domingo, 21 de septiembre de 2014

EXALTATIO CRUCIS



Pasaron los años y, tal y como hemos dicho, una parte del madero santo quedó en Jerusalén. Constantino y su madre construyeron la Basílica del Santo Sepulcro para que la reliquia quedara guardada y para que los fieles le dieran culto. Recordemos que aún no habían llegado los musulmanes (quedaban tres siglos) hasta Tierra Santa. Sin embargo, no lo musulmanes, pero sí el rey persa Cosroes II llegó hasta Jerusalén, arrasó el templo y se llevó la Cruz que puso a sus pies como desprecio. Tras quince años de luchas, el emperador bizantino Heraclio venció a los persas y se trajo de nuevo la Cruz a Jerusalén, entrando en la ciudad santa en solemne procesión. Tan solemne la quiso hacer que él mismo quiso llevar la cruz y, para ello, se cargó de riquezas y de lujo. Sin embargo, era incapaz de levantarla ni un milímetro del suelo. Tuvo que despojarse de sus riquezas para poder levantarla y llevarla en procesional triunfo por las calles de Jerusalén. Este es el origen de la fiesta de la Exaltación de la Cruz que hemos celebrado el domingo pasado. Y de esa Cruz de Jerusalén, más adelante, vendrán los diferentes ligna crucis que hay repartidos en el mundo, entre ellos, como es lógico, el “nuestro” de Santo Toribio de Liébana. Y the end a esta historia que le hubiera agradado tanto a don Antonio Ruiz de Elvira.

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