martes, 6 de diciembre de 2022

EL JARDÍN DE LA ESTACIÓN

 


¡Cuánto me gustaban de pequeño los pequeños jardines de las estaciones del tren que guardaban un nos sé qué de melancólico como si la hija del jefe de estación cultivara esas flores para un amor que nunca iba a llegar! Aquellos jardines en Navalperal de Pinares, Las Navas del Marqués o La Cañada que desafiaban al frío abulense con tres o cuatro rosas, unos lirios lorquianos que se batían como espadas y algunos claveles chinos que ofrecían su color naranja con la insistencia de un niño, son parte de aquellos viajes en tren de mi remota infancia.  Por cierto, en Navalperal, había unas figuras, hechas en forja, de don Quijote y de Sancho Panza, uno con su seriedad caballeresca, el otro con su socarronería campesina que quizás hubiera forjado algún trabajador versado en las artes de Vulcano. Aquellos horti infimi tenían a veces cerca un huerto que daba el contrapunto utilitario  a la modesta belleza del jardín y que, todo hay que decirlo, no me gustaban mucho porque me parecía que le restaban poesía a aquellos jardines misteriosos, melancólicos y tiernos.

         Cuando me jubile, me iré a cuidar de algún pequeño jardín en alguna estación solitaria y, en ella, al solillo del invierno, leeré a don Pedro Soto de Rojas que tanto sabía de jardines y de aguas quietas en las que la luna se mira cada noche porque cuidaba su carmen en Granada. Ya voy a ir eligiendo la estación, amigos míos, y os daré señas en este blog para que me alabéis o denostéis mi humilde hortus infimus.

No hay comentarios:

Publicar un comentario