lunes, 22 de febrero de 2021

EL CUIDADANO PABLO HASÉL

 


Es la primera y única vez que voy a hablar sobre Pablo Hasél. Vaya en primer lugar que jamás había oído hablar de él hasta que ha surgido esta polémica de la que se han aprovechado unos cuantos canallas para ponerse a quemar las calles. Tras leer algunas “letras” de este rapero, me gustaría decir que lo que escribe esa persona es algo que dista mucho de ser poesía, rap o expresión medianamente artística y que también dista mucho de hacer uso de la libertad de expresión a la que se agarra como un náufrago que se ha tirado él mismo del barco. Veamos el porqué.

         Para escribir poesía se requiere arte al igual que para cualquier otra expresión artística. Una pella de barro no es arte hasta que el alfarero no lo convierte en un objeto artístico; un trozo de mármol no es arte hasta que el escultor le da vida; un lienzo es una tela muerta hasta que el pintor no la llena de imágenes. Las palabras que suelta ese individuo son palabras tan brutas como el barro, como el mármol o como la tela, es decir, un flatus vocis, eso sí, lleno de una terrible mala leche y ofensivo para  personas que, como Miguel Ángel Blanco, murieron de un “valiente” tiro en la nuca.

         En referencia al concepto de libertad de expresión,  es necesario decir que  se refiere a expresar   argumentos que pueden ser, efectivamente, contrarios a nuestra manera de pensar y a la manera de pensar del gobierno de turno, pero que son  siempre respetuosos con el contrario. Decir “quiero clavarle un piolet a José Bono” no es libertad de expresión, sino un exabrupto, un regüeldo lingüístico lleno de odio, un eructo grosero y sin gracia  que retumba con dolor en los oídos bien nacidos.

         No le quiero escribir ni una palabra más a este personaje. El que unas ¿personas? salgan a la calle a defenderlo en nombre de una libertad de expresión mal entendida nos revela la situación indeseable a la que ha llegado la sociedad española que, a mi modo de ver, empieza a tomar puerto en un lugar de  no retorno porque, además de contenedores, han quemado las naves de la educación, de la urbanidad y del civismo. Que una sociedad se dedique a la defensa de un personaje de tan ínfimo calado, cuyo sitio no debería ser la cárcel – en eso estoy de acuerdo con los Echeniques-, sino un hospital mental en donde pudiera curarse de catatonia espiritual y mental, indica que esa sociedad está entrando en un terreno muy peligroso.

         Nunca la sociedad española había caído tan bajo aunque haya defensores de lo indefendible porque no se trata de que digan o no digan jueces “franquistas” que, por otra parte, tienen que estar como la momia de Tutankamón, sino de que nosotros tenemos que ser jueces y parte de la sociedad que queremos para nuestros hijos y para nuestros nietos: la de la convivencia o la de los contenedores ardiendo por las calles. Esa es la elección.

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