sábado, 1 de enero de 2022

LOS CUATROCIENTOS AÑOS DE LA MUERTE DE SEBASTIÁN DE VIVANCO, MÚSICO ABULENSE

 


Érase una vez un niño abulense que nació hacia 1551. Ese niño sale cada mañana de su casa y va  a la capilla de la Catedral de Ávila cuyos maestros, Jerónimo Espinar, Bernardino de Ribera y Juan Navarro Hispalensis, le dan clases. A su lado hay otro niño,  nacido en la actual calle Caballeros,  que lleva por nombre Tomás. Ambos, al salir de la capilla, juegan en la plaza de la Catedral. Son niños.

         Hacia 1566 a Sebastián le cambia la voz y, como Tomás, decide hacerse sacerdote. Diez años después, en 1576, Sebastián está de maestro de capilla en la Catedral de Lérida, pero ese mismo año, por razones desconocidas, fue despedido por el cabildo catedralicio. Vuelve a su Castilla en 1577 y, en Segovia, en  una casita humilde, vive con su madre.  Desempeña el cargo de maestro de capilla de la Catedral. Durante este tiempo, se ordenará sacerdote.

         En el año 1588, regresa a Ávila para hacerse cargo de la capilla de la catedral y en su ciudad natal se está catorce años hasta que consigue el puesto de maestro de Capilla de la catedral de Salamanca. El 19 de febrero de 1603,  obtiene Sebastián una plaza de profesor de música en la Universidad salmantina y unos pocos días después, el 4 de marzo, obtiene el grado de maestro de artes honoris causa. Desempeñando ambos puestos, Vivanco viviría en Salamanca ya hasta su muerte que le vino a buscar un 26 de octubre de 1622.  Su producción no es nada desdeñable  y merece una atención mayor de la que ha tenido hasta ahora aunque, desde principios de este siglo XXI, el número de publicaciones discográficas se ha visto incrementado.

         Hacemos votos para que este “año Vivanco” nos sirva a todos para conocerlo un poco mejor y, sobre todo, para escucharlo un poco más porque su música no desmerece en nada a la que compuso aquel niño que iba a la capilla catedralicia a estudiar música con él y que la historia de la música lo recuerda como Tomás Luis de Victoria.

EL NIÑO DE LA CAJA DE CARTÓN

 


Este niño metido en una caja de cartón nos está mirando con sus inmensos ojos negros y nos está preguntando tantas cosas que, aunque sabemos que la respuesta es el egoísmo que envenena ese mal llamado primer mundo, callamos cobardes. Él es un inocente, uno de los muchos inocentes que matan cada día los Herodes modernos. Y un silencio denso recorre los paraísos fiscales, las islas de olvido en las que se broncean estos reyes criminales. Cada minuto, once personas se mueren de hambre. Y hago hincapié en lo de personas porque son tan personas como nosotros, con los mismos derechos negados por el egoísmo envilecido y encanallado del mal llamado primer mundo. Probablemente, este niño no disfrutará de su derecho a la educación, de su derecho a la sanidad, de su derecho a una vida digna, pero estamos en Navidad y es de mal gusto hablar en la mesa de cosas tristes. Sin embargo, ese niño metido en una caja de cartón no sigue mirando a todos, nos sigue preguntando con sus ojos negros que le explicamos por qué se le niegan tantos derechos. Pero nosotros nos callaremos porque es Navidad o porque la respuesta, de puro fácil, no la queremos saber. Medio mundo tiene que subirse en pateras, vivir en chabolas, morir en campos de refugiados mientras el otro medio mundo construye murallas para contenerlos. Nosotros acusamos sin rebozo a griegos y romanos de esclavistas, pero ¿de qué nos acusarán a nosotros las generaciones venideras?

         Este niño nos seguirá interrogando con sus grandes ojos negros desde su pobre caja de cartón y,  mientras tanto,  un silencio culpable recorrerá el mundo de los ricos. Que el 2022 nos traiga el valor para romper ese silencio.

martes, 28 de diciembre de 2021

METER BAZA EN EL BAZO

 


Tenía Paco Umbral una columna en El País que se llamaba Spleen de Madrid porque don Paco era un animal literario-  tanto que el personaje mató al escritor-, y sabía cómo durante el siglo XIX estaba de moda adolecer de spleen que no es sino una  melancolía un poco al estilo del joven Werther. Spleen es la palabra que usan los angloparlantes para referirse al bazo y tiene esta palabra inglesa sus raíces en la latina splen y en la griega σπλήν y así los médicos hablan del músculo esplénico para referirse al bazo. No es raro que vinculemos el bazo con la melancolía si pensamos en que hacemos al corazón asiento de los sentimientos y también el hígado recibe su “carga emocional”. Incluso leía no ha mucho que en el corazón había neuronas por lo que esta teoría de hacerlo asiento de los sentimientos no es tan disparatada. Y esto os lo digo con el corazón en la mano.  Entonces ¿por qué le llamamos bazo al bazo y no un derivado de splen en latín siendo  la lengua del Lacio nuestra lengua madre? Pues porque nombramos al bazo en castellano por su color que es rojizo – quizás por su abundancia de sangre-,  y esa tonalidad se dice en latín bacius de donde, por gramática histórica, tenemos bazo. Otra cosa es “meter baza” porque baza, que, según la RAE,  es el conjunto de cartas que en algunos juegos de naipes recoge quien gana la mano, viene del italiano bazza que significa “ganancia”. Por tanto no debemos confundir la baza con el bazo. Por cierto, la RAE recoge la forma esplín, simple transcripción fonética de la palabra inglesa.

