lunes, 11 de agosto de 2025

EL MERCAT DE VINARÒS O CÓMO EL MEDITERRÁNEO NO ALIVIA DE LOS CALORES ESTIVALES

 


 

Cuando el viajero llega a Vinaroz, Vinaròs en valenciano, un viento del mar muy cálido para lo que se esperaba no le refresca del largo viaje en el que ha cruzado la Mancha y parte de Valencia, en donde una lengua de fuego, resto de una ola de calor, lleva la temperatura hasta los cuarenta grados. Decide bañarse en la playa del Fortí, pero las aguas del Mediterráneo, que el viajero esperaba refrescantes,  son lo más parecido a un caldo de cocido lebaniego de Espinama de Camaleño, y lo acaban de desesperar. ¿Para esto ha venido a Vinaroz? ¿para bañarse en sopa lebaniega? ¡Ay, las aguas de Lapamán o de Cádiz! Hasta tal punto llega la desesperación que está en un tris de subirse en un tren y volverse a la Meseta Norte. Sin embargo, un ángel le hace quedarse y esperar al día siguiente.

         Cuando amanece, ya hay gente en la playa bañándose y el viento está calmado. Esta tierra sigue sin gustarme – piensa el viajero para sus adentros mientras se encamina al mercat cuya entrada está por debajo de una torre alta de cristal que parece como un armario de cajones. Cuando el viajero está a punto de acordarse de los alcaldes “modernos” que se cargan la estética (y la ética) de sus ciudades por “un puñado de euros”, se da cuenta que en su obnubilación no ha visto que ese edificio no es el mercat, sino unas dependencias municipales que podrían ser también un monumento al mal gusto de los políticos. Al mercat se entra por un pasaje que te lleva, por un lateral del edificio de marras, hasta un edificio modernista que congracia al viajero con la ciudad castellonense. El mercado es limpio, pulcro, aseado, bien abastecido y al  veredero se le viene a las mientes aquello que decía el levantino Azorín de que por un mercado se conoce a una ciudad y se le viene el mercado de Florencia o el  de Orense sin ir más lejos. El primero, con sus quesos y sus funghi porcini; el segundo,  con esas láminas de plata que son las anguilas.  En el mercado de Vinaroz el pescado es fresquísimo, pero carísimo y los ojos se quedan hechizados antes esos langostinos cuya cola termina en una iridiscencia azul. Ya lo dice el valenciano Sorolla en ese cuadro que se titula: ¡Aún dicen que el pescado es caro! Le han dicho que en los bares del mercat te los cocinan, pero que hay que ir antes por lo que el viajero se emplaza para otro día. La visita al mercado le recuerda a su infancia, cuando iba con su abuela Patro al mercado de Alonso Cano en Chamberí en donde estaban las pescaderías de los dos Tomases, el de arriba y el de abajo, ambos leoneses como la mayoría de los pescaderos de los mercados madrileños que solían ser de familias maragatas. También estaba la frutería de Julio y las verduras de Domingo y Encarna que, siempre que iban a comprar, le regalaban al viajero una zanahoria.

         Cuando el viajero sale por la puerta principal del mercat de Vinaròs, se encuentra en una plaza con deliciosas terrazas a la sombra y se toma un café. Luego, recorrer las calles de la villa levantina. Al acabar este primer día, se tomará un vaso de horchata absolutamente espectacular. Cosas de los años.

         Por cierto, escribo mercat por darle un aire más valenciano a la entrada.

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