimiento de América”. Por si fuera poco, los vitorianos recurren a las “autoridades” y citan, ni más ni menos,  que a José María Pemán, el cual en su libro “Felipe II en el Escorial” define a los polvorones como “buque insignia” de la repostería y como apoteosis de la confitería. En fin, citar como  autoridad, en estos tiempos que corren,  a Pemán me parece un tanto suicida y no descarto que, por memoria histórica, les hagan abjurar de tan monárquica y franquista autoridad. Pero no contentos con esto, siguen los de Gasteiz:

“Existen referencias literarias y tradiciones que muy posiblemente recogen que este mantecado era el suculento manjar que ofreció en señalada ocasión el Conde de Benavente a su Señor Don Felipe II "El Rey más famoso de las Españas" y a su augusta esposa Isabel de Valois (el Gran Amor de Felipe II).

Después, en un salto de casi cuatro siglos, dicen lo siguiente:

“Y así se presenta, ya en los albores del siglo XX, a la Exposición Internacional de Madrid de 1903. Es allí donde alcanza el preciado premio de la "Medalla de Oro" junto con Diploma de Honor de 1ª clase”.

         Y como buenos vascos, se cogieron y se fueron a la oficina de patentes y marcas del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo y lo registraron. Fue el primer polvorón registrado y el más antiguo de los que se producen hoy en España.

         Los alaveses aducen además numerosos premios que reciben desde que los empezaron a producir y que están a disposición de quien los quiera ver en su página web.

         Lo que en verdad no se explica es cómo la receta llegó hasta Blancanieves Tejedor que es la que, a día de hoy, los produce en su fábrica vitoriana y cómo los fabricaron sus antepasados desde hace más de un siglo.

         Querido lector: ¿quién tiene la razón en esta guerra? Si nos atenemos a las pruebas legales, doña Blancanieves tiene pruebas fehacientes de la antigüedad de los polvorones desde finales del XIX, pero ni uno ni otro combatiente pueden aportar pruebas de que sus polvorones ( o al menos, esa fórmula que utilizan) fueran comidos o vendidos en la Reconquista (Felipe II) o consumidos en las batallas por las huestes de Carlos I (polvorones del ídem).

 

 

         Un servidor va a echar su cuarto a espadas y, tras probar uno y otro, les da la máxima nota a los de la vitoriana Blancanieves Tejedor. El tostado de la harina es exquisito, el toque de canela el justo, no están saturados de manteca y su firmeza que no destierra la blandura en el mordisco, proverbial. Para mí, los polvorones Felipe II, son los mejores de España, lo diga el autor de El divino impaciente” o su porquero, que me da igual.

         Me queda otra duda. ¿Comieron los Siete Enanitos del cuento estos polvorones cuando Blancanieves entró en su casa? No os puedo decir, pero lo que sí os digo es que, en esta Navidad que llega, si podéis, os comáis uno. Seguro que me daréis la razón.