domingo, 24 de noviembre de 2013

COJONES DUROS



         Hace años que sigo a Carlos Marzal, un discípulo de ese gran poeta que es Francisco Brines. Me gusta la poesía de Marzal que tiene un aroma a buena poesía, a poesía necesaria. Hace años estuvo en Cuéllar y leyó sus poemas en el IES “Marqués de Lozoya”. Allí estaba mi buen amigo Miguel Cubero para deleitarse con sus poemas. Un servidor aún no había llegado a aquel edificio al que más adelante llamé en este blog “la casa muerta”. En estos días en que ya parece que huele a Navidad, he leído Fuera de mí, un poemario que recibió el premio Loewe en el 2004. Por cierto, que en ese premio estaba de jurado el incombustible Jaime Siles del que ha poco hablé aquí. A Miguel Ángel Cubero le gustaba mucho este poema; a mí también.
 

No bastan las veleidades, las furias y los sueños;
se necesita algo más: cojones duros.

                                                     C.P.

El extraño artilugio de un poema
es una imperturbable realidad
que soporta flemática, sin daño,
cualquier definición.

                                  Es una joya
que resplandece en sus palabras justas,
las ágatas pulidas de una lengua.
Un silogismo para concebir
el hecho inconcebible de estar vivo.
Un camarada fiel que cobijamos
y en la noche del alma nos cobija,
Una semicorchea en el concierto
que interpretan los astros infinitos.

          Y es una forma rara de aventura
que nos conduce hasta un país insólito:
esa estepa glacial de la emoción.

Para viajar allí, donde el poema,
un escritor requiere algunos víveres:
cierto devoto amor por los difuntos,
cierto olfato verbal, cierto talento,
cierta ebanistería del oficio,
cierto dios sabe qué de inexplicable.

            Y en especial tener cojones duros,
para no sentir miedo de perderse,
para el delirio de apostar con fe,
para adentrase solo en tierra extraña,
para el forzoso puerto del fracaso.

Una fuerza moral.
                          Consiste en eso:
una fuerza moral contra el destino.

 

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