En ocasiones, para el
que sabe ver por dónde va, un pequeño detalle
revela un mundo como si fuera un Aleph borgiano
en miniatura y, al veredero, este pequeño detalle le basta para descubrir el
pasado de una ciudad: un mercado cuidado, un templete de música o, como en este
caso, la portada modernista de una tienda. En esta ocasión, se trata de la
tienda de Ángel Giner en Vinaròs. Esta portada le habla de una villa cuyo
comercio abarcaba toda una comarca ( el Bajo Maestrazgo); de recias mujeres de
campesinos y de pescadores que iban a esa tienda en mañanas de mercado; de otras
mujeres, esposas santas de pescadores, arreglando las redes; de un casino con
señoritos que no han leído un libro en su vida, pero que se releen el periódico
para ver en qué teatro madrileño se “echa” una revista de la Celia Gámez y así hacerse una
escapada a la capital y echar una cana al aire. Esta tienda le habla al viajero
de las tropas nacionales que tomaron
Vinaroz para cortar en dos lo que quedaba de la España republicana. De una
abuela que va a buscar un regalo para su nieto y de una futura mamá que va a
comprar la ropa para el canastillo de su hijo. De un joven enamorado que,
creyéndose Ausías March, va escribiendo
unos versos en valencià a esa novia
que le mira pasar desde un balcón con los visillos corridos; de una joven que
sueña amores con un pescador que “al langostino se fue”, como el pescador de
María la Portuguesa y que volverá trayendo en su barco reflejos azulados como
los ojos de su novia. Escucha también el viajero el eco lejano de los
canjilones de una noria y un perro que ladra en una alquería; de un faro que
corta la noche y del vent del mar que
mueve los ramos de las palmeras
levantinas, ésas a las que canto con gracia y donaire ese gran poeta alicantino
que fue Miguel Hernández. Todo esto se le ocurre al viajero mientras no se atreve
a bajar los ojos porque, debajo de tan hermosa portada, aparece la marca de una
franquicia. Recuerda lo que le ocurrió en Oporto en donde uno de sus mejores y
más afamados cafés había pasado a ser un Burger King. Se va el viajero con la
pena de haberse perdido todo lo que ha sentido ante la puerta de la que fuera
antigua tienda de Ángel Giner. Y, para sus adentros, maldice al tiempo que todo
lo trastoca.
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