sábado, 28 de marzo de 2015

LA ESFINGE MARAGATA




No se podía imaginar esa señorita coruñesa oriunda de la Maragatería que ese poeta llamado Remigio Terán que subió en la estación de San Pedro de Oza llegaría a ser tan importante en su vida. Florinda se llama la muchacha y va con su tía al pueblo maragato de Valdecruces , (el nombre lo dice todo)trasunto de Castrillo de Polvazares, pues su padre ha emigrado a América para poder remediar la situación familiar que ya anteriormente ha intentado cambiar el tío Isidro, sin suerte por una desgraciada enfermedad. En el pueblo se encuentra con esas mujeres maragatas que, con los maridos emigrados y que regresan, si pueden, una vez al año, viven como auténticas esfinges. Pero las deudas aprietan cada vez más a la familia Salvadores y la única salvación es que Mariflor, que así se llama ahora Florinda en el pueblo de su padre, se case con su primo Antonio, rico comerciante en Valladolid. Pero Mariflor quiere al poeta y desprecia al primo Antonio. Sin embargo, las deudas y las hipotecas urgen una decisión rápida. Obviamente, no os voy a decir cuál es la decisión de Mariflor, pero tan sólo os aventuro que entre la familia y el amor, elegirá la salvación de la familia. Creo que, sin querer, os lo he dicho todo. La novela está maravillosamente escrita, con una prosa que se acerca mucho a la poesía:

         Un devoto murmullo acarició los compungidos semblantes de las mozas, que llegaban a Valdecruces cuando ya, en precoz anochecer, moría la tarde malherida de nieve.

         La prosa de Concha Espina está trufada de palabras del dialecto maragato y la elegancia de su estilo encandila al lector. La podéis encontrar, como siempre, en “mi” colección Austral con el número 1230. Disfrutadla que merece la pena.

ABDÍAS, EL JUDÍO DE ADALBERT STIFTER





Que Manuel Cambronero es un culto librero es algo bien sabido por los vallisoletanos aficionados a la lectura y que una visita a Margen equivale a una clase de Literatura Universal es algo que tenemos la suerte de disfrutar sus amigos cada vez que nos llegamos hasta la librería de la calle Enrique IV. El otro día, con motivo de haberle encargado Enrique el verde, de Keller, me dio una de estas clases magistrales de saber literario y me recomendó a Adalbert Stifter del que, mea culpa, no sabía nada. Me recomendó sabiamente empezar por las obras breves que ha tenido el buen gusto de editar Nórdica y me llevé para casa a Abdías, una nouvelle un tanto oscura en su “mensaje”. Es la historia de un judío, Abdías, trasunto de Job. Ambos aguantan y soportan un dolor irracional, un dolor sin culpa pues Job sufre por una apuesta entre Yavé y el diablo y Abdías sufre siendo una buena y piadosa persona. Sin embargo, Job, al final de la prueba a la que el demonio le somete con el beneplácito de Dios, ve multiplicados sus bienes, pero Abdías no tiene un final feliz. Privado de su hija que había recuperado la vista por un rayo y que por otro rayo muere, Abdías la sobrevive otros treinta años con su triste destino, pero, eso sí, sigue siendo un judío piadoso. Repito que el tema me parece algo retorcido u sobre todo quita la esperanza y pone en duda la misericordia y la providencia de Dios. No sé, de verdad, qué nos quiere decir Stiften, hombre ilustrado y , por tanto, seguidor de la razón que, como bien ve Goya, en ocasiones produce monstruos. Entre el pobre Abdías callado ante las desgracias y Job que ante el infortunio se encara con Yavé hasta que éste le “convence” de que nada sabe el hombre sobre la providencia divina, (acordaos de cuando Yavé le dice que dónde estaba él cuando estaba creando el mundo y poniendo límites a los mares) me quedo con este último. Quizás por simple familiaridad.

SENTADO EN LAS LETRINAS DEL HOTEL RITZ


Otra vez estoy a vueltas con Lêdo Ivo, ese gran poeta brasileño que se nos fue en Sevilla – hay que ser poeta hasta para elegir el sitio para morir- en diciembre de 2012. Había venido a España con su hijo Gonzalo y la muerte lo sorprendió en las calles sevillanas, entre el olor a azahar de los naranjos.  Como Ivo fue poeta hasta su muerte, nos dejó este libro póstumo, Relámpago, que es, y perdón por el chiste malo, con toda seguridad, su último libro. Pero en él, Lêdo Ivo nos deja su perfume, sus poemas que tienen un marchamo de calidad de poesía y de preocupación por el otro que sufre. Ya hemos hablado del poema aquel de los pobres en la estación de autobús y de tantos poemas en que Ivo se marchaba, como el Papa Francisco, hasta las periferias del mundo para encontrarse con los desheredados, con los parias. Gran poeta este brasileño del que hace una cuidada edición Martín López-Vega, poeta también él mismo, tanto en castellano como en bable, y nacido en la bella localidad de Poo de Llanes. Para mí, su lectura resultó fundamental. Por eso os lo recomiendo como lectura para estas vacaciones de Semana Santa y os dejo este poema de su libro Aurora:

Soneto de las estrellas

SENTADO en la letrina del hotel Ritz
pienso en los pobres y en los desvalidos.
Qué cruel es el mundo, dividido
entre quienes nada tienen y quienes tienen todo.

Fulgor de cinco estrellas -y la mortecina
vida de mierda sin ninguna estrella.
Duele en mí el misterio de la injusticia,
herida que nunca cicatriza.

Imagino una aurora repentina,
la ruidosa descarga de agua pura
que restaura la blancura en las letrinas.

Que florezca en el mundo un alborada
-hormiguero de luz, nube bermeja-
y corrija la injusticia de las estrellas.


