sábado, 9 de noviembre de 2013

HISTORIA DEL CORAZÓN





 
 
         Si hay un libro que tengo en el corazón – y valga la redundancia – es Historia del corazón de Vicente Aleixandre, ese gran poeta sevillano del que parece que nos hemos olvidado. Lo compré en la librería González de Santiago de Compostela por la módica cantidad de cien pesetas, 0,60€ para los que no se manejan en la moneda antigua de España, y estaba en un montón en un hueco de una ventana. Qué pena que Aleixandre ya no esté entre los elegidos, pero el mundo poético es así. Recuerdo también que en COU nos mandaron leer Espadas como labios y no entendí nada: normal para un chaval de diecisiete años, pero ,luego, aquellos versos que están aún grabados en una piedra de Navarrulaque, me llegaron al corazón. Son de Sombra del paraíso, otro libro de culto, y rezan así:
" Sobre está cima solitaria os miro
campos que nunca volveréis por mis ojos
Piedra de sol inmensa, eterno mundo
y el ruiseñor tan débil que en su borde lo hechiza."
Pero, claro, estamos en otoño y no podían faltar estos versos de “mi” Historia del Corazón:
Nacimiento del amor

¿Cómo nació el amor? fue ya en otoño.
Maduro el mundo,
no te aguardaba ya. Llegaste alegre,
ligeramente rubia, resbalando en lo blando
del tiempo. Y te miré. ¡Qué hermosa
me pareciste aún, sonriente, vívida,
frente a la luna aún niña, prematura en la tarde,
sin luz, graciosa en aires dorados; como tú,
que llegabas sobre el azul, sin beso,
pero con dientes claros, con impaciente amor!

Te miré. La tristeza
se encogía a lo lejos, llena de paños largos,
como un poniente graso que sus ondas retira.
Casi una lluvia fina  -¡el cielo azul!-  mojaba
tu frente nueva. ¡Amante, amante era el destino
de la luz! Tan dorada te miré que los soles
apenas se atrevían a insistir, a encenderse
por ti, de ti, a darte siempre
su pasión luminosa, ronda tierna
de soles que giraban en torno a ti, astro dulce,
en torno a un cuerpo casi transparente, gozoso,
que empapa luces húmedas, finales, de la tarde
y vierte, todavía matinal, sus auroras.

Eras tú, amor, destino, final amor luciente,
nacimiento penúltimo hacia la muerte acaso.
Pero no. Tú asomaste. ¿Eras ave, eras cuerpo,
alma solo? Ah, tu carne traslúcida
besaba como dos alas tibias,
como el aire que mueve un pecho respirando,
y sentí tus palabras, tu perfume,
y en el alma profunda, clarividente
diste fondo. Calado de ti hasta el tuétano de la luz,
sentí tristeza, tristeza del amor: amor es triste.
En mi alma nacía el día. Brillando
estaba de ti; tu alma en mí estaba.
Sentí dentro, en mi boca, el sabor a la aurora.
Mis ojos dieron su dorada verdad. sentí a los pájaros
en mi frente piar, ensordeciendo
mi corazón. Miré por dentro
los ramos, las cañadas luminosas, las alas variantes,
y un vuelo de plumajes de color, de encendidos
presentes me embriagó, mientras todo mi ser
                                                             a un mediodía,
raudo, loco, creciente se incendiaba
y mi sangre ruidosa se despeñaba en gozos
de amor, de luz, de plenitud, de espuma.

 
 

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