Se le conoció como Johann Friedrich
Franz Burgmüller y nació en Ratisbona, un 4 de diciembre de 1806. Creo que no
hay nadie que haya estudiado piano que lo desconozca, pero no creo que sea muy
conocido entre los melómanos en general. Era hijo y hermano de compositores y a
esta ocupación se dedicó Johann. Se mudó a París en 1836 y publicó en la
capital del Sena gran cantidad de bailes de salón y, sobre todo, su Opus 100,
que consta de 25 estudios fáciles y progresivos. ¿Quién no recuerda temas como La Candeur, Arabesque, Douce Plainte,
La Pastoral o la Hirondelle? Volver a Burgmüller, para mí, es volver a aquella
academia de música que estaba en la calle de San Andrés en Madrid, subir las escaleras
de madera con un banco en cada descansillo, llamar y entrar a aquellas aulas
grandes que en invierno se calentaban con un brasero o con radiadores
eléctricos pues ninguna casa madrileña del XIX tenía calefacción central. Tocar
a Burgmüller es recordar a Nati Freijo, mi querida profesora de piano cuyo padre,
¡qué casualidades tiene la vida!, era de Marín. Nati estaba casada con un
puertorriqueño al que había conocido allá por los años cincuenta del pasado
siglo cuando un grupo de estudiantes de Puerto Rico llegaron a Madrid. Nati era
afable y me corregía la digitación. También me enseñaba Solfeo, lo que ahora
llaman Lenguaje Musical, y siempre me ponía buenas notas, no porque las
mereciera, sino porque su natural afable la llevaba a no suspender a ningún
alumno. Esto que parece una ventaja fue, en realidad, un inconveniente pues nunca
llegué a hacer un dictado musical como Dios manda. En fin…
En las tardes de febrero, desde los
balcones, se veía una lechería en la casa de enfrente y, muchas tardes, iba yo
con mi padre por la calle Malasaña hasta llegar a San Bernardo.
Hace ya años , algún osado pianista
publicó un CD con sus estudios y eso le puso fatal al que hacía la crítica
musical y de discos en el ABC, el periódico de mi abuela Patro y del que era
linotipista mi tío abuelo Ángel de Soto. Por amor a su hermano y porque,
gracias a la grapa, “no se le caía de las manos”, para mi abuela Patro no había
más que su ABC. El crítico dijo que “estaba interpretado como si su ejecutora
hubiera sido una señorita de Pontevedra”; ¡como si las hermosas hijas de la dulce Helenes
no estuvieran capacitadas para el piano! Por cierto, que había un chiste muy
malo sobre el ABC que decía:
-
¿Cuál
es el ave que vuela más bajo?
-
Pues
no lo sé.
-
Muy
fácil, hombre, muy fácil: el ABC que se mete por debajo de las puertas.
Que
no se me asuste nadie que no voy a decir cuál es el animal que vuela más alto
porque hay niños delante.
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