viernes, 23 de diciembre de 2022

LA BLANDA Y DULCE GUERRA DEL POLVORÓN

 


Este año he descubierto los polvorones Carlos I y, después de llevar muchos años haciendo loa y alabanza de los de Felipe II, me he dicho que debería comprar unos cuantos para comprobar la calidad (y antigüedad) que los fabricantes alegan en sus respectivas páginas web. Puestos  a la tarea, se ve como los más   lo curioso es que ambos alegan ser de gran antigüedad y  merece la pena leer cómo argumentan uno y otro su “estirpe regia”.

         Los de Carlos I argumentan que el Emperador se llevaba un buen acopio de polvorones que repartía como alimento a sus oficiales antes del combate y también como premio después de la batalla.  Item más, que, cuando Carlos I se retiró a Yuste, se llevó la fórmula de los polvorones y eran los monjes Jerónimos los que se los preparaban. La receta queda en los Jerónimos pero – no lo explican los del polvorón Carlos I de ninguna manera-, pasó a otras órdenes religiosas. Así fue como llegó, hacia 1780, al convento de Santa Clara de Estepa (Sevilla) y, del convento, pasó a algunas familias como la que , a mediados del siglo XIX, formaban Eusebio Olmedo Galán y Dolores Barrionuevo Lara que rescatan – tampoco nos dicen cómo, se supone que del obrador de las clarisas-, la receta original de Carlos I

         A su vez los de Felipe II, que son alaveses, dicen que el polvorón Felipe II ya lo degustaba el rey en El Escorial. Ya, me diréis, pero Carlos I va antes de Felipe II pues normal es que los padres precedan a sus hijos y no al  revés. ¿Cómo ganar esta blanda guerra del polvorón? Pues diciendo que “el origen del polvorón Felipe II se remonta, posiblemente, a tiempos de la Reconquista. (El resaltado en negrita es mío) Es decir, que ya en siglos anteriores al XVI, supuesto origen del de Carlos I, se tomaban estos polvorones. Es más, aseguran en su página web que “se tomaban antes del Descubrimiento de América”. Por si fuera poco, los vitorianos recurren a las “autoridades” y citan, ni más ni menos,  que a José María Pemán, el cual en su libro “Felipe II en el Escorial” define a los polvorones como “buque insignia” de la repostería y como apoteosis de la confitería. En fin, citar como  autoridad, en estos tiempos que corren,  a Pemán me parece un tanto suicida y no descarto que, por memoria histórica, les hagan abjurar de tan monárquica y franquista autoridad. Pero no contentos con esto, siguen los de Gasteiz:

“Existen referencias literarias y tradiciones que muy posiblemente recogen que este mantecado era el suculento manjar que ofreció en señalada ocasión el Conde de Benavente a su Señor Don Felipe II "El Rey más famoso de las Españas" y a su augusta esposa Isabel de Valois (el Gran Amor de Felipe II).

Después, en un salto de casi cuatro siglos, dicen lo siguiente:

“Y así se presenta, ya en los albores del siglo XX, a la Exposición Internacional de Madrid de 1903. Es allí donde alcanza el preciado premio de la "Medalla de Oro" junto con Diploma de Honor de 1ª clase”.

         Y como buenos vascos, se cogieron y se fueron a la oficina de patentes y marcas del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo y lo registraron. Fue el primer polvorón registrado y el más antiguo de los que se producen hoy en España.

         Los alaveses aducen además numerosos premios que reciben desde que los empezaron a producir y que están a disposición de quien los quiera ver en su página web.

         Lo que en verdad no se explica es cómo la receta llegó hasta Blancanieves Tejedor que es la que, a día de hoy, los produce en su fábrica vitoriana y cómo los fabricaron sus antepasados desde hace más de un siglo.

         Querido lector: ¿quién tiene la razón en esta guerra? Si nos atenemos a las pruebas legales, doña Blancanieves tiene pruebas fehacientes de la antigüedad de los polvorones desde finales del XIX, pero ni uno ni otro combatiente pueden aportar pruebas de que sus polvorones ( o al menos, esa fórmula que utilizan) fueran comidos o vendidos en la Reconquista (Felipe II) o consumidos en las batallas por las huestes de Carlos I (polvorones del ídem).

 

 

         Un servidor va a echar su cuarto a espadas y, tras probar uno y otro, les da la máxima nota a los de la vitoriana Blancanieves Tejedor. El tostado de la harina es exquisito, el toque de canela el justo, no están saturados de manteca y su firmeza que no destierra la blandura en el mordisco, proverbial. Para mí, los polvorones Felipe II, son los mejores de España, lo diga el autor de El divino impaciente” o su porquero, que me da igual.

         Me queda otra duda. ¿Comieron los Siete Enanitos del cuento estos polvorones cuando Blancanieves entró en su casa? No os puedo decir, pero lo que sí os digo es que, en esta Navidad que llega, si podéis, os comáis uno. Seguro que me daréis la razón.

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