domingo, 28 de diciembre de 2014

ADONIS Y LA GRAN BABILONIA


Con mucho que deber a Lorca, Adonis escribió este Epitafio para Nueva York en 1971. Como el granadino, el libanés se fue a la gran Babilonia y expresó esa deshumanización  que reina por las calles neoyorquinas. La escritura de Adonis, quizás el mejor poeta árabe vivo, es deslumbrante, con versos vibrantes y luminosos. En sus poemas  se ve la crueldad, la confusión, la insolidaridad de la Gran Manzana que, también y curiosamente, despierta una atracción fatal a todos los artistas. ,Me gustan muchos estos versos del poema, ¡cómo no!, a Walt Whitman:
Walt Whitman,
veo mensajes que por las calles de Manhattan van hacia ti
         volando. Cada mensaje es un carro lleno de perros y gatos.
         Ésta es la era americana: El siglo veintiuno para los gatos
         y los perros; para los hombres, el exterminio.

LUIS CANDELAS, EL BANDIDO DE MADRID



Luis Candelas era de Lavapiés y, en ese barrio popular madrileño en el que hoy se hacen fiestas chinas, pasó sus primeros años. Hijo de un zapatero, Luis muestra pronto sus cualidades como líder peleando con Paco el Sastre que, más tarde, formará parte de su banda. Buen amador, Candelas se casó con Manuela, una zamorana, a la que muy pronto abandonó por otras muchas. Sin embargo, lo más curioso de este personaje es su desdoblamiento en Luis Álvarez de los Cobos, respetable criollo peruano, que enamoraba a damiselas de buena familia. Con una de ellas, con Clara, Candelas planeó, que con un rasgo de amor y de honradez le había dicho quién era en realidad, fugarse de España y marcharse a vivir a Londres, pero la muchacha, ya de camino a Gijón, empezó a sentir nostalgia de Madrid y Luis Candelas, todo un caballero, regresó con ella con la idea de que quizás, una vez que se viera otra vez en la capital, Clarita recapacitaría y se volvería a escapar con él, esta vez camino de Lisboa. Sin embargo, Candelas fue reconocido en la posada de Alcazarén y detenido por el Sargento de la Milicia Nacional de Olmedo. Candelas murió serenamente en el garrote vil y según lo afirman testigos presenciales de la ejecución, pronunció estas curiosas palabras: ¡Sé feliz, patria mía! No sabemos por qué le vino este arranque patriótico al ladrón que robaba a los ricos y se lo daba a los pobres y que nunca, en ninguno de sus muchos asaltos, derramó una gota de sangre, tal y como él mismo se lo hace saber a la regente María Cristina en su petición de indulto. Sin embargo,  no deja de ser algo extrañas sus últimas palabras. Visto desde la perspectiva actual, muchos hay en nuestra España que han robado más que Candelas y que siguen tan campantes por las calles de sus ciudades o por los puertos de las Bahamas disfrutando de buenos yates. Pero eso ya es otra historia que no vamos a tratar. Lo que sí tengo que tratar es que la biografía que he leído de Candelas es de Antonio Espina, un autor del que volveremos a hablar porque creo que ha sido injustamente olvidado.

DON PELAYO ERA LEBANIEGO




Me perdonaréis si me llevo el agua a mi molino, pero afirmo, desde las páginas de este blog, que don Pelayo no era asturiano, sino que era lebaniego, más en concreto de Cosgaya en donde nació como fruto de la unión del duque Favila y de doña Luz que era pariente, a su vez, del rey godo don Rodrigo. Y esto no lo afirmo a humo de pajas sino que sigo al muy ilustre historiador lebaniego, Ildefonso Llorente Fernández, que, en su libro, Recuerdos de Liébana, aporta ni más ni menos que diecisiete motivos que demuestran que tan famoso rey, iniciador de la Reconquista, no nació en las Asturias de Oviedo, sino en la comarca lebaniega. Obviamente no voy a referir una por una las diecisiete pruebas, pero sí deciros que todas están basadas en textos y documentos históricos. Es más, puesto que don Pelayo fue nombrado rey antes de la batalla de Covadonga, su nombramiento tuvo lugar en tierras montañesas y no asturianas y, desde estas tierras lebaniegas, acompañado por una magna hueste de guerreros también lebaniegos, se encaminó a la cercana Covadonga para plantarle cara a los moros. Por si fuera poco, Llorente Fernández afirma que también el rey Silo, hijo de Froyla y de Gotina, que estableció su corte en la asturiana Pravia, era también de la Liébana, más en concreto de Camaleño. Supongo que habrá amigos asturianos que no estén de acuerdo con esta teoría, pero os recomiendo una lectura desapasionada del texto de Llorente. Por cierto, que recuerdo que la primera persona que me habló de este asunto fue un buen montañero de Peñalara que se llamó Fernando Sobrino. Entonces no le hice mucho caso, pero ahora, con el paso de los años y las pruebas históricas que aporta el mencionado autor potesano creo , cada día von más firmeza, que don Pelayo era lebaniego.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

