lunes, 11 de agosto de 2025

EL PAPA LUNA, INDIANA JONES Y UN MOJITO


 

El viajero se llega hasta Peñíscola atraído por don Pedro Martínez de Luna, Benedicto XIII o el Papa Luna. De aquella lengua de tierra, istmo para los geógrafos, que unía y une la población, surgida a la sombra del castillo templario,  lo que eran huertos y naranjales nada queda porque un turismo masivo e invasivo se lo ha cargado todo. La península en donde está el castillo está cercada por hoteles de cinco estrellas que cuentan con piscinas en la terraza y el viajero se queda pensando si a don Pedro, tan frugal él, le gustarían estas barbaridades. Está convencido de que no, pero se adentra por la muralla buscando el castillo. Un antiguo chalet con una higuera le reconcilia con Peñíscola y las vistas de un anochecer desde las altas barandas también. Hay un guía diciendo, ante la estatua del papa Luna o el Papa del Mar como le llama Blasco Ibáñez, que las gentes medievales no tenían médicos, sino que se dejaban curar por Dios. No sé dónde le han dado el título de guía, pero no sabe ni lo que dice. Que Dios y el Papa Luna lo retengan en su inodoro con una diarrea estival es lo primero que se le viene al veredero como venganza de tanta barbaridad. Para rematar, un fulano vestido de Indiana Jones hace restallar su látigo ante la iglesia y lanza cuchillos contra los voluntarios que se ofrecen en sacrificio para seguir manteniendo el turismo. Ante tanto horror, el viajero se sienta en una terraza y se toma un mojito. Eso sí, como no es don Ernest Hemingway, su mojito es sin ron. Nadie le va a poner una placa que rece: “Aquí se tomaba sus mojitos el veredero”, pero eso no tiene importancia porque el mojito le refresca.

         Ya entrada la noche, baja del castillo y se toma un helado para el que hay que esperar una cola casi kilométrica. ¡Viva el turismo mediterráneo!

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