domingo, 26 de septiembre de 2021

EL MAESTRO DE LA DULZAINA LIBRADO ROGADO

Hace ya muchos años ( no es menester precisar cuántos) mi padre me llevó a la casa de Jonás Ordóñez, dulzainero de Laguna de Duero, para comprarme una dulzaina. Recuerdo aquella tarde de julio, la casa de Jonás y mi alegría. Era una sencilla dulzaina de tres llaves con la que estuve dando la lata algunos años. Luego, vino la de ocho con la que también destrocé los oídos de muchos sufridos vecinos. Mi abuelo Julio, para poner remedio a mi poca pericia, me dijo que conocía a un señor, que era guarda de FASA, y que trocaba muy bien la dulzaina y, un buen día, se lo llevó a su casa y aquel señor que trabajaba en FASA grabó una cinta entera de temas de dulzaina en aquel viejo cassette PHILIPS que abuelo Julio llevaba siempre encima como San Tarsicio la Sagrada Forma. Aquel hombre tocaba de maravilla, con una expresión, con una musicalidad como jamás había escuchado a ningún dulzainero. En sus manos, la dulzaina era un  instrumento lleno de expresión que te hacía llorar o te llenaba de alegría en las jotas y pasodobles. Aquella cinta la escuché mil veces y nunca me cansaba de escucharla porque yo quería tocar como aquel guarda que conocía mi abuelo Julio de tomar el café juntos. Al poco, supe que aquel sublime dulzainero se llamaba Librado Rogado, que era de Salamanca, que había sido músico militar y que una vida quizás con poca suerte (no conozco los detalles) le había llevado a estar en la FASA. Años más tarde, tuve la fortuna de disfrutar de su arte, cuando Librado ya navegaba por los ochenta, en el grupo folk Abrojo, ese grupo lagunero en el que canta Pedro Fraile Enjuto, primo de los Enjuto que son familia mía por parte de mi mujer. Pero volvamos a lo que interesa porque las cuestiones de familia nos alejan del tema y del dulzainero “divino”. Librado Rogado, - del que ni siquiera sé si vive o ha muerto-, tocaba con un gusto tan exquisito y con un estilo tan especial que se empezó a hablar del “estilo Librado” para intentar definir la máxima expresión en dulzaina. Aquel salmantino  me hizo ver cómo la dulzaina pudo ser en manos de grandes dulzainero un instrumento con el que se tocaban preludios de zarzuelas, pasodobles, boleros y hasta “música culta”, esa expresión que a mí, que tanto me gusta la música sin etiquetas,  tanto me repele pues las obras de mis querido compositores clásicos están llenas de temas populares.  Pero de eso ya no podemos tratar en esta entrada.

Nunca toqué bien, pero ponía empeño y, al final, aquí las tengo en casa, más o menos, como el arpa becqueriana. Alguna vez las sacó de la vieja caja que me hizo mi madre, echo un par de lágrimas por los recuerdos y las vuelvo a guardar. Antes, eso sí, he machacado a los vecinos de Boecillo con mi espantosa versión de algunas jotas. Que Deus me perdoe.



 

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