lunes, 12 de noviembre de 2012

FILIPA LEAL Y LOS PAVÕES DEL CAMPO GRANDE





FILIPA LEAL

         Filipa es una gran poetisa de la que tuve la gran fortuna de traducir al castellano su libro A cidade liquida y de que el bueno de Paco, propietario de Ediciones Sequitur me lo publicara. La conocí en un encuentro en Valladolid de escritores portugueses y recuerdo que me la presentó mi querido amigo João de Melo que era, a la sazón que diría un clásico, Agregado Cultural en la Embajada de Portugal en Madrid. Filipa se quedó muy sorprendida cuando João le dijo que entre el público había un señor que había traducido su libro y cuando ese señor se acercó y le leyó algunos de los poemas.  En aquella primavera vallisoletana y entre los pavones del Campo Grande,  surgió la colaboración con la poeta de Oporto que leyó mi manuscrito y me hizo muchas y muy atinadas sugerencias. De aquel libro os presento ahora algunos poemas. No quedaréis defraudados.



EL PRIMER HOMBRE

Era un hombre viciado en la luz.
Las mujeres que decían “el hombre, el hombre”
se levantaban o levantaban los ojos
ofuscados y repetían el hombre
y apuntaban confundidas  hacia el interior de la mirada
del hombre.
El hombre encontraba extraño que ellas
no dijeran nada más que eso: “el hombre”,
y un día se disfrazó de mujer
para esconderse de la luz.

De la soledad primera del hombre
no habló nadie.
Nadie repitió
la soledad primera del hombre.



SI AL MENOS LA MUERTE

Ella moría tantas veces
en tiroteos a la puerta de su casa
que ya no sabía morir para siempre
así
de una sola vez.
Si al menos se señalara un día
para la muerte, una hora concreta
como en el dentista
que pese a todo
nos hace esperar
donde pese a todo
no sabemos cuándo nos tocará la vez.
Si al menos la muerte tuviera revistas
y gente en la sala de espera
no estaríamos tan solos
tan vivos en esa idea final
en ese malestar.
Escribiríamos el nombre en la lista
cuando estuviéramos preparados
sabiendo que sería fácil anular la cita
ponerla para otro día
o sencillamente
no acudir.
Luego, nos quedaríamos con el dolor,
con el terror
de pasar al menos por aquella calle
como ella a la puerta de su casa.
Ella que moría tantas veces
porque moría de miedo a morir.




ODA LOCA

Todos los hombres tienen su río.
Lo lamentan sentados en el interior de las casas
que están tierra adentro y como el poeta que escribe a lápiz
apagan la memoria con su agua.
Los ríos abandonan a los hombres que envejecen
lejos de la infancia, y ellos lloran
el reflejo absurdo en la distancia.
A veces, enloquecen los ríos, los hombres,
los poetas en las palabras repetidas
que buscan una oda que les diga
la textura. Todos buscan lo mismo:
un lugar de agua más limpia
o un espejo que no les niegue
la hipótesis del reflejo.
El río sufre más que el hombre,
que el poeta,
porque de él se espera que nos devuelva
la imagen de todo, menos de sí mismo.
Todos los ríos tienen su narciso,
pero pocos, muy pocos,
el simple reflejo de sus aguas.


1 comentario:

  1. Me atrevo, osado como no soy, a dirigirme a ti, que no nos conocemos, pero que me resultan cercano, muy cercano, y el motivo de esta osadia es que apareciendo FILIPA LEAL asomada a esta ventana, y yo buscando el modo de ponerme en contacto con ella pensar que tu puedes facilitarme el modo, ha sido todo uno.
    El motivo? Invitarla a nuestra sexta cita de POESÍA SALVAXE, aquí, en Ferrol.
    Antes de continuar con mas divagaciones me agradaría saber que es lo que esta en tus manos respecto a contactar con ella. Es todo un poco extraño, pero habla de como andamos con todo esto.
    Abrazos, salud y gracias.
    karlotti

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