EL CIEGO

 


Algunas palabras tienen su origen en locuciones eufemísticas. Este es el caso de aveugle, ciego en francés. En la mayoría de las lenguas romances se parte del latín caecus, pero los franceses, considerados ellos, parten de una expresión eufemística del latín vulgar que es ab oculis, es decir, de los ojos que, a su vez, es una braquiología, es decir, un acortamiento de una expresión. Nosotros, también de manera eufemística, decimos que alguien está enfermo “del corazón”, “del riñón” o “del hígado”. Fue por esta razón eufemística por la que los franceses adoptaron, con la lógica evolución fonética en francés, aveugle. Más    maravillas del lenguaje.

DE CÓMO NUESTRO HIGADO PROVIENE DE UN HIGO

 


Hace ya unos cuantos años tuve yo una colaboración en SER Ávila en la que trataba de etimologías y recuerdo que la primera etimología que traté fue la de hígado a cuyo análisis me voy a dedicar. Veamos, lo primero, en términos médicos tenemos hepático o hepatitis cuya raíz bien claro se ve que nada tiene que ver con el hígado nuestro. Estas palabras médicas vienen de ἧπαρ, ἥπατος, la forma griega para designar a esa víscera de nuestro cuerpo. En latín, la forma era iecur y está más que claro que tampoco de ahí ha venido nuestro hígado. Entonces ¿de dónde viene, pues,  nuestra palabra hígado? Pues aquí es donde hace su entrada el bueno de Karlos Arguiñano porque nuestra palabra hígado está relacionada con ficus, higo, y nuestro hígado nos viene del nombre de un plato de cocina. ¿Cómo es posible esto? Pues porque los romanos, que apreciaban el buen comer, tenían un plato que era el iecur ficatum, es decir, el hígado a los higos. Los clientes de las thermopolia, con esa tendencia al mínimo esfuerzo que tantas etimologías nos da a los filólogos, decían: iecur ficatum volo, es decir, quiero un hígado a los higos, pero con el tiempo empezaron a decir tan sólo ficatum pues con esta palabra el que les atendía entendía perfectamente los que querían. Y así esa palabra fue llegando, por medio de soldados y mercaderes, a todo el Imperio y se empezó a sustituir, en las clases populares, iecur por ficatum y, como de ese latín vulgar provienen nuestras lenguas romances, acabó, por evolución fonética, dando hígado. ¡Ya veis la fuerza que puede tener la gastronomía!

LAS PASANTÍAS, EL PASANTE Y UN GALLEGO DE JUMILLA

 


Seguimos con las etimologías y, en esta entrada vamos a parar mientes en la palabra pasante. Vamos a ir por partes en su explicación. Recuerdo desde niño que, en los largos veranos gallegos, los niños, al dejar el colegio, hubieran o no hubieran suspendido alguna para septiembre, continuaban yendo a las pasantías, es decir, academias de verano en donde repasaban las materias del pasado curso o preparaban un poco las del próximo. Pasantías las llamó siempre aquel señor maravilloso que fue don Manuel Martínez que, aunque nacido en Caravaca, Murcia, era el personaje más gallego con el que me haya podido encontrar pues sus padres, murcianos ambos, emigraron a Pontevedra cuando él tenía un par de años por mor del vino de Jumilla que se dedicaban a vender. Luego, el señor Miguel, casó con una marinense de la familia Pardavila y sus hijos fueron Martínez Pardavila. Los Martínez Pardavila tenían la casa familiar en la calle marinense de Francisco Alfonso, llamada así por ser este personaje un capitoste de falange en Marín además de ser familia de mi buena amiga Sisa Santos, casada con Antonio Herrero, que provenía de una familia que tenía una fábrica de conservas justo al  lado de la fábrica de hielo a donde iba yo con mi padres para comprar hielo para la nevera que nos llevábamos a la playa. La verdad, ya no sé ni lo que estaba contando. ¡Ah, sí, ya caigo! Decía que el señor Miguel solía decir siempre  “pasantía” que es como se conocían popularmente en Galicia. En cuanto al término pasante, poco que deciros: pasante es el que en un despacho de abogados pasa o escribe lo que el señor abogado le ordena y es, en muchas ocasiones, o un estudiante de Derecho, o un recién licenciado que así hace sus primeras armas en las batallas jurídicas. Por cierto, que el señor Miguel tenía una hija casada en Vigo con un carnicero que se llamaba (y llama) Manuel Alonso Martínez y que, antes de ser carnicero, había trabajado en la Citroën y otra, funcionaria del Ministerio de Educación que se quedó viuda muy joven porque el marido estaba enfermo del corazón. También tenía un hijo en la Armada y… Sinceramente, creo que ha llegado el  momento de cortar el texto de esta entrada.

¿POR QUÉ LOS FRANCESES LO LLAMAN FROMAGE CUANDO SE VE CLARAMENTE QUE ES UN QUESO?

 


Como parece que os han gustado las etimologías, vamos a ir con la de queso que, en castellano al menos, es muy clara pues proviene de caseus, -i, la forma de decir queso en latín. De caseus tenemos caseína  que es una proteína de la leche (los acabados en –ina nos remiten a sustancias químicas). Sin embargo, hay un “problema” en francés y en italiano en donde dicen, respectivamente, fromage y formaggio. ¿Por qué se dice de esta manera cuando, como en el chiste del genial cómico catalán Eugenio, se ve tan claramente que es queso? Porque franceses e italianos atienden para nombrar al queso a una de las etapas de su proceso de elaboración que consiste en meterlo en moldes o formas y de “forma”, tenemos ambas palabras. Ya veis cómo son las cosas en ese maravilloso mundo que es la lengua.