domingo, 22 de junio de 2025

LOS CARAMELOS EL CASERÍO

 


¡Cuánto le gustaban a mi padre los caramelos El Caserío de Tafalla! Muchas tardes, íbamos mi madre y yo a buscarle a la oficina en la calle O’Donell, 34 y, cuando salía, volvíamos andando hasta casa. Siempre recorríamos Conde de Peñalver, la calle que llevó el nombre del general Torrijos, el heroico liberal que fue fusilado, como bien recoge el gran cuadro de Antonio Gisbert, en las playas de Málaga. No he comprendido nunca por qué peregrina razón, pese a llevar ya tantos años de régimen democrático, esta calle no ha vuelto a su antiguo destinatario y sigue a nombre de un alcalde madrileño que contribuyó a la construcción de la Gran Vía, pero que no fue alguien tan destacado como Torrijos. En fin, cosas de los políticos.  Pero sigamos con nuestro viaje de regreso a casa.

         Después de cruzar Alcalá, estaba la tienda de los cafés Guilis, una marca de café que sigue existiendo a día de hoy. Allí había un señor delgadito y con un bigote muy de la época, ese bigote que llevó Arias Navarro o Paco Franco, el albañil murciano de la casa de enfrente a la mía,  con uno o varios aprendices. Ya nos conocía y sabía que mi padre entraba en la tienda no por café, sino por los caramelos de piñones El Caserío, de la localidad navarra de Tafalla.

         Ahora, al cabo de casi cuarenta años, cuando veo estos caramelos, recuerdo a ese niño que fui de la mano de su padre y de su madre, entrando en esa tienda en la que olía a la octava maravilla del mundo: olía a café.

         Ahora, los Cafés Guilis tienen su página web y mandan pedidos a toda España, pero qué queréis que os diga, para mí, como aquella tienda, seguro que no es.

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