miércoles, 20 de agosto de 2025

EL VIAJERO ANTE LA TIENDA DE ÁNGEL GINER EN VINARÒS

 


En ocasiones, para el que sabe ver por dónde va, un pequeño  detalle revela un mundo como si fuera un Aleph    borgiano en miniatura y, al veredero, este pequeño detalle le basta para descubrir el pasado de una ciudad: un mercado cuidado, un templete de música o, como en este caso, la portada modernista de una tienda. En esta ocasión, se trata de la tienda de Ángel Giner en Vinaròs. Esta portada le habla de una villa cuyo comercio abarcaba toda una comarca ( el Bajo Maestrazgo); de recias mujeres de campesinos y de pescadores que iban a esa tienda en mañanas de mercado; de otras mujeres, esposas santas de pescadores, arreglando las redes; de un casino con señoritos que no han leído un libro en su vida, pero que se releen el periódico para ver en qué teatro madrileño se “echa” una  revista de la Celia Gámez y así hacerse una escapada a la capital y echar una cana al aire. Esta tienda le habla al viajero de las  tropas nacionales que tomaron Vinaroz para cortar en dos lo que quedaba de la España republicana. De una abuela que va a buscar un regalo para su nieto y de una futura mamá que va a comprar la ropa para el canastillo de su hijo. De un joven enamorado que, creyéndose Ausías March,  va escribiendo unos versos en valencià a esa novia que le mira pasar desde un balcón con los visillos corridos; de una joven que sueña amores con un pescador que “al langostino se fue”, como el pescador de María la Portuguesa y que volverá trayendo en su barco reflejos azulados como los ojos de su novia. Escucha también el viajero el eco lejano de los canjilones de una noria y un perro que ladra en una alquería; de un faro que corta la noche y del vent del mar que mueve  los ramos de las palmeras levantinas, ésas a las que canto con gracia y donaire ese gran poeta alicantino que fue Miguel Hernández. Todo esto se le ocurre al viajero mientras no se atreve a bajar los ojos porque, debajo de tan hermosa portada, aparece la marca de una franquicia. Recuerda lo que le ocurrió en Oporto en donde uno de sus mejores y más afamados cafés había pasado a ser un Burger King. Se va el viajero con la pena de haberse perdido todo lo que ha sentido ante la puerta de la que fuera antigua tienda de Ángel Giner. Y, para sus adentros, maldice al tiempo que todo lo trastoca.

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