¡Cuánto
le gustaban a mi padre los caramelos El Caserío de Tafalla! Muchas tardes,
íbamos mi madre y yo a buscarle a la oficina en la calle O’Donell, 34 y, cuando
salía, volvíamos andando hasta casa. Siempre recorríamos Conde de Peñalver, la
calle que llevó el nombre del general Torrijos, el heroico liberal que fue
fusilado, como bien recoge el gran cuadro de Antonio Gisbert, en las playas de
Málaga. No he comprendido nunca por qué peregrina razón, pese a llevar ya tantos
años de régimen democrático, esta calle no ha vuelto a su antiguo destinatario
y sigue a nombre de un alcalde madrileño que contribuyó a la construcción de la
Gran Vía, pero que no fue alguien tan destacado como Torrijos. En fin, cosas de
los políticos. Pero sigamos con nuestro
viaje de regreso a casa.
Después de cruzar Alcalá, estaba la
tienda de los cafés Guilis, una marca de café que sigue existiendo a día de hoy.
Allí había un señor delgadito y con un bigote muy de la época, ese bigote que
llevó Arias Navarro o Paco Franco, el albañil murciano de la casa de enfrente a
la mía, con uno o varios aprendices. Ya
nos conocía y sabía que mi padre entraba en la tienda no por café, sino por los
caramelos de piñones El Caserío, de la localidad navarra de Tafalla.
Ahora, al cabo de casi cuarenta años,
cuando veo estos caramelos, recuerdo a ese niño que fui de la mano de su padre
y de su madre, entrando en esa tienda en la que olía a la octava maravilla del
mundo: olía a café.
Ahora, los Cafés Guilis tienen su
página web y mandan pedidos a toda España, pero qué queréis que os diga, para
mí, como aquella tienda, seguro que no es.
No hay comentarios:
Publicar un comentario