viernes, 23 de agosto de 2024

RÓMULO Y REMO

 


         Cuentan viejas historia que un antepasado mío llegó de Troya. Mucho sufrió aquel esforzado varón, muchos caminos de espuma recorrió siempre por un mar embravecido. En tierras de Cartago, tuvo que dejar – así es el destino – a aquella mujer que lo amaba de veras y ver, a lo lejos, la pira humeante de Dido. Ya en tierras de Italia, remontó el Tíber hasta el lugar donde moraba el dios Saturno, al que Jano, rey del Lacio, recibió tras intentar matar a su hijo Júpiter y perder el imperio del cielo. Un descendiente de Saturno, Latino, le ofreció la mano de su hija Lavinia prometida a por su padre a Turno, rey de los Rútulos, que no sufrió en su corazón que su futuro suegro entregara a la muchacha que iba a ser su esposa a un advenedizo tan sólo porque los adivinos habían aconsejado que entregara la mano de su hija a un héroe extranjero y Lavino, al saber por boca de los emisarios de Eneas que el héroe troyano había llegado a Laurentia, decidió entregarla al recién llegado. La misma Juno abrió las puertas del templo de Jano y Turno se llegó a lo más alto de la ciudad para izar la bandera de sangre que llamaba a la guerra. Latino se mantuvo neutral y, tras la muerte de Turno a manos de Eneas, que ve en el rey de los Rótulos el cinturón de Evandro , firma la paz con los troyanos. Dice una vieja leyenda  que, luchando Latino con Mecencio, rey de Cere, desapareció y acabó convertido en Júpiter Latino.

         Tras esta desaparición, Eneas, el pius Aeneas de la epopeya virgiliana, sucedió a Latino en el trono, pero le cambió el nombre a la ciudad que pasó a llamarse Lavinio en honor de Lavinia,  su nueva esposa. Al morir Eneas, pues mortal era, su hijo Julo-Ascanio, el hijo que tuvo con Creusa, su primera mujer, aquella que en el incendio de Troya murió y que, cuando la iba a buscar, se le apareció para darle ánimos en su titánica empresa de fundar una nueva Troya, fundó una ciudad distinta y propia a la que llamó Alba Longa.

         ¡Diez generaciones reinó la dinastía del hijo de Eneas con reyes que encontramos en los libros de historia: Silvio, Eneas Silvio, Latino Silvio, Alba, Atis, Capis, Capeto, Tiberio Silvio, Agripa, Romulo Silvio, Aventino, Procas, Amulio y Numitor. Fueron estos dos los que fueron causantes de la fundación de Roma como veremos a continuación.

         Amulio era un hombre violento en cuya sangre hervía una ambición desmesurada. Siendo todavía un niño, le decía a su hermano Numitor que él y sólo él sería el rey de Alba Longa. Y así fue, pues Amulio expulsó a su hermano Numitor del trono aunque se habían establecido un turno y, para que no hubiera descendencia que lo pudiera suceder o reclamar el trono, mató a los hijos varones y a Rea Silvia la convirtió en Virgen Vestal y la encerró en un templo. Las Vestales tenían que permanecer vírgenes mientras ejercían su sacerdocio y tan sólo cuando ya a una edad avanzada lo abandonaban, podían tener hijos. Pero ya era tarde pues ninguna mujer salía del templo en edad de concebir. Amulio se aseguraba así el que no hubiera descendientes que le pudieran ni siquiera reclamar el trono.

         Sin embargo, para los dioses nada es imposible y tenían ellos otros planes. Una mañana, Rea Silvia bajó hasta el río para lavar los objetos sagrados del templo de Vesta. Llevaba, apoyada en un rodete sobre su cabeza, una tinaja de barro con los sagrados objetos del culto. Hacía calor y el sudor bañaba el cuerpo de la joven. Al llegar a un fresco soto, bajó por un suave camino que         llegaba hasta el río Tíber. A medida que bajaba, iba notando el frescor del río y cuando llegó a su orilla, se sentó en un prado ameno. Estaba cansada y un vientecillo fresco oreaba sus cabellos mojados por el sudor del esfuerzo. Sentada en el prado, oía el murmullo del río mientras sus ojos se deleitaban con la luz que quedaba amortiguada en su intensidad por el verde de las hojas. El agua, el viento, las hojas de los chopos eran en sus oídos un suave susurro que invitaba al reposo. Rea entonces abrió su vestido y dejó que su pecho recibiera aquel viento y aquella sombra mientras con la mano se iba arreglando los despeinados cabellos. Poco a poco, Morfeo se fue apoderando de sus ojillos y, al final, la mano que sujetaba el mentón cayó hasta el suelo. Entonces Rea se asustó, pero luego, semidormida,  dejó caer mansamente su cabeza hasta el suelo y se entregó al sueño tan plácidamente como cuando era un niña en brazos de su madre.

         Al cabo de un tiempo, Rea Silvia se despertó tan cansada como se había acostado. Había tenido un sueño o ¿era , acaso, algo más que un sueño aquello que ahora recordaba mientras el mismo viento se asustaba de la cara de Rea recordando lo soñado. La joven lo fue recordando poco a poco para sí: “Estaba entre los fuegos de Troya cuando la cinta de lana que rodea mis cabellos cayó entre ante los sagrados hogares. De allí, al mismo tiempo, admirable de contemplar, surgen dos palmeras, una mayor que la otra y ambas protegen el mundo con sus pesadas ramas mientras las estrellas rozan en sus altas copas.