 

EL SEÑOR SOMMER Y LA MUERTE




Leí hace tiempo en Suances el libro de Patrick Süskind El contrabajo y me quedó un regusto a libro divertido que aún me dura. ¡Qué peripecias las de ese pobre contrabajista con el contrabajo en su casa que parece que le vigila en todo momento! Sin embargo y pese a esta buena impresión, no había vuelto a leer a Süskind. Pero el otro día, hablando con Francisco Hernández Ovejero, culto compañero del Instituto, me refirió lo interesante que era el libro La historia del señor Sommer, de Süskind también,  y me puse a ello.  El libro me ha parecido fantástico porque va contando historias de la infancia llenas de gracia (su cita con Carolina Kückelmann o la hilarante historia del moco de la señora Funkel en la tecla de fa sostenido, una de las mejores historias que he leído nunca) con la marcha perpetua del señor Sommer que cruza de manera transversal todo el libro. Sommer evita el suicidio del protagonista después del episodio del moco y un buen día Sommer se suicida en el lago. Nadie sabía por qué andaba y pensaba que era por claustrofobia, pero la realidad era muy otra: andaba y andaba para huir de la muerte. Pero no sabía Sommer que la muerte, como dice el viejo cuento, siempre nos espera en Samarcanda o, sin ir más lejos, en cualquier lugar.

DEL EBRO AL TÍBER



He terminado, con la lectura de Del Ebro al Tíber,  obra de Amós de Escalante. Tan sólo me falta leer el estudio que sobre este escritor santanderino escribió el gran polígrafo montañés que fue don Marcelino Menéndez Pelayo. Con cada una de sus obras he disfrutado y con cada obra he descubierto al hombre culto y al buen escritor que, por razones curiosas, firmaba como Juan García. Salvo ese detalle mínimo, el firmar con un seudónimo que parecía un nombre real y abandonar el nombre real que parece un seudónimo, nada de malo se puede encontrar en la obra de este cántabro de bien. Escalante cultivó la poesía, el ensayo, la novela, los relatos de viajes y, sobre todo, el amor a Cantabria y a España. Si no lo habéis leído, os lo recomiendo. Ya no queda gente que, al pasar por Córdoba, se acuerde de Séneca o que, al pasar por Saboya, se acuerde de Xavier de Maistre con sus viajes por la habitación y con esa narración emocionante que es El leproso de la ciudad de Aosta de la que os hablaré en breve. Los lectores de don Amós deberíamos hacer una sociedad secreta para difundir su lectura, pero quizás no merezca la pena cuando el tiempo entre costuras pasa por muchos españoles que cada día son más incapaces de degustar el buen jamón y se conforman con los de plástico.

 

XAVIER DE MAISTRE




He retomado la lectura de Xavier de Maistre, el autor saboyano hermano de Joseph de Maistre, el escritor de Las veladas de San Petersburgo, llevado de la mano de Amós de Escalante que en su viaje del Ebro al Tíber hace mención de él como uno de sus escritores de culto. Además de este segundo viaje alrededor de su habitación que lleva por título Viaje nocturno alrededor de mi habitación y que es, a diferencia del primero, un libro más filosófico, nos regala en este tomo de la maravillosa Colección Austral una pequeña joya de la que también gustaba don Amós y que lleva por título El leproso de la ciudad de Aosta. Si nunca habéis leído este breve relato cargado de emoción, os lo recomiendo. Finalmente, cierra el volumen Los prisioneros del Cáucaso, historia de supervivencia en la guerra  entre rusos y georgianos; ya veis, pasa el tiempo, pero siguen las mismas guerras.    Merece la pena la lectura de este autor saboyano del que también hablaba Santiago Ramón y Cajal cuando hacía mención a sus lecturas. Fue muy leído en el XIX y a comienzos del XX, pero en nuestros días es rara avis. No os lo perdáis. Por cierto, que para mayo se llega a Valladolid otro Xavier de Maistre,  gran arpista francés. Si es familia o no de este escritor saboyano es algo que quizás le pregunte. Ya veremos.

 

¿CHACOLÍ EN CANTABRIA?




Siempre que se habla de chacolí, nos trasladamos mentalmente a Vizcaya y nos vemos tomando un chiquito en el Botxo. Y esto es tan así que nos parece mentira que pueda haber chacolí fuera de Vizcaya y de Baquio, el lugar de donde, según la tradición, es el mejor chacolí. Por eso, habrá personas que se extrañaran si digo que en Cantabria se ha tomado chacolí desde siempre y que así lo recoge Amós de Escalante, el gran escritor cántabro en su obra Costas y Montañas, hablando del chacolí de Limpias:

No hace muchos años que en toda la comarca montañesa daban su nombre de chacolí no sólo a la tienda y lugar donde se vendía, sino a todo paraje de huelga, baile y bureo.

Pero también es de notar que el chacolí se produce en los valles burgaleses de Mena, en el de Tobalina, en el de Las Caderechas y en Miranda de Ebro y su alfoz.

Y cuento esto porque en 2010, el Gobierno Vasco decidió solicitar que el chacolí fuera vino con denominación exclusiva en el País Vasco lo que provocó las iras justificadas de los cántabros, cuya producción de chacolí se remonta al siglo XIII según Fernando barreda en su libro El chacolí santaderino desde los siglos XIII al XIX,  y de los habitantes de Miranda que tienen incluso una calle dedicada al chacolí en su barrio de Bardauri.

Por tanto, espero que después de estas argumentaciones, cuando pensemos en el exquisito chacolí no pensemos tan sólo en el del País Vasco, sino que pensemos también, por justicia, en el cántabro y en el burgalés que son tan históricos como el de Vizcaya o Guipúzcoa.