LA NIÑA DE LUZMELA




Tras la lectura de La niña de Luzmela, las historia de esa huerfanita que es maltratada por la familia de doña Rebeca y que será rescatada por ese príncipe en forma de médico que es Salvador, uno podría pensar que doña Concha Espina había escrito un folletín al estilo de los de Pérez Escrich y que, por tanto, estamos ante una obra de escaso nivel literario. Sin embargo, no podemos hacer tal afirmación porque en literatura lo que debe importarnos es el cómo se escribe y no el qué se escribe. Y así, aunque la obra en cuestión tenga un argumento folletinesco, si su “modo” es “literario” (utilizo estas palabras con sumo cuidado) podemos afirmar que estamos ante una obra literaria. En La niña de Luzmela, el paisaje se adapta a los sentimientos de la pobre huérfana y el estilo de doña Concha, limpio, con un lenguaje elegante y con un punto de arcaísmo, dan una pátina de buena literatura a un tema que, en otras manos, hubiera devenido un folletín. Uno siente las fatigas de esta Cenicienta decimonónica y se alegra con ese final feliz que espero que me perdonéis que os revele. Ya la nétigua no vuela por los cielos de la niña y el amor de Salvador la protegerá para siempre. Un bello final para una novela ambientada en el mundo cántabro. Y , por cierto, la nétigua, es la lechuza en el vocabulario de lo que en tiempos de Concha Espina se llamaba La Montaña.

martes, 23 de diciembre de 2014

EL BUEY SUELTO...




Ya conocéis mi afición por los libros del santanderino Pereda y cómo esa devoción, pues la puedo llamar así, me va llevando a la lectura sosegada de sus obras. Esta última que he leído, El buey suelto… me ha gustado mucho aunque bien sé que su argumento y “tesis moral” están muy lejanos de este post-post modernismo. Defender en una novela el matrimonio católico y ponerlo como fuente de felicidad frente a la egoísta soltería de don Gedeón hace que la novela sea políticamente incorrecta y que entre en el índex de los intelectuales post-post modernos. Sin embargo, el pensamiento de los posmodernos ya hace tiempo que me dejó de interesar pues mis caminos no son sus caminos. Yo me quedo con mi Pereda y ellos que se queden con su Deleuze. Amen

 

miércoles, 17 de diciembre de 2014

JOSÉ SEMPERE


        La verdad, hay cosas que no acabo de entender y una de ellas es por qué un hombre con esta voz no es sólo más conocido sino uno de los primeros espadas de la ópera. Yo lo vi hace ya muchos años en una Lucia que se representó en el Teatro de la Zarzuela, el único teatro en Madrid en donde se representaba, pese a su nombre, ópera y, mucho tiempo antes de que se abriera el magno coliseo de los Caños del Peral. Entonces el tenor que me ocupa estaba en su apogeo y nos regaló un Edgardo de auténtica antología junto a una Mariella Devia, gran soprano también muy poco conocida. La  voz  de este alicantino me recuerda, al igual que su repertorio, al maestro Kraus porque no es un tenorino, sino que sus notas medias y bajas son también de gran calidad. Estoy hablando de un señor de Crevillente que se llama josé Sempere y que tras estudiar en el Liceo de Barcelona se marchó a Italia en donde estudió con Marco Ferrari y recibió clases de Giulietta Simionato, Magda Olivero y Carlo Bergonzi,. Ganó, entre otros, el concurso de voces verdianas de Bussetto y el premio Mario del Mónaco de Florencia. Ha cantado en todos los teatros de ópera del mundo y ha cosechado éxitos que, si no fuera por razones que quedan fuera de lo estrictamente musical, sino a la cima de la l´rica,  a ser un tenor conocido por un público mucho más amplio. A Sempere le gusta la voz de Björling y eso ya dice mucho de él y, como dice en la página web de producciones Guridi, de donde saco gran parte de la información de esta entrada,

            A Sempere, menos aún que a otros, nadie le ha regalado nada. Ha hecho su camino un poco en solitario, puliendo aristas, como suele decirse, abrillantando superficies, cepillando las máculas de polvo, para convertirse en el cantante que es.
         Tras casi veintiún años de aquella representación, aún lo sigo recordando en aquella fabulosa Lucia que se escuchó en Madrid. Si José Sempere no ha llegado adonde debería con todo mérito haber llegado, quizás se deba a los padrinos a los que se refería mi abuela Patro cuando decía aquello de que “los que los tienen se bautizan y los que no, no”. Por cierto, que yo le decía siempre, porque había leído aquella respuesta lapidaria de don Casto Méndez Núñez, el ilustre marino español, que prefería honra sin padrinos que padrinos sin honra. Como lo políticos de siempre.

 

miércoles, 10 de diciembre de 2014

LUISITO EL DE POZALDEZ



Era pequeño de cuerpo y en el Siglo de Oro hubiera sido un pícaro de buen corazón, incapaz de engañar a nadie. Luis García Mongero era tan sólo un juglar que llevaba sus coplas y su alegría por donde quiera que iba. Yo no lo conocí aunque vivió hasta el año 2005 en que se subió a los cielos para seguir cantando coplillas, pero mi padre y mi abuelo lo recordaban mucho y siempre me hablaban de este personaje que no pasará a los libros de historia, pero que forma parte de la historia de la provincias de Ávila, Salamanca, Valladolid y Zamora. Según mi abuelo Luis, este buen hombre  llegaba, más o menos, hasta Laguna desde el Pinar de Antequera y a Boecillo, desde Viana; hasta ambos pueblos viajaba Luis en tren, que era su medio favorito. Pero recorría otros muchos lugares echando sus coplillas y sus bailes. Si en una entrada anterior hablábamos de John Balan, en esta os quiero hablar de Luisito el de Pozaldez. Ahora les llamarían frikis, pero antes eran hombres sencillos, buenas gentes, que contra nadie atentaban y que repartían alegría de gratis entre sus paisanos. Y eran tan machadianos que un día como tantos descansaban bajo la tierra. ¿No os parece bastante?