         He aquí que mi tío paterno levanta su espada contra nosotros ellos. Me quedo aterrada al darme cuenta y mi corazón palpita de miedo. El pájaro carpintero, ave de Marte, junto a la loba pelean por el árbol gemelo y cada una de las palmeras recibió su protección.

         Así lo recordaba mientras con débiles manos levantaba el recipiente  que había llevado. ¿Qué le había ocurrido durante el sueño?

         Yo sólo os digo que así lo recordaba mi madre y así nos lo contaba siendo pequeños. También nos contaba que Amulio, lleno de ira por nuestro nacimiento, nos arrojó al Tíber, pero el río, de manera milagrosa, se apiadó de nosotros y nos dejó en la orilla, a la sombra de una higuera. Hubiéramos muerto de hambre si no hubiera pasado una loba que había perdido a sus lobeznos; se apiadó de nosotros, nos llevó a su cueva y allí nos dio de mamar.

         Otro día, mientras iba con su rebaño el pastor Fáustulo, oyó nuestros lloros y guiado por ellos encontró la cueva de la loba que estaba cazando en lo más alto de los montes. Aprovechando su ausencia, Fáustulo nos recogió y nos llevó a su humilde cabaña en la que olía a leche cuajada, a pan y a las verduras del huerto que la pastora cocía en un humilde lar. Era la mujer del pastor, Acca Laurentia, que nos recibió llena de alegría y con ellos nos criamos.

La cabaña de Fáustulo era pequeña, pero su mujer ponía más empeño en su cuidado que si hubiera sido el palacio de un rey. Todas las mañanas nos despertaban el olor de los requesones, de la leche cuya espesa nata untábamos en las rebanadas de pan caliente. Mi madre adoptiva, por encima de aquella nata, nos echaba un poquito de miel. ¡Qué detallista era! En primavera, Acra ponía flores en la mesa y toda la casa olía a la vida que renacía. En las cenas, el olor del almodrote llenaba todo aquel pedacito de Arcadia en el que vivíamos los cuatro. Algunos días, mi madre mojaba el pan en leche, lo rebozaba con huevo y lo freía en la sartén y, al igual que hacía con la nata de la leche, echaba por su superficie una capa de miel que parecía un cristal mágico en el que nos reflejábamos Remo y yo.

        

Tres veces seis años pasaron y en nuestra cara ya asomaba una barba rubia. Nosotros poníamos las leyes, hacíamos justicia, devolvíamos a sus dueños lo que los ladrones sin escrúpulos les habían robado. Un día, supimos la verdad y entonces yo, Rómulo, maté a  Amulio, el hermano de mi abuelo Numitor al que puse de nuevo en el trono.

         No quisimos quedarnos en Alba Longa y regresamos al lugar en donde el pastor, nuestro querido Fáustulo, nos había encontrado, la ribera del Tíber. En una de las colinas que nos rodeaban íbamos a fundar la ciudad nuestra, pero muy pronto empezaron las discrepancias entre nosotros pues yo quería fundar mi Roma en el monte Palatino, pero Remo quería fundar su Remoria en el Aventino. No valía en nuestro caso la ley de primogenitura pues éramos gemelos así que había que buscar otra manera de saber quién sería el rey y quién fundaría la ciudad en el lugar que había elegido. Un muchacho amigo, que se había venido con nosotros desde Alba Longa, tuvo la feliz idea: bastaría mirar al cielo y  que aquel que viera más buitres volando sería el nuevo rey fundador de la ciudad. Así lo hicimos : yo vi doce buitres y mi hermano, seis. Me había convertido en el rey. Al momento, cogí un arado y un par de bueyes. Agarrando la esteva con firmeza  tracé los límites de la nueva ciudad que los siglos venideros conocerán como Roma. Era el 21 de abril del año 753 a. C. Al terminar de trazar el pomoerium dije solemnemente que nadie, durante las ceremonias, atravesara los límites de mi ciudad. Remo no pensó que lo decía en serio y cruzó. Le dije que si no me había escuchado y me dijo que sí, que perfectamente, pero que él no era cualquiera, que era mi hermano gemelo. Mira Remo – le dije- tengo que echarte de esta ciudad, tengo que empujarte al otro lado del surco que acabo de trazar con el arado porque la ley no puede tener excepciones. “¿Qué ley?”- me contestó riéndose. “¿Y llamas ciudad a un surco que acabas de trazar con estos bueyes? Mira, para que veas lo que opino de tu ley, voy a saltármelo varias veces”. En nuestro viaje desde Alba Longa nos habían seguido algunos habitantes, no más de cien. Si dejaba que mi hermano se burlara de mí, había perdido la autoridad sobre mis gentes. Le volví a increpar y él se volvió a burlar. Fue entonces cuando nos peleamos y cuando yo, cansado de sus burlas y lleno de ira, lo golpeé. A causa de esas heridas, mi hermano murió a los pocos días. Nunca quise matarlo y me hubiera gustado que juntos hubiéramos gobernado Roma por turnos, pero su cabezonería y el destino jugó en mi contra. Estuvo un tiempo tan hundido que  quise marcharme de nuevo a Alba y trabajar allí de simple pastor como Fáustulo que, viviendo en su modestia, había sido feliz todo los días de su vida, pero me di cuenta de que Roma estaba llamada a grandes logros porque grandes logros tenían que salir de tan vidas legendarias. Lo demás no es menester que os lo cuente pues estará en los libros de historia que mis descendientes escribirán.

No hay comentarios:

Publicar un